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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Nombres raros

Hay padres que, seguramente, merecen palos por hacer cargar a sus hijos con nombres que van a amargarles la vida. Aunque existen lugares, en el mundo y hasta en este Archipiélago, donde lo habitual es distinguir a los retoños con nombres que hasta nombretes parecen. En épocas de exaltación republicana muchos forofos de ese sistema de gobierno preferían acudir a las virtudes y esencias democráticas antes que al santoral cristiano. Llamarse Pedro, un suponer, era retrógrado, mientras que era estupendo bautizar, cuando se bautizaban, a las criaturas como Libertad, Concordia o Progreso. Hay quien se llama Progreso, palabra de honor. La gente de La Palma tiene fama, más que merecida, de ser bastante rebuscada a la hora de elegir los nombres para su prole. Así, al pronto, recuerdo a algunos palmeros conocidos míos que ratifican la verdad del tópico: Lugérico, Drafosia, Exodisto o Tesifón. Basten esos botones como muestra. Hay otros lugares en el mundo famosos por idénticos motivos. En Ecuador, la provincia de Maniví bate todos los récords en esta materia, hasta el punto de que las autoridades han dicho basta. No más niños con nombres estrambóticos, como –y es auténtico- Coito, Autoridad Portuaria, Hitler, Conflicto Internacional o Perfecta Circuncisión. Una coña que no lo es. Sin embargo, a uno no le parece ni medio bien que una oficina del registro civil de nuestra nación niegue a una colombiana que acaba de obtener la nacionalidad española la posibilidad de seguir llamándose como se ha llamado siempre: Darling. Es hilar muy fino, porque aquí, sobre todo en estas ínsulas, hay nombres de lo más disparatados que no han tenido ese tipo de problemas legales. Hasta abundan los kevin costners y no vean ustedes la cantidad de ivanes que se encuentra uno por la calle, bastante creciditos ya, por cierto. A ningún padre se le ocurrió pensar que Iván y Juan son exactamente lo mismo. Parece ser que a la Darling del cuento –o a la niña Beliza, también colombiana, a la que le ocurrió lo mismo- le aplicaron una norma estatal que prohíbe los nombres que “perjudiquen a las personas o que induzcan a un error en cuanto al sexo de la misma”. Uno ignoraba la existencia de esa prescripción que, desde luego, le parece absurda, puesto que, nuestro idioma y santoral, cuenta con nombres propios que sirven indistintamente para el varón y la hembra, como Sagrario, Trinidad o Rosario. La normativa se le antoja a cualquiera más ridícula y fuera de lugar todavía cuando acaba de aprobarse otra según la cual cualquier ciudadano puede cambiar de sexo –y de nombre- en su DNI, aunque no se haya sometido a ninguna intervención quirúrgica, porque siendo hombre, se siente mujer, o vicealainversa, que decía Cantinflas. Eso sí que puede inducir a errores en cuanto al sexo: comprobar que un señor con barba y bigote se llama Exuperancia en el carné de identidad. Qué país, oigan.

José H. Chela

Hay padres que, seguramente, merecen palos por hacer cargar a sus hijos con nombres que van a amargarles la vida. Aunque existen lugares, en el mundo y hasta en este Archipiélago, donde lo habitual es distinguir a los retoños con nombres que hasta nombretes parecen. En épocas de exaltación republicana muchos forofos de ese sistema de gobierno preferían acudir a las virtudes y esencias democráticas antes que al santoral cristiano. Llamarse Pedro, un suponer, era retrógrado, mientras que era estupendo bautizar, cuando se bautizaban, a las criaturas como Libertad, Concordia o Progreso. Hay quien se llama Progreso, palabra de honor. La gente de La Palma tiene fama, más que merecida, de ser bastante rebuscada a la hora de elegir los nombres para su prole. Así, al pronto, recuerdo a algunos palmeros conocidos míos que ratifican la verdad del tópico: Lugérico, Drafosia, Exodisto o Tesifón. Basten esos botones como muestra. Hay otros lugares en el mundo famosos por idénticos motivos. En Ecuador, la provincia de Maniví bate todos los récords en esta materia, hasta el punto de que las autoridades han dicho basta. No más niños con nombres estrambóticos, como –y es auténtico- Coito, Autoridad Portuaria, Hitler, Conflicto Internacional o Perfecta Circuncisión. Una coña que no lo es. Sin embargo, a uno no le parece ni medio bien que una oficina del registro civil de nuestra nación niegue a una colombiana que acaba de obtener la nacionalidad española la posibilidad de seguir llamándose como se ha llamado siempre: Darling. Es hilar muy fino, porque aquí, sobre todo en estas ínsulas, hay nombres de lo más disparatados que no han tenido ese tipo de problemas legales. Hasta abundan los kevin costners y no vean ustedes la cantidad de ivanes que se encuentra uno por la calle, bastante creciditos ya, por cierto. A ningún padre se le ocurrió pensar que Iván y Juan son exactamente lo mismo. Parece ser que a la Darling del cuento –o a la niña Beliza, también colombiana, a la que le ocurrió lo mismo- le aplicaron una norma estatal que prohíbe los nombres que “perjudiquen a las personas o que induzcan a un error en cuanto al sexo de la misma”. Uno ignoraba la existencia de esa prescripción que, desde luego, le parece absurda, puesto que, nuestro idioma y santoral, cuenta con nombres propios que sirven indistintamente para el varón y la hembra, como Sagrario, Trinidad o Rosario. La normativa se le antoja a cualquiera más ridícula y fuera de lugar todavía cuando acaba de aprobarse otra según la cual cualquier ciudadano puede cambiar de sexo –y de nombre- en su DNI, aunque no se haya sometido a ninguna intervención quirúrgica, porque siendo hombre, se siente mujer, o vicealainversa, que decía Cantinflas. Eso sí que puede inducir a errores en cuanto al sexo: comprobar que un señor con barba y bigote se llama Exuperancia en el carné de identidad. Qué país, oigan.

José H. Chela