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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

La incomodidad de estar donde no se espera que estés

Archivo | Cabeza de la manifestación a su paso por el Hospital Reina Sofía, frente al Río Segura

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Hay algo profundamente incómodo en ocupar lugares incómodos. Más aún cuando nadie espera –o desea– que estés ahí.

Esta semana he vivido varias de esas incomodidades. He dado una charla para el Sindicato de Vivienda de Murcia, donde he explicado conceptos complejos del derecho de alquiler con palabras llanas, sin tecnicismos, sin jerga jurídica. Y lo he disfrutado muchísimo. Porque creo firmemente que los tecnicismos jurídicos no son solo una barrera, sino una forma sutil de mantener a las personas alejadas de su capacidad real de ejercer derechos y resolver conflictos de manera pacífica. Explicarles cómo negociar cláusulas abusivas o cuándo procede una reparación es, en mi forma de ver el mundo, un pequeño acto de democratización de la sociedad.

Y sin embargo… qué incómodo resulta que una abogada haga eso, ¿verdad?

“¿Qué haces tú con el sindicato?”, me han dicho algunos compañeros. Y digo compañeros porque, curiosamente, son los mismos que no se escandalizan cuando defendemos –con plena legitimidad profesional– a alguien que sabemos que ha cometido un delito. Eso sí lo entienden: “Todos tienen derecho a defensa”. Pero que expliques el funcionamiento de la fianza o los límites de una subida de alquiler en una asamblea vecinal… eso parece cruzar una línea. Me sigo preguntando: ¿qué línea?

También he asistido a las Jornadas de la Asociación Española de Abogados de Familia, que este año se celebraban en Murcia. Y he vivido otra forma de incomodidad: estar presente en una ponencia donde se defendía, desde la tribuna, una postura abiertamente contraria a una ley de protección frente a la violencia de género. Lo más preocupante no fue solo el discurso, sino la forma en que se blindó detrás del argumento de la independencia judicial. Como si la independencia sirviera para legitimar ideologías personales por encima de los derechos fundamentales. Como si ese principio –que tanto hemos defendido– fuera una coartada para perpetuar prejuicios desde el estrado.

Esa incomodidad tiene muchas capas: la de querer levantarte y decir algo, la de no saber si tu silencio te hace cómplice o si tu presencia, al menos, sirve como testimonio. La de sentir que, incluso entre profesionales del derecho, hay batallas que aún se libran desde trincheras ideológicas, y no desde el compromiso con la justicia.

Entiendo que nadie diga nada, el aplauso de todos los presentes, que solo en confianza y voz bajita te confiesen que no está bien lo que está pasando. Pero lo entiendo en su justa medida. Creo que llega un punto en que llegamos a vestirnos de cobardes y eso tampoco está bien, porque en 10 años yo no quiero decir que estuve ahí y pasé totalmente desapercibida. Todo ello con el profundo respeto que guardo a mis compañeros abogados y abogadas. ¿Es compatible una buena relación hacía ellos con tener criterio propio? Un mundo complicado el de la abogacía.

Pero también, en ese contexto, viví un encuentro hermoso: conocí en persona a una compañera de Valencia con la que llevaba tiempo hablando por redes sociales. Y fue lo mejor del fin de semana. Porque en medio del ruido, del juicio ajeno y del desencanto profesional, a veces aparecen personas que te recuerdan por qué empezaste. Y con quienes puedes hablar de maternidad, de derecho y de derechos sin necesidad de explicar por qué te importan todas a la vez.

Y sí, para rematar, esta semana he tenido esa otra incomodidad: me ha encantado la canción de España en Eurovisión, me ha parecido potente, honesta, conmovedora… pero no puedo celebrar el festival. Porque no puedo ignorar que ha servido para blanquear, este año otra vez, una situación absolutamente insostenible en términos de derechos humanos. Que una estructura cultural de esa magnitud elija hacer como si no pasara nada, mientras se comete un genocidio, no puede simplemente obviarse, es el momento de tomar partido porque se está haciendo historia y se está haciendo mal.

Ahí estoy: entre la emoción de una voz que me encanta y el rechazo profundo de una plataforma que, en nombre del espectáculo, aprovecha para que todos los estados miren a otro lado. Estar en esa incomodidad, no huir de ella, es también una forma de resistencia, al menos, poder nombrarla.

Y al final, de eso se trata. De elegir estar donde no es cómodo. De ocupar espacios donde no se espera que estés. De no renunciar a las contradicciones porque hay cosas que se transforman sólo cuando alguien decide no callarse, no retirarse, no mirar desde lejos.

La vida profesional y personal está llena de zonas grises. Y lo cómodo, muchas veces, es no incomodar. Pero también es estéril. Porque lo que realmente cambia algo –en el derecho, en la sociedad, en una misma– no ocurre en las zonas seguras, sino en esas fronteras difusas donde una charla, una objeción o una canción pueden ser una declaración política.

No siempre es fácil estar en esos lugares. A veces agota. Pero si no estamos ahí, ¿quién se queda a mirar de frente lo que no funciona?

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