Para los que somos firmes partidarios de la lucha contra el cambio climático y la transición energética, una primera lectura del acuerdo de la COP 28 nos genera una profunda decepción. Otros intentan ver elementos positivos, quizá esperanzadores, en el texto como es el caso de triplicar la potencia instalada de energías renovables o doblar las inversiones en eficiencia energética. Como suele pasar en estas ocasiones, surge fácilmente la dicotomía entre ver el “vaso medio vacío” o el “vaso medio lleno”.
Sin embargo, ésta no es una ocasión donde merezca la pena perder el tiempo con visiones voluntaristas o pesimistas del ritmo al que la comunidad internacional va para frenar los efectos negativos del cambio climático. Una lectura del documento acordado que sea concienzuda y que tenga en cuenta todos los aspectos de entorno, agentes implicados y estrategias de cada uno de ellos, genera una conclusión que no es evidente. Ayudándonos del viejo aforismo latino ‘cui prodest’, podemos concretar qué hay realmente detrás del acuerdo de Dubái: la prórroga por 50 años más del dominio de la energía global por los petroestados.
Primero vayamos a las formas y después al fondo ya que, en determinadas ocasiones, las formas son tan importantes como el fondo. Después de más de 25 ediciones celebrándose en países occidentales o próximos al bloque occidental, los petroestados han capturado la organización de las COP, primero el año pasado en Egipto como paso previo y este año directamente en UAE. No parece muy razonable que, si como indican todos los estudios científicos disponibles hasta la fecha, el grueso de las consecuencias negativas del cambio climático se debe a la acción del hombre y sobre todo a la quema de combustibles fósiles, una conferencia que pretende luchar contra ese cambio climático antropogénico se celebre en un país donde el petróleo es su principal fuente de ingresos y el componente esencial de su Producto Interior Bruto (PIB).
Tampoco parece muy razonable que dicha conferencia sea presidida por el director general de la principal petrolera emiratí que se permite el lujo de aseverar que “no hay ciencia” que avale que una eliminación de los combustibles fósiles limitaría el calentamiento global a 1,5ºC. Menos aún parece muy razonable que según las publicaciones de la BBC, Emiratos Árabes Unidos planeaba aprovechar las reuniones en el contexto de la Conferencia de las Partes para promover acuerdos de la industria petrolera y gasista con gobiernos extranjeros. Y ya definitivamente imposible si tenemos en cuenta que la próxima COP (la 29) será en Azerbaiyán, el país gasista por excelencia de Asia Central y bajo una profunda influencia rusa.
Por consiguiente, las formas delatan una buena parte de lo que está en el fondo. Por un lado, los petroestados enfrentan un reto de corto-medio plazo como es la reducción de la demanda industrial de combustibles fósiles en Occidente, a lo que se suma el incremento de los costes de exploración y extracción de petróleo (cada vez más offshore y a profundidades mayores). Sin embargo, aunque la demanda total fósil se reduzca, la dependencia del gas natural es cada vez mayor tanto para el sistema eléctrico (garantía de suministro) como para la demanda térmica en industria, transporte y edificación, sectores altamente presionados por la legislación anticontaminación.
Este proceso irá a más conforme la demanda industrial se recupere y se vaya viendo hacia 2035- 2040 que no es posible cumplir con los objetivos de reducción de emisiones GEI. Los petroestados apuestan claramente por el fracaso de las políticas climáticas europea y americana, lo cual les sitúa en una posición privilegiada de control del mercado energético mundial a través del gas natural y, también, del petróleo. La frase introducida en el acuerdo de la COP28 que establece el “principio del fin” de los combustibles fósiles para 2050, lejos de ser algo por lo que debamos congratularnos en Occidente, es en toda regla un precio futuro del petróleo, de manera que el precio del último barril de crudo extraído no tenderá a cero sino a infinito, porque tendrá que ser necesariamente consumido.
Los protagonistas del mercado energético desde hace 70 años saben perfectamente que hay reservas de petróleo y gas suficientes y que la idea del peak oil sigue siendo quimérica. Pero para poder retener el control del mercado es necesario crear una restricción artificial a sabiendas de que la demanda de combustibles fósiles seguirá existiendo y con relevancia dentro de 25 años.
Para eso se introduce este “principio del fin” de los fósiles. Crear condiciones de incertidumbre en la oferta conforme nos vayamos acercando a 2050.
Por otro lado, además del control de los combustibles fósiles, para mantener el poder energético global, los petroestados están obligados a diversificar su cartera de inversión en tecnologías no emisoras de CO2 que, además, les proporcione una rentabilidad atractiva. Aprovechándose de las necesidades tanto financieras como tecnológicas de los occidentales, los fondos soberanos árabes y orientales fijan su atención en las renovables, la hidroeléctrica y la nuclear. Por ello, el texto de la COP28 en cuanto al objetivo de renovables y eficiencia energética satisface tanto a demandantes como oferentes. Es un interés común y forman parte de un circuito cerrado: los unos necesitan a los otros, y los otros a los unos. De esta forma, los capitales árabes y asiáticos se imponen a los institucionales americanos y europeos (con la excepción del fondo soberano de Noruega) en la posición más destacada para promover las nuevas tecnologías no emisoras.
Hasta incluso se permiten el lujo de atender demandas fundamentalmente occidentales con elementos muy discutibles desde el punto de vista químico, físico y termodinámico como es la captura de CO2 bajo tierra o el transporte y empleo de hidrógeno renovable como fuente primaria de energía. Blanquear el consumo de gas natural bajo una tecnología novedosa, pero traicionera, como la captura de CO2 bajo tierra es una bomba de relojería como los residuos nucleares.
Éstas son las claves que conforman una cierta paradoja entre una mayor presencia de un combustible fósil como es el gas natural y, al mismo tiempo, una mayor potencia instalada de renovables. Y todo ello como ariete para la lucha contra el cambio climático y la transición energética. Para ejecutar un plan como éste, es normal que en la resolución final de la COP28 haya pocas referencias a hitos, metas a alcanzar por países o periodos límites. Merece la pena resumir cuáles son los asuntos acordados para casarlos con el análisis realizado más arriba.
- Triplicar la capacidad mundial de energía renovables y duplicar la tasa media anual mundial de mejora de la eficiencia energética para 2030.
- Acelerar los esfuerzos en todo el mundo hacia sistemas energéticos de emisiones netas cero, utilizando combustibles de baja o nula emisión de carbono mucho antes o alrededor de mediados de siglo.
- Abandonar los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de forma justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica, con el fin de alcanzar el objetivo de cero emisiones netas en 2050, de acuerdo con la ciencia.
- Acelerar las tecnologías de emisiones cero y bajas, incluidas, entre otras las energías renovables, la energía nuclear, las tecnologías de reducción y eliminación, como la
captura, utilización y almacenamiento de carbono, especialmente en sectores difíciles de reducir, así como la producción de hidrógeno verde.
- Acelerar y reducir sustancialmente las emisiones de gases distintos del dióxido de carbono a escala mundial, incluidas en particular las emisiones de metano, de aquí a 2030.
- Acelerar la reducción de las emisiones del transporte por carretera por diversas vías, entre ellas el desarrollo de infraestructuras y el rápido despliegue de vehículos con cero o bajas emisiones.
- Eliminar lo antes posible las subvenciones ineficientes a los combustibles fósiles que no abordan la pobreza energética ni las transiciones justas.
- Reforzar la resiliencia y reducir la vulnerabilidad al cambio climático, cifrando las necesidades económicas de la adaptación de los países en desarrollo en cantidades que oscilan entre 215.000 y 387.000 millones de dólares anuales hasta el 2030.
- En lo referido a las finanzas se estima que se necesitará una inversión en renovables, alrededor de 4,3 billones de dólares anuales hasta 2030 y aumentar hasta los 5 billones de dólares anuales hasta 2050 con el objetivo de alcanzar las emisiones cero en ese año.