Espacio de opinión de Canarias Ahora
El oro de Moscú
Anduvieron no ha mucho los socialistas con la Ley de la Memoria Histórica, pero ninguno ?ni tampoco los conservadores, faltos de reflejos y en sus corruptelas- trajo a colación el asunto del oro de la Cibeles, la broma más pesada, el mayor latrocinio que socialista alguno haya cometido jamás desde que el mundo es mundo. Por si los de Pablo Iglesias han perdido la memoria, valgan como recuerdo estos apuntes.
La salida de las reservas de oro y plata del Banco de España, hacia París, comenzó apenas iniciada la guerra civil. Ya el 25 de agosto de 1936, la Junta de Burgos decretó la ilegalidad de tales evasiones al infringirse la propia normativa republicana sobre Ordenación Bancaria. Me imagino a Indalecio Prieto y al Gobernador del Banco de España, Nicolau d'Olwer, meándose de risa al conocer la pataleta de Franco y Mola. En septiembre se preparó el gran golpe, una magia maestra que firmaría el gran Houdini: hacer desaparecer sin dejar rastro, evaporarse, el Tesoro Público español. Como no bastaba la jaula de madera que utilizaba el genial mago americano, se construyeron en los subterráneos del banco nacional más de 13.000 cajas para trasladar las 850 toneladas de oro de ley y las cuatrocientas de plata, también de ley máxima, que allí se atesoraban. Hay que tener en cuenta que España poseía la cuarta reserva de oro más importante del mundo, valorada en 783 millones de dólares de entonces, aproximadamente doscientos cincuenta mil millones de euros de hoy.
El oro se destinaba a padrecito Stalin, que a cambio iba dar al Frente Popular carros de combate obsoletos, munición pasada de fecha, aviones viejos ?los famosos chatos- y cañones desecho de la Gran Guerra. Los comunistas de Largo Caballero, astutos, lograron que el espinoso asunto no pasara o casi por sus manos: la responsabilidad directa del regalo revolucionario queda para el socialismo. Escuchemos a Indalecio Prieto, su líder máximo (Convulsiones de España, tomo 2º, página 124): “El PSOE nunca podrá vanagloriarse de la irreparable desdicha nacional. Un ministro socialista pidió autorización para proceder libremente, el Gobierno que integrábamos seis socialistas incluido el presidente se la concedió y socialistas eran también los banqueros”. Por añadidura, la escolta que custodiaba el envío del oro a Cartagena la integraban milicianos socialistas.
Tras la guerra, tratando de enmendar su metedura de pata y desdecirse, Prieto declaró que estimó prudente sacar el oro de Madrid, pero no de España. Tampoco tenía la conciencia tranquila, terminado el conflicto y en su exilio dorado, Largo Caballero, el marxista. Oigámosle: “Las órdenes nos llegaban de Indalecio Prieto, pero las cartas para las extracciones teníamos que firmarlas Negrín y yo. Yo firmé dos o tres. Después las firmaba solamente Juan Negrín. Siempre me pregunté: ¿Cuánto se habrá gastado de aquel oro? ¿Quedaría algo tras la guerra?” (Obra citada, páginas 203 y 204).
Para un personaje nada sospechoso, Luis Araquistain, el comunista gran amigo de Alberti, el caso fue de juzgado de guardia, si es que existieran en aquel Madrid rojo y sin ley. Escribía Araquistain tras la contienda en Cuadernos, revista editada en París: “Yo no recuerdo en toda la historia humana, ni aun en la invención poética, un caso de tal desprendimiento en quienes entregaron el oro a cambio de aire, de nada? Choca contra todas las normas de la razón? ¿Qué poderoso motivo podría explicarlo? La única hipótesis es la coacción soviética o una locura súbita de los gestores republicanos de todo punto inexplicable”.
El 25 de octubre de 1936, de madrugada, zarpaban de Cartagena rumbo a Odessa con el despojo de España cuatro cargueros rusos: Neva, Kine, Volgoles y Kuban. Dado el valor de lo trasportado, la logística soviética estimó oportuno repartir la carga temiendo un imprevisto. Iban las naves escoltadas por el crucero republicano Libertad al mando del capitán de navío Buiza, que no estaba en Cartagena la noche del 19 de julio y por ello no fue asesinado ni lanzado por la borda por la marinería. Controlaba a Buiza, al modo del KGB soviético, un asesor enviado por Stalin: N. Kuznetsov, quien a su vez informaba a Indalecio Prieto a quien llamaba Don Nicolás. (Con los marinos españoles en su guerra revolucionaria, N. Kuznetsov, Moscú, 1950). Se trasladaron a Cartagena para supervisar la operación el Dr. Negrín y Méndez Aspe. La salida del oro español era la comidilla en todas las cancillerías europeas, propalada por el servicio de información británico. Madrid, para los marxistas de la vieja Europa y sus amigos, tenía el corazón de oro. Encima cachondeo. El caso recordaba al de los barcos podridos que Rusia vendió a Fernando VII, el rey felón e inmundo, a través del embajador Tatishev, flota que se pretendía llevara tropas a América para sofocar la rebelión en las colonias y que no pudo salir a mar abierto.
Ya en la paz, el oro de la Cibeles quemó las manos y las conciencias de los políticos republicanos que polemizaron entre sí, mintiendo, lanzándose la patata caliente. El propio Indalecio Prieto (Convulsiones de España) resumió en 1940 la ayuda en metálico a los amigos de la República:
1º. El Partido Comunista francés (PCF) recibió para compra de material de guerra dos mil quinientos millones de francos entregados por Juan Negrín, sin que ningún funcionario español controlara la administración de tan enorme suma.
2º. El PCF retiró para sí, como beneficio de intermediario, considerables cantidades de dinero. Vaya golfos. (La apostilla es mía)
3º. La propaganda pública y luego clandestina del PCF se costeaba con dinero extraído del Tesoro Español.
4º. Ávido de dinero, el PCF, rectificando constantemente sus liquidaciones por nadie examinadas, reclamaba mayores sumas a los señores Negrín y Méndez Aspe.
5º. El espléndido diario comunistoide Ce Soir, con fama de pagar mejor que nadie a sus reporteros, se sostenía con los fondos suministrados por Juan Negrín, el extraordinario investigador alumno de Ramón y Cajal, tan excelente fisiólogo como desafortunado gobernante. Zapatero a tus zapatos. (La apostilla es mía)
6º. La flota de doce buques de la France Navigation era propiedad de España, pues con dinero español se compraron los barcos. No obstante, terminada la guerra, los comunistas galos administradores de dicha compañía se negaron a devolverlos.
Entretanto, la revista gráfica La URSS en construcción dedicaba un número especial al aumento espectacular de las reservas de oro en Rusia, atribuyéndolas al descubrimiento de nuevos yacimientos auríferos en Siberia.
Hace falta cara dura. Era el oro de España, el mismo que han borrado ya de su memoria histórica nuestros olvidadizos socialistas. El dictador ?a través de terceros- pretendió recuperarlo en los años cincuenta sobre la base de echar cuentas, de sumar y restar: tanto oro te di tanta chatarra me ofreciste, pero los del Kremlin, en plena guerra fría, se partieron de risa.
Antonio Cavanillas
Anduvieron no ha mucho los socialistas con la Ley de la Memoria Histórica, pero ninguno ?ni tampoco los conservadores, faltos de reflejos y en sus corruptelas- trajo a colación el asunto del oro de la Cibeles, la broma más pesada, el mayor latrocinio que socialista alguno haya cometido jamás desde que el mundo es mundo. Por si los de Pablo Iglesias han perdido la memoria, valgan como recuerdo estos apuntes.
La salida de las reservas de oro y plata del Banco de España, hacia París, comenzó apenas iniciada la guerra civil. Ya el 25 de agosto de 1936, la Junta de Burgos decretó la ilegalidad de tales evasiones al infringirse la propia normativa republicana sobre Ordenación Bancaria. Me imagino a Indalecio Prieto y al Gobernador del Banco de España, Nicolau d'Olwer, meándose de risa al conocer la pataleta de Franco y Mola. En septiembre se preparó el gran golpe, una magia maestra que firmaría el gran Houdini: hacer desaparecer sin dejar rastro, evaporarse, el Tesoro Público español. Como no bastaba la jaula de madera que utilizaba el genial mago americano, se construyeron en los subterráneos del banco nacional más de 13.000 cajas para trasladar las 850 toneladas de oro de ley y las cuatrocientas de plata, también de ley máxima, que allí se atesoraban. Hay que tener en cuenta que España poseía la cuarta reserva de oro más importante del mundo, valorada en 783 millones de dólares de entonces, aproximadamente doscientos cincuenta mil millones de euros de hoy.