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El Paseo de la Cultura y las Artes donde antes estaba el Guiniguada

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Las Palmas de Gran Canaria no supera su condición de ciudad poco inteligible ni de ofrecerse a un lenguaje de fácil comprensión. Nada ha mejorado este diagnóstico desde que Alfredo Herrera en su libro principal sobre la ciudad de Las Palmas subrayó esta anomalía.

Ha salido a escena Isabel Corral que asistida de la razón afirma que para lo previsto en el concurso de ideas no hacen falta alforjas de ingenio internacional. También pide la retirada de las bases.

Y es claro que mi ciudad no se ofrece a un lenguaje de fácil comprensión. Díganme cómo explico a un forastero que en el viento oeste de la ciudad, un arco de 160 metros sirve para colgar un viaducto igual de largo que resulta ser del todo innecesario toda vez que no salva ningún anchuroso curso de río. El forastero a primera vista ve el puente y busca y no encuentra el río que en buena lógica debiera  estar bajo el puente. Una ironía. 

No será más fácil explicar al extranjero que mirando al viento del Este, observa que un cauce largo y ancho como el del barranco del Guiniguada cuando llega a la ciudad cambia su condición. El padre Guiniguada, otrora un bello valle cruzado por puentes que discurre con esplendor a cielo abierto desde el centro de la isla, al atravesar el centro de la ciudad en su búsqueda por aliviarse en el mar,  desaparece porque pasa a estar soterrado.

Ni les cuento lo menesteroso que resulta explicar que ese barranco no está solo enterrado sino también tapiado al llegar al mar por una autovía que se hizo necesaria para la conexión viaria con el sur de la isla. Una forma grosera de poner al barranco y a la ciudad de espalda al mar.

A esos visitantes extraños y desorientados pero interesados, les diré que esas cosas sucedieron en un tiempo pasado. Y que ese tiempo pasado es un país extranjero donde las cosas se hacen de otra manera. 

Asimismo apelaré con mi anfitrión al concepto del Zeitgeist que responsabiliza de lo que pasa al espíritu de la época y al alma cultural del público en cada momento. Los románticos alemanes llegaron a personalizar el Zeitgeist hasta convertirlo en agente protagonista del devenir histórico. Somos y hacemos  lo que la sociedad civil  produce en cada momento. Pero si quiero explicar qué le pasó y qué le pasa a mi ciudad debo acudir al comodín de la ironía.

Escribí en dos ocasiones variaciones sobre el mismo tema. En El Guiniguada o el tamaño de una ambición rogaba a la ciudad estar a la altura de la ambición anhelada por sus vecinos. También me referí al Guiniguada como territorio determinado por la rabiosa presencia del agua dulce y del agua salada. A la vista de lo acontecido, deduzco que han descontado la presencia del agua dulce y también la del agua salada y se ha debido contener el tamaño de la ambición.

El Guiniguada va a quedar bajo tierra y cerrado con la tapia del mar. No puedo evitar el chascarrillo que refiere a una mano agitándose sobre el suelo, ¡estoy vivo! No, no estás vivo, estás mal enterrado. Ahora quedará enterrado en forma definitiva.

Decía que era una ironía. Porque una ironía sucede si expreso algo contrario a lo que quiero decir. La ironía funciona si el que habla y el que escucha están en sintonía y saben decodificar el episodio. Este recurso ya lo utilizaba Sócrates. Bastante más tarde, Duchamp acuñó la metaironía, un arma más perversa que sucede cuando se representan a los opuestos sin resolver la ironía. Nos olvidamos del objeto que nos convoca y no es que sea nihilismo, es disolución.

El paseo puede ser de la Cultura y de las Artes, pero ya no del Guiniguada, que será recuerdo bajo tierra. El arte es la perfección de la naturaleza. La naturaleza hizo un mundo y el arte puede hacer otro. Hemos visto la ironía. Shakespeare tuvo la última palabra para resolver que el nombre que se da a cada cosa no afecta a lo que las cosas son en realidad: a rose by any other name. Y la cosa o la rosa, llamémosle como se quiera es tan solo un acondicionamiento de la carretera de Tafira, la GC-110, que ojalá sume arte y cultura. Y pocos árboles porque estos no crecen sobre las bóvedas de hormigón que van a seguir canalizando el barranco.

Para terminar quiero que vuelva Alfredo Herrera para intentar interpretar a la ciudad como expresión de una taumaturgia marina e intentar también identificarla con su histórico ensimismamiento. Es mala puerta para salir de un pasado de nostalgia la que da entrada a un futuro de indiferencia.

Las Palmas de Gran Canaria no supera su condición de ciudad poco inteligible ni de ofrecerse a un lenguaje de fácil comprensión. Nada ha mejorado este diagnóstico desde que Alfredo Herrera en su libro principal sobre la ciudad de Las Palmas subrayó esta anomalía.

Ha salido a escena Isabel Corral que asistida de la razón afirma que para lo previsto en el concurso de ideas no hacen falta alforjas de ingenio internacional. También pide la retirada de las bases.