Espacio de opinión de Canarias Ahora
El Papa Francisco
En los dos años del Sumo Pontífice Jorge Mario Bergoglio le ha dado un vuelco a los dogmas cristianos incumplidos por la curia vaticanista desde tiempos ha, y en muchos de los prelados de cada diócesis. El Vaticano era (y aún es) lo más parecido a un entramado de empresa financiera. Nada de cristianismo ortodoxo. Solo piensan los regentes cardenales en las riquezas materiales, en el vil metal, en la banca, en los negocios de todo pelaje que puedan generar cuantiosos dividendos a la banca vaticana. Es también un pequeño paraíso fiscal donde celosamente guardan el dinero de tantos negocios obscenos, amorales y de muy dudosa procedencia, para ser blanqueados y santificados entre las paredes del súmmum del catolicismo (que no de la cristiandad).
La llegada de este Papa renovador en las creencias establecidas en el esencial cristianismo, en este intrépido predicador de la justeza y las infamias sociales, ante un purpurado bien acomodado en los capitales y la gozosa vida intramuros, omiten los jurados votos sacerdotales de pobreza, castidad y obediencia.Les ha venido a resultar Francisco, un apóstata del Concilio de Trento (1562-1563), que abandonando el último Concilio Vaticano II, se había recluido la Santa Madre Iglesia, con su dejadez de los principios que rigen la religiosidad cristiana más pura, en la defensa, favor y equidad con las clases más desventuradas, desfavorecidas y explotadas vilmente por las indecentes clases empresariales, en su correcto proceder con los demás semejantes.
E incluso han involucionado, retornando a viejas prácticas de los dogmas en un integrismo católico en desacorde con los tempos de la actual centuria. El Cabeza de la Iglesia, Francisco, ha optado en su pensamiento de fe y dignidad cristiana, por la pobreza en todas sus actuaciones y prédicas: “Iglesia de pobres, para los pobres”. En estos devotos principios nada tenían de paralelismo con el Papa precedente, quien prefirió incluso la frivolidad en sus atuendos eclesiales: todo era de diseño exclusivo. Y el olvido de solidarizada misericordia con sus semejantes.
Todas las declaraciones del Papa Bergoglio no están dictadas por sus asesores papales, son de su fe, puño y letra y leídas por él en sus homilías. En todas estos sermones existe una aproximación con los principios de la Teología de la liberación, que tanto persiguieron los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, en una cruel cruzada, contra este fundamento cristiano basado en la lucha por la justicia social en las comunidades católicas de Sudamérica desde 1968. Su carácter solidario y de compasión con los demás de esta doctrina humanística, estaba en contra de la desalmada explotación de las clases dominantes económicamente y la miseria en que viven, que gran parte de la iglesia católica apoya, incomprensiblemente, contra las ideas cristianas.
El comprometido Papa, predicador del cristianismo y del credo con el que comulga, se ha topado con la Iglesia. Con una buena parte de la curia obispal y cardenal, y de tantos católicos, que están muy bien cobijados en un Dios inmisericorde que no es de este mundo, en una Iglesia que vive de espaldas a la realidad social y de los tiempos. Muchos de los practicantes cristianos no están en acuerdo con sus preceptos y prédicas del revolucionario Pontífice. O en otras sectas dentro de la misma Iglesia, que han hecho del catolicismo una Iglesia de ricos, o de un Dios de ricos y un Dios de pobres.
El Papa Francisco no duda en denunciar a todos aquellos fariseos que incumplen las creencias cristianas, con un comportamiento social mezquino y cruel con los demás, de corruptos, hipócritas, de explotadores laborales: “Con el pan no se juega”, sermonea; denuncia a los estafadores al fisco, que luego pretenden lavar su inmoralidad e inconsciencia pagando con dinero a la iglesia, en busca de indulgencias a sus obscenos desafueros. Y reconoce que el cambio climático es originado por el hombre y su torpeza con el medio ambiente.
No duda en apartar de su seno clerical a todos aquéllos bochornosos pederastas que abusan de la debilidad física y mental de los infantes maltratados por sus depravaciones, con llamadas al orden y apartarlos,por un credo limpio y digno. Respeta a los homosexuales, en sus apetitos amatorios o de sexo con los de igual género. Defiende a la mujer en su género, como parte de la familia católica con todos sus derechos, valores y virtudes. Ni se arruga ante los poderes económicos o parlamentos, para decirles las verdades del barquero en sus propias narices.Y cantarle a la Cosa Nostra, de su desprecio por los viles negocios mafiosos, recordándoles que “El dinero es el estiércol del Diablo”.
Augura el Papa Francisco que su pontificado será corto. Puede que le aburran o se quede solo con sus practicadas creencias cristianas, ante las profundas raíces de esta Iglesia de las finanzas y el olvido de la sufrida clasehumana. O puede, que le sirvan un ‘té muy cargado’ al crepúsculo, como al sonriente y anterior Papa Juan Pablo I, que se indigestó y no amaneció.
En los dos años del Sumo Pontífice Jorge Mario Bergoglio le ha dado un vuelco a los dogmas cristianos incumplidos por la curia vaticanista desde tiempos ha, y en muchos de los prelados de cada diócesis. El Vaticano era (y aún es) lo más parecido a un entramado de empresa financiera. Nada de cristianismo ortodoxo. Solo piensan los regentes cardenales en las riquezas materiales, en el vil metal, en la banca, en los negocios de todo pelaje que puedan generar cuantiosos dividendos a la banca vaticana. Es también un pequeño paraíso fiscal donde celosamente guardan el dinero de tantos negocios obscenos, amorales y de muy dudosa procedencia, para ser blanqueados y santificados entre las paredes del súmmum del catolicismo (que no de la cristiandad).
La llegada de este Papa renovador en las creencias establecidas en el esencial cristianismo, en este intrépido predicador de la justeza y las infamias sociales, ante un purpurado bien acomodado en los capitales y la gozosa vida intramuros, omiten los jurados votos sacerdotales de pobreza, castidad y obediencia.Les ha venido a resultar Francisco, un apóstata del Concilio de Trento (1562-1563), que abandonando el último Concilio Vaticano II, se había recluido la Santa Madre Iglesia, con su dejadez de los principios que rigen la religiosidad cristiana más pura, en la defensa, favor y equidad con las clases más desventuradas, desfavorecidas y explotadas vilmente por las indecentes clases empresariales, en su correcto proceder con los demás semejantes.