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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Nombres

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Siempre me ha gustado mi nombre, me identifico con él y encima no somos muchos los que lo tenemos. Tampoco me disgusta la razón por la que me lo pusieron. Era el nombre de mi abuelo materno, una de las mejores personas, y más íntegras, de cuántas he conocido. Además no tengo siete nombres más que estropeen la historia, con lo que el paquete no podría ser más completo.

Sin embargo, no todo el mundo puede decir lo mismo y sus razones tienen. Una de ellas, puede que la más importante, se debe a ese afán de los padres de la criatura por querer contentar al resto de la familia, poniendo al recién nacido auténticos atentados contra la futura estabilidad emocional del recién nacido. Sería más fácil si sólo tuviéramos un padre y una madre que opinara y no una cohorte de parientes, empeñados en imponer su criterio por encima del ajeno.

Pero no, la historia nos cuenta que SIEMPRE aparece el pariente nostálgico que quiere añadir su toque personal y propone una aberración denominativa, en recuerdo de otro “pariente” muy, muy, pero que muyyyy lejano, quien, a buen seguro y desde su tumba, lo agradecerá enormemente.

No me entiendan mal. No quiero ser irrespetuoso con nadie, pero sería bueno que se tomaran un par de consideraciones antes de decidir el nombre de un infante. Primero que nada hay que tener en cuenta una cosa; es decir, que si alguien se quiere enfadar y/o agraviar, ofender y/ o deprimir lo hará, hagas lo que hagas, independientemente que le pongas al crío el nombre que ellos quieran, sin importar que suene muy bien para chicas y espantoso para chicos (o viceversa).

Y segundo, y más importante, la memoria es muy valiosa y a nadie le gusta recordar lo crueles que eran contigo en el colegio al llamarte de mil maneras horribles, si tu nombre se prestaba a ello. Aparquen a un lado las nostalgias y tengan claro que un nombre es para siempre -como los diamantes deseados por Marilyn Monroe- pues no se debe jugar con el futuro de unas personas, que, por si fuera poco, no tienen posibilidad alguna de quejarse.

Otro asunto importante es no olvidarse de dónde vives, más que nada para evitar marcar al niño con nombres que a alguien del siglo XII le sentaban bien, pero no a una persona que vivirá en el siglo XXI. Es de igual aplicación para los nombres mitológicos, santos patrones, vírgenes, deidades varias y próceres por la patria.

Es cierto que hay muchos nombres que beben del mundo clásico, y bien bonitos que son. Muy distinto es llamar a un niño como un justiciero juez de la Biblia porque a su? (añadan el pariente de rigor) le encantan los salmos. Si se parte de esa base se acaban cometiendo las barbaridades que enumeraré a continuación.

Tal y como con otras cosas, las modas, ya vengan de una película, serie y/o programa de televisión, o canción de verano influyen en los gustos de las personas y es muy fácil caer en la tentación de llamar a tu vástago como el “prota” de tu serie de televisión favorita, sin caer en la cuenta de tu error.

La avalancha de “Cristales”, tras el estreno de la ya mítica serie, es recordada por muchos. Lo malo es que las series se acaban ?bueno, los culebrones tienen más vidas que los gatos, pero acaban terminando- y entonces te quedas con un nombre que suena a rancio para toda la vida.

Otra costumbre, que ha estado muy de moda hasta hace bien poco; es decir, hasta que los registros civiles empezaron a poner pegas a la hora de hacerlo, es la de colocarles a los niños el nombre de un actor y/o actriz famosa. Esto no tendría mayor importancia si no fuera por la costumbre de añadir, junto con el nombre, el primer apellido del actor/ actriz. El resultado, tan mítico como el del ya mencionado culebrón, suena así: “Kevin Costner de Jesús”, fusión de actor estadounidense y la tradición cristiana, rozando el más espantoso de los ridículos.

Ahora el más difícil todavía llegó el día que se escuchó en las playas de la comunidad el inconmensurable “Bruselito, Bruselito” que seguro que les suena más a nombre de perro que a otra cosa. Pues no, Brucelito no era un perro, sino un hermoso y sonriente infante, increpado por su abuela, antes de subir a comer. ¿Y saben la raíz del nombre? Pues espero que estén sentados, porque Bruselito era el diminutivo de? ¡Tachán! ¡Tachán! Bruselí, adaptación del Bruce Lee original, un nombre ligado al mejor actor marcial de todos los tiempos y uno de los ídolos de los amantes de las artes marciales y el cine de acción.

La siguiente pregunta es obvia: ¿cómo un pobre niño acabó teniendo ese nombre? ...Muy fácil. A su papá le gustaba el actor y el niño se acabó llamando así, y todos tan contentos. Es una pena que Bruce Lee muriera, porque, si se enterara, a buen seguro que le propinaba una patada al progenitor que se le quitaba la tontería para los restos. La historia nos cuenta que el hijo de Bruce se llamó Brandon, porque a su padre le gustaba Marlon Brando, y nadie duda que suena mucho mejor Brandon Lee que Bruselí García y, por favor, que no se ofenda nadie con ese apellido.

Me dirán que soy radical y que no es para tanto, que hay problemas más graves por el mundo. De acuerdo, los hay, pero eso no significa que la cabeza se utilice para algo más que para llevar los pelos y se piensen un poco las cosas. Tampoco es tan difícil y repito lo que comenté antes. Quien se quiere ofender lo hará sin importar lo que tú hagas, o pienses, o digas. Es un recurso de mediocres, celosos y envidiosos, pero funciona desde que el mundo es mundo.

En la personalidad de cada uno está el no caer en el chantaje emocional que las familias emprenden desde que hay una nueva vida en la casa, olvidando, en muchos casos, que esas mismas personas a las que se recurre para castigar a los recién nacidos con nombres absolutamente espantosos no tenían, en vida, el más mínimo aprecio por sus nombres y se pasaron toda su vida respondiendo a un diminutivo, apodo o similar, antes que a su verdadero nombre.

Mi abuela decía que había muchos padres que no querían a sus hijos, mientras pasábamos las tardes mirando las esquelas en el periódico. Conozco casos, muchos en décadas pasadas, de padres que aceptaban de mala gana a una hija, dado su interés por tener un varón que perpetuara el apellido de la familia, y por ende de la raza, y todas esas zarandajas tan del gusto de la caverna. No obstante, soy de los que piensan que los problemas vienen cuando los padres se olvidan de que son sus hijos, no los de los demás, y que antes que nadie están ellos, sus criterios y sus valores. El resto está muy bien, pero no se debería olvidar el papel que cada uno ocupa en la historia.

A mis padres les fue bien ?aunque presiones tuvieron, como suele ser habitual- y me cuesta entender cómo muchas personas son incapaces de pensar igual, más ahora que la sociedad globalizada está llevando el insulto y la vejación a un límite que roza lo criminal, y que está acabando con la vida de muchos jóvenes que son incapaces de soportar la presión a la que son sometidos por sus semejantes. Deberíamos darnos de cuenta del resultado de nuestras acciones, aunque después del Bruselito me creo cualquier cosa.

Siempre me ha gustado mi nombre, me identifico con él y encima no somos muchos los que lo tenemos. Tampoco me disgusta la razón por la que me lo pusieron. Era el nombre de mi abuelo materno, una de las mejores personas, y más íntegras, de cuántas he conocido. Además no tengo siete nombres más que estropeen la historia, con lo que el paquete no podría ser más completo.

Sin embargo, no todo el mundo puede decir lo mismo y sus razones tienen. Una de ellas, puede que la más importante, se debe a ese afán de los padres de la criatura por querer contentar al resto de la familia, poniendo al recién nacido auténticos atentados contra la futura estabilidad emocional del recién nacido. Sería más fácil si sólo tuviéramos un padre y una madre que opinara y no una cohorte de parientes, empeñados en imponer su criterio por encima del ajeno.