Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Puigdemont estira la cuerda pero no rompe con Sánchez
El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía
OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Obama, la ilusión ilusa

Por supuesto, la victoria de Barack Obama en las pasadas elecciones presidenciales estadounidenses es preferible a la de su rival republicano. Su triunfo ha roto barreras racistas, garantizará algunos derechos civiles y supondrá políticas económicas menos insolidarias que las de McCain. Pero no implicará un viraje económico equivalente al que en su día conllevó la elección de Franklin Roosevelt. De hecho, el pasado mes de septiembre, el plan de Bush para destinar 700.000 millones de dólares a los bancos, con escasas contrapartidas, habría prosperado en la primera votación si los congresistas republicanos lo hubieran apoyado en la misma proporción en que lo hicieron los congresistas demócratas. No hubo propuesta alternativa demócrata para controlar los bancos salvados por el Estado, o para reorientar la ayuda pública a favor de quienes tienen que pagar las hipotecas de sus casas.

Obama no es una alternativa en política exterior y su promesa de cambiar el mundo no es más que un ejercicio retórico, ávido de capitalizar el descrédito de George Bush. El pasado mes de marzo, en el discurso que pronunció en Greensburg, afirmó que “mi política exterior desea una vuelta a la política realista y bipartidista del padre de George Bush, de John Kennedy y, en ciertos asuntos, de Ronald Reagan”.

La “política realista” de George Bush incluyó la invasión de Panamá y la primera guerra contra Irak. Kennedy inició la implicación de Washington en Vietnam y agredió a Cuba. Reagan impulsó los terribles conflictos centroamericanos de los años ochenta, la invasión de Granada o los bombardeos sobre Libia.

Obama ha afirmado que proseguirá la guerra en Afganistán y amenaza con extenderla a Pakistán. Ha declarado que un Irán con armamento nuclear es inaceptable y que, por lo tanto, habrá que aplicarle sanciones para impedir que lo obtenga. Si las sanciones fracasan, no podrá descartarse la acción militar. El ganador de las elecciones estadounidenses también ha hecho público su apoyo incondicional a Israel y ha mostrado que dará la espalda a la causa palestina.

Barack Obama ha dejado bien claro que Washington seguirá actuando como superpotencia mundial, e influirá en los asuntos globales en función de su enorme poder. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con la construcción de una sociedad de estados democrática y respetuosa con los derechos humanos. Y es lógico que así sea, puesto que Obama encabeza una estructuradísima maquinaria política, económica y mediática, capaz de encauzar el descontento ciudadano estadounidense, pero que no ha sido construida por ese descontento.

Y, así como el fuerte desprestigio de Bush ha puesto límites a la agresiva política exterior de la Casa Blanca, el enorme prestigio de Obama puede permitir a Washington intervenir con más contundencia en América Latina y en otros lugares. Hay que preguntarse si el crédito político internacional, que se está regalando al próximo presidente de Estados Unidos, reforzará el intervencionismo estadounidense en otros estados.

La magistral campaña mediática global, que ha promocionado a Obama, ha puesto en evidencia la indigencia crítica de gran parte del progresismo español y europeo. Se ha puesto de manifiesto la inconsistencia de esos progresistas que han apoyado el belicismo y el neoliberalismo del Partido Demócrata porque los ofrece en dosis menores que el Partido Republicano. Hemos visto un progresismo incapaz de buscar un referente político, en los Estados Unidos, que rechace las aventuras militares de Washington y que defienda un proyecto socioeconómico redistributivo y sostenible. Ese progresismo ha puesto sus esperanzas en la ilusión más ilusa: el Partido Demócrata desencadenando el advenimiento de una nueva era. O sea, una de las grandes estructuras de poder de las élites políticas y económicas estadounidenses se hará el harakiri porque encontró un líder capaz de hacer discursos emotivos, que multiplican los votos. La ingenuidad debiera tener límites.

* Coordinador de Izquierda Unida en Tenerife.

Ramón Trujillo*

Por supuesto, la victoria de Barack Obama en las pasadas elecciones presidenciales estadounidenses es preferible a la de su rival republicano. Su triunfo ha roto barreras racistas, garantizará algunos derechos civiles y supondrá políticas económicas menos insolidarias que las de McCain. Pero no implicará un viraje económico equivalente al que en su día conllevó la elección de Franklin Roosevelt. De hecho, el pasado mes de septiembre, el plan de Bush para destinar 700.000 millones de dólares a los bancos, con escasas contrapartidas, habría prosperado en la primera votación si los congresistas republicanos lo hubieran apoyado en la misma proporción en que lo hicieron los congresistas demócratas. No hubo propuesta alternativa demócrata para controlar los bancos salvados por el Estado, o para reorientar la ayuda pública a favor de quienes tienen que pagar las hipotecas de sus casas.

Obama no es una alternativa en política exterior y su promesa de cambiar el mundo no es más que un ejercicio retórico, ávido de capitalizar el descrédito de George Bush. El pasado mes de marzo, en el discurso que pronunció en Greensburg, afirmó que “mi política exterior desea una vuelta a la política realista y bipartidista del padre de George Bush, de John Kennedy y, en ciertos asuntos, de Ronald Reagan”.