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El pacto de las flores del mal

15 de abril de 2021 10:52 h

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El título de este artículo es tan solo un reclamo para su lectura. Solo pretende anticipar que comparto el estado de ánimo de Baudelaire, modo spleen, nostalgia o bajona, con el cual el poeta acometió esa obra.

Lleva tiempo la política española, la canaria también, definiéndose por diferencias y lejos de identificaciones superadoras. No nos gusta nuestro gobierno local, pero por favor, se piensa, que nadie olvide que tuvimos a Josefa Luzardo de alcaldesa. A muchos no les satisface el pacto de las flores, pero cómo escuece la presidencia de Clavijo.

Esta desaparición del componente identificativo, colindante con el entusiasmo, tiene dos derivas: a los votantes se les rebaja la componente ilusión para el futuro y a los gobernantes la componente ambición porque se les exige menos. No hay horizontes lejanos sino apaños cercanos: se van a conformar con Ayuso en Madrid, como si acaso se pudiera esperar algo de ella y de su futuro gobierno. 

La crisis que vivimos tiene un vector horrible: no es una crisis de la que se pueda salir como de otras, de distintas maneras, pero acaso tasadas y ya experimentadas, sino una crisis rodeada por la incertidumbre: caben muchos escenarios postcrisis, pero dos de ellos son poco canónicos y antagónicos. Se puede salir muy malheridos por largo tiempo de esta emergencia porque el tejido social quedó roto y la sociedad desorganizada, o puede que sobrevenga un componente postguerra, que se caracteriza porque la euforia de todos los agentes sociales dinamiza potencialidades de nuestro cuerpo social nunca objetivadas ni afloradas.

Canarias es una autonomía que por primera vez solo quiere parecerse a sí misma. Anida poco el componente diferencial. Somos muy parecidos a otras autonomías. Y eso es porque el valor que se pondera tiene que ver con la enfermedad, con la ruina y acaso con la muerte, parámetros poco frecuentes cuando se cae en una crisis recurrente.

Cuando solo importa vacunar se suspende el juicio y se pretende olvidar que nada extraordinario hicimos por sacar a nuestra gente de las muy precarias condiciones de vida en que habían caído. Se inunda de ayudas a la sociedad que no llegan a nadie. Se ayuda o se trata de ayudar con una mano y con la otra aparece el reglamento de la agencia tributaria. No se invierte el presupuesto corriente cuyo bajo nivel de ejecución parece increíble. Parece que lo único que nos va a suceder es que además de vacunas nos van a poner un simple libro de reclamaciones porque la sociedad ha perdido su razón reivindicativa y se abisma en un conformismo que no sabemos si lo es, porque estamos agazapados bajo un paraguas por si aconteciera que las cosas van a peor.

El pacto de la flores se caracteriza porque es incoloro, inodoro e insípido. Parece que solo opera un marcaje al hombre, sin juego político y nula relación con el balón social y ni de lejos aparece la gestión rutilante, la satisfacción de tanta necesidades insatisfechas. Cuando intervino una variable independiente, fuera de la ecuación Covid y con ocasión de la crisis migratoria, el resultado fue un desastre descomunal. Daba incluso lástima observar al presidente Angel Víctor. Parecía un personaje en pena en busca de un guion. Pero muchos sabemos que este hombre no tiene guion, se lo escriben y lo hace alguien que le susurra: no molestes a Román ni a Casimiro. Angel Víctor sé fuerte.

Robert Walser arranca uno de sus libros antológicos refiriéndose a un instituto donde se aprende muy poco, donde falta personal docente y donde los muchachos del Instituto Benjamenta jamás llegaran a nada, es decir que el día de mañana serán todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que se imparte consiste básicamente en inculcar paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Es en definitiva un instituto que no lleva a ninguna parte.

Pero un personaje de otra novela de Walser dice: “me maravillo al ver lo poco que has cambiado, lo bien que has sabido seguir siendo el mismo”. Eso no nos vale, el presidente y su gobierno han de cambiar, porque nos han encerrado en el maldito instituto con ellos dentro.

Le tengo especial aprecio al país austriaco. Cuando los alemanes lo invadieron o mejor lo ocuparon con un paseíllo militar, cuando la rabia, la ignominia y el autodesprecio no tenía límites y cuando ellos creían no poder caer más bajo unos elegidos dijeron que el único rodrigón que tenía esa sociedad calcinada era la cultura. Y así lo hicieron. ¿Han reparado que el presidente Angel Víctor en su vocabulario no tiene la palabra cultura?