Espacio de opinión de Canarias Ahora
Una novela perversa
La balear editorial Dolmen edita Idyll, la nueva novela de Elio Quiroga, director de Fotos, Nodo y La hora fría y autor de varios otros libros, entre los que yo destacaría El despertar, divertidísima novela sobre zombis, cargada de humor negro, ironía y ácida crítica a la sociedad actual, publica.
Con Idyll, Quiroga da otra vuelta de tuerca, cabalgando entre la ciencia ficción, la distopía, el thriller y el gore. No escribiré ni una sola palabra sobre el argumento de esta novela, porque no deseo destripar a nadie su lectura. Pero necesito expresar (y acaso sea este el sitio adecuado), algunas impresiones sobre ella. Desmedido, sin respetar absolutamente ninguno de los ítems del correctismo, Quiroga se ha permitido construir una historia de suspense (ambientada por motivos argumentales en Estados Unidos) que comienza de un modo engañosamente convencional y, poco a poco, sumerge al lector en los sótanos de la pesadilla. Violando las convenciones de los géneros populares juveniles actuales (aquí las estudiantes son toxicómanas y sexualmente activas, y si intentas atarlas con un candado te darán con él en los morros), lleva hasta las últimas consecuencias la dinámica de interacciones de sus personajes, así como las premisas narrativas de las que parte. Cruel, incompasivo, desenreda a lo largo de sus 428 páginas un desfile de iniquidad, una kermés de la perversión que nos obliga a mirarnos a nosotros mismos (como individuos y como sociedad) en el espejo de la anormalidad. Porque la literatura, aunque sea amena, no puede ser únicamente divertimento, Idyll, como los Cantos de Maldoror, los cuentos de Ambrosse W. Bierce o algunas novelas de los contemporáneos Chuck Palahniuk o Bret Easton Ellis, hace surgir la lucidez de lo desagradable, del horror más carnal y la escatología más tormentosa, y hace que aquella se despliegue como una luz sobre el mundo, mostrándonos lo que hay bajo lo que nos cuentan la ideología y los tertulianos partidarios del darwinismo social travestidos de pragmáticos.
Idyll se lee con avidez; se disfruta con sonrisas, empatías y sobresaltos; se goza en los guiños a la cultura Pop, sobre todo si uno es de esos que entienden los gags de The Big Bang Theory. Incluso se aprecia su afán interdisciplinar (digresiones sobre Química, Astronomía, nuevas tecnologías y Psiquiatría, entre otras muchas materias, salpican la novela). Pero, necesario es advertirlo, no solamente no es apta para menores de 18 años (como advierte la editorial en su cubierta), sino que tampoco lo es para el lector burgués, para lectores cómodos que deseen salir del libro tal y como estaban antes de entrar en él. Esos harán mejor en buscar otro tipo de lecturas, de las que proporcionan única y exclusivamente evasión, mientras fuera, tras la ventana, el mundo arde.
Los otros, los que tienen lo que hay que tener, la apreciarán en lo que vale.
La balear editorial Dolmen edita Idyll, la nueva novela de Elio Quiroga, director de Fotos, Nodo y La hora fría y autor de varios otros libros, entre los que yo destacaría El despertar, divertidísima novela sobre zombis, cargada de humor negro, ironía y ácida crítica a la sociedad actual, publica.
Con Idyll, Quiroga da otra vuelta de tuerca, cabalgando entre la ciencia ficción, la distopía, el thriller y el gore. No escribiré ni una sola palabra sobre el argumento de esta novela, porque no deseo destripar a nadie su lectura. Pero necesito expresar (y acaso sea este el sitio adecuado), algunas impresiones sobre ella. Desmedido, sin respetar absolutamente ninguno de los ítems del correctismo, Quiroga se ha permitido construir una historia de suspense (ambientada por motivos argumentales en Estados Unidos) que comienza de un modo engañosamente convencional y, poco a poco, sumerge al lector en los sótanos de la pesadilla. Violando las convenciones de los géneros populares juveniles actuales (aquí las estudiantes son toxicómanas y sexualmente activas, y si intentas atarlas con un candado te darán con él en los morros), lleva hasta las últimas consecuencias la dinámica de interacciones de sus personajes, así como las premisas narrativas de las que parte. Cruel, incompasivo, desenreda a lo largo de sus 428 páginas un desfile de iniquidad, una kermés de la perversión que nos obliga a mirarnos a nosotros mismos (como individuos y como sociedad) en el espejo de la anormalidad. Porque la literatura, aunque sea amena, no puede ser únicamente divertimento, Idyll, como los Cantos de Maldoror, los cuentos de Ambrosse W. Bierce o algunas novelas de los contemporáneos Chuck Palahniuk o Bret Easton Ellis, hace surgir la lucidez de lo desagradable, del horror más carnal y la escatología más tormentosa, y hace que aquella se despliegue como una luz sobre el mundo, mostrándonos lo que hay bajo lo que nos cuentan la ideología y los tertulianos partidarios del darwinismo social travestidos de pragmáticos.