Espacio de opinión de Canarias Ahora
El nonoismo verdadero
“Nonoistas” son para esta gente, por poner unos ejemplos, los que se opusieron a la Gran Marina y al mamotrético centro comercial de El Muelle; o los que se han puesto enfrente de la desgasificadora en Arinaga. Es decir, los ecologistas, los arquitectos y urbanistas, técnicos industriales, expertos en asuntos energéticos, los escasos políticos dotados de sensibilidad y visión y en general la gente que piensa.
Esos son los integrantes de esa fauna. Y no me resisto, en este punto, a recordar de nuevo la polémica de cuando, en aras del progreso, se machacó a los “nonoistas” de los 60 que batallaron contra el proyecto de sepultar el Guiniguada bajo el acceso desde el Centro a la ciudad de Las Palmas. Propusieron, los “nonoistas” de la época, que se hiciera el acceso por El Lasso cuando todavía era posible. Querían salvar el eje histórico de la ciudad y no pudieron impedir su destrucción. Él habitaba todavía entre nosotros, se mandaba a la voz de ¡ar! Y una ciudadanía acobardada aceptó que la privaran del entorno que era seña de identidad histórica de la ciudad. De aceptarse la propuesta “nonoista”, se hubieran evitado hoy los costosos túneles de San José (cerca del punto entonces sugerido por los del “no”) y los quebraderos de cabeza de la desembocadura del barranco fundacional que tendrían ahora, seguramente, soluciones más fáciles y asequibles.
Traigo a colación lo del Guiniguada para significarles que tienen más peligro los acusadores que los acusados. Son los acusadores, pura paradoja, los auténticos “nonoistas”. Ellos son lo que se oponen, no defienden o no impulsan, pongo por caso, las energías renovables y consideran la sostenibilidad coñazo de rojos. Alguien dijo hace poco, con razón, que de ponerse en las renovables el empeño con que quieren gasificarnos (¿o gasearnos?) otro gallo cantaría. Debo hacerles reparar, también, en que tras lo ocurrido con el concurso eólico, quedó paralizado el parque de Arinaga que, por lo visto, dejó de interesar a los beneficiarios elegidos que no ven lo bastante rentable hacer bien las cosas. El retraso de la éolica en la zona de España mejor dotada para ella es resultado de aquellos manejos. En cuanto a la Gran Marina, había acuerdo en que algo debía hacerse en la zona de acuerdo con la ley y que abarcara todo el litoral de la ciudad. Pero eso rebajaba las expectativas de especulación centradas en un punto determinado de acuerdo con las conveniencias de los elegidos para lucrarse mejor y ahí quedó la cosa.
Insistiré, también, en los esfuerzos de sostenibilidad de la Mancomunidad del Suroeste, conocidos, reconocidos, seguidos y hasta premiados en ámbitos internacionales como política medioambiental exportable, pero ninguneados por las autoridades de la isla. Y en cuanto a la hidroeléctrica, por más que José Miguel Bravo asegurara hace diez o quince días que en dos o tres meses comenzarían los trabajos, me temo lo peor al salir de ministro del ramo precisamente quien mantuvo varios años el proyecto bajo llave en un cajón; el mismo personaje, ya ven, que con sus trasteos ha frustrado no pocas iniciativas. Toca a ustedes decidir quienes son los verdaderos “nonoistas”. E indagar las razones de sus significativos “noes”.
“Nonoistas” son para esta gente, por poner unos ejemplos, los que se opusieron a la Gran Marina y al mamotrético centro comercial de El Muelle; o los que se han puesto enfrente de la desgasificadora en Arinaga. Es decir, los ecologistas, los arquitectos y urbanistas, técnicos industriales, expertos en asuntos energéticos, los escasos políticos dotados de sensibilidad y visión y en general la gente que piensa.
Esos son los integrantes de esa fauna. Y no me resisto, en este punto, a recordar de nuevo la polémica de cuando, en aras del progreso, se machacó a los “nonoistas” de los 60 que batallaron contra el proyecto de sepultar el Guiniguada bajo el acceso desde el Centro a la ciudad de Las Palmas. Propusieron, los “nonoistas” de la época, que se hiciera el acceso por El Lasso cuando todavía era posible. Querían salvar el eje histórico de la ciudad y no pudieron impedir su destrucción. Él habitaba todavía entre nosotros, se mandaba a la voz de ¡ar! Y una ciudadanía acobardada aceptó que la privaran del entorno que era seña de identidad histórica de la ciudad. De aceptarse la propuesta “nonoista”, se hubieran evitado hoy los costosos túneles de San José (cerca del punto entonces sugerido por los del “no”) y los quebraderos de cabeza de la desembocadura del barranco fundacional que tendrían ahora, seguramente, soluciones más fáciles y asequibles.