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Polarización política y democracia

La pandemia del coronavirus y sus consecuencias económicas y sociales han provocado una situación inédita. Ya estamos abandonando los momentos más trágicos de la crisis sanitaria gracias al enorme esfuerzo colectivo de una población que aceptó disciplinada y solidaria uno de los confinamientos más duros de Europa, pero aún existe una enorme incertidumbre sobre la magnitud de los efectos que tendrán la destrucción del tejido productivo, el aumento de la pobreza y la desigualdad tras dos meses de parón económico casi total. En estas circunstancias son más importantes que nunca la unión y el consenso para adoptar las medidas necesarias y responder a las demandas colectivas como se ha hecho en Canarias sumando esfuerzos. En ello han estado el Gobierno autonómico, los cabildos, los ayuntamientos, el Parlamento, la sociedad civil…

Sin embargo, estamos viendo cada día en la política estatal un nivel de polarización y crispación política desconocido hasta el momento, con imágenes poco edificantes e intercambios de insultos permanentes tanto a través de redes sociales como en el Senado y en el Congreso de los Diputados en el que la portavoz del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, llegó a acusar al vicepresidente del Gobierno de España de ser “hijo de un terrorista”. Día tras día leemos y escuchamos declaraciones de la extrema derecha machistas, racistas, homófobas, negando la legitimidad del gobierno democrático e incluso alentando posiciones de insubordinación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Las sociedades desarrolladas han sufrido un proceso paulatino de polarización política e ideológica que se ha visto incrementado en los últimos años y más concretamente en la última década. Las razones son múltiples, pero cabría destacar el aumento de la desigualdad en los países desarrollados como consecuencia de las políticas neoliberales y la consiguiente pérdida de confianza en el sistema democrático por parte de la población. También la frustración de esos sectores desfavorecidos al no encontrar respuestas inmediatas a sus demandas. Más recientemente ha sido decisiva la articulación internacional de un potente movimiento de extrema derecha fundamentado en el discurso del odio, amplificado por las redes sociales y su efecto “cámara de eco”. Interactúan en estas redes solo con las personas que comparten su opinión lo que los reafirma en sus posicionamientos y los aleja de los demás.

Lejos de ser un problema menor, la polarización política debería ser una de nuestras principales preocupaciones y mucho más en el actual escenario ya que, como explica Javier García Arenas, doctor en Economía del área de planificación estratégica y estudios de CaixaBank, a mayor polarización, más difícil resulta generar consensos amplios entre grupos con sensibilidades distintas para acometer reformas profundas que permitan que la sociedad avance. Es decir, la polarización es un obstáculo para el progreso.

La derecha es perfectamente consciente de esto y por eso aplica, desde hace tiempo una deliberada estrategia de la crispación, que inauguró Aznar para derribar al Gobierno de Felipe González y posteriormente Rajoy contra José Luis Rodríguez Zapatero. Belén Barreiro e Ignacio Sánchez Cuenca, dos de las personalidades más destacadas de la sociología en España, ya analizaron este fenómeno en un estudio de la Fundación Alternativas en 2007.

Según Sánchez-Cuenca, en declaraciones al periódico El País, la crispación “es un mecanismo que el PP aplicó en la última legislatura de Felipe González; en la primera de Zapatero y hoy con Sánchez, acompañado de Ciudadanos. Consiste en insistir en que España está amenazada como nación por la debilidad del PSOE, cómplice de sus enemigos, y elige como campo temas sensibles como el terrorismo y la cuestión territorial. Además, como vemos estos días, elude el debate político al centrar la agenda en ataques personales a ministros y al presidente”.

Hace unas semanas en el Congreso de los Diputados, Patxi López, el presidente de la Comisión para la reconstrucción estalló, después de que la sesión constituyente se convirtiera nuevamente en un espectáculo deplorable con múltiples acusaciones cruzadas. Estas fueron sus palabras: “Este es el momento de entender para qué sirve la política. Si no somos capaces, es que no servimos para nada. Debiéramos de ser capaces de autocensurarnos para estar a la altura de las circunstancias. Vuelvo a disculparme. No ahondemos en esto y hagamos lo que tenemos que hacer”.

Suscribo completamente la opinión de Patxi López porque además creo que los progresistas somos los primeros interesados en frenar esta dinámica que ha convertido a España en uno de los países más polarizados de su entorno. En varias intervenciones públicas he señalado que la “antipolítica” es una actitud profundamente reaccionaria, y más en estos momentos en los que se está demostrando que para millones de personas es la política lo único que les puede garantizar unas condiciones de vida dignas. La desafección que provoca la crispación y el “todo son iguales” privan a las personas que más lo necesitan de la principal herramienta con la que cuentan para mejorar sus vidas.

Afortunadamente creo que en Canarias esta dinámica polarizante y de crispación está más atenuada. No quiero pecar de chovinista, pero somos una sociedad plural, abierta y tolerante, en la que los discursos de odio no han tenido el mismo recorrido que en otros territorios. Prueba de ello es que la extrema derecha no consiguió representación en ninguna de las instituciones de Canarias. Pero ello no quiere decir que no nos afecte y no estemos atentos a los riesgos que entrañan esos discursos en un territorio con los niveles de pobreza, desigualdad y exclusión social que tiene Canarias y que además es una de las fronteras sur de Europa y por lo tanto receptora de personas migrantes, uno de los aspectos centrales del discurso de las nuevas derechas.

Creo que todos los demócratas tenemos la obligación de trabajar para frenar la polarización y la crispación, porque ponen en riesgo la propia democracia y la capacidad de los sistemas políticos para solucionar los problemas de la gente. Podemos empezar por las redes sociales, no compartiendo las publicaciones que buscan provocar y sembrar el odio, evitando consumir fake news o no dando credibilidad a los bulos que nos llegan a través de mensajería instantánea y otros canales. También como ciudadanos tenemos que castigar electoralmente a los partidos y representantes políticos que pretenden sacar rédito electoral azuzando los lógicos miedos e incertidumbres de las personas.

Pero es evidente que los que ejercemos la labor de representación pública somos los que tenemos la principal responsabilidad. La mejor manera de frenar estas estrategias es dando respuesta a las demandas ciudadanas, mejorando nuestros sistemas de protección social, avanzando hacia un modelo más sostenible, justo e igualitario, mejorando la transparencia de nuestras instituciones y la participación en la toma de decisiones. Debemos incorporar toda la inteligencia colectiva de nuestra sociedad, contando con las organizaciones económicas y sociales para generar amplios consensos, ya que es la única manera de afrontar con garantías una diversificación de la economía canaria sin dejar a nadie atrás.

Quiero huir del catastrofismo, pero acabamos de salir de la “Gran Recesión” que nos hizo perder casi una década de crecimiento y bienestar social y nos encontramos en medio de una pandemia, que ha generado una crisis sanitaria, económica y social, junto con una crisis climática que nos exige actuar de inmediato para frenar sus efectos. Estamos en un momento decisivo que exige decisiones transcendentales con amplios consensos y ello será imposible si sustituimos el debate público por la confrontación cainita, los insultos, las descalificaciones y el no reconocimiento de las opiniones discordantes.

Desde el Cabildo de Gran Canaria queremos hacer política con mayúscula para alejarnos de estos riesgos. Por eso estamos comprometidos en facilitar la protección de las personas más vulnerables e impulsar medidas eficaces para recuperar el desarrollo sostenible de nuestra isla y de Canarias.

La pandemia del coronavirus y sus consecuencias económicas y sociales han provocado una situación inédita. Ya estamos abandonando los momentos más trágicos de la crisis sanitaria gracias al enorme esfuerzo colectivo de una población que aceptó disciplinada y solidaria uno de los confinamientos más duros de Europa, pero aún existe una enorme incertidumbre sobre la magnitud de los efectos que tendrán la destrucción del tejido productivo, el aumento de la pobreza y la desigualdad tras dos meses de parón económico casi total. En estas circunstancias son más importantes que nunca la unión y el consenso para adoptar las medidas necesarias y responder a las demandas colectivas como se ha hecho en Canarias sumando esfuerzos. En ello han estado el Gobierno autonómico, los cabildos, los ayuntamientos, el Parlamento, la sociedad civil…

Sin embargo, estamos viendo cada día en la política estatal un nivel de polarización y crispación política desconocido hasta el momento, con imágenes poco edificantes e intercambios de insultos permanentes tanto a través de redes sociales como en el Senado y en el Congreso de los Diputados en el que la portavoz del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, llegó a acusar al vicepresidente del Gobierno de España de ser “hijo de un terrorista”. Día tras día leemos y escuchamos declaraciones de la extrema derecha machistas, racistas, homófobas, negando la legitimidad del gobierno democrático e incluso alentando posiciones de insubordinación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.