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Y todas las primaveras

La duda crece a medida que el entorno parece más absurdo. Puede que todo provenga de una equivocada idea de progreso. Progreso solo entendido como avance. Y no. Aunque se avance en la falsedad del tiempo, no siempre se mejora en la calidad, en la felicidad, en la contemplación. Así, el escritor peruano Jaime Bayly exprime como contrafiguras a García Márquez y a Vargas Llosa, y nos sitúa en un episodio ocurrido entre ambos a mediados de los setentas, y en sus muchos antes y sus ciertos despueses. “Los genios” (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2023) pretende ser una novela, casi es una crónica periodística extensa. Cuando se acaba y aparece la palabra “fin”, apetece seguir con la historia. La obra podría titularse “los monstruos” en lugar de “los genios” porque todo se magnifica con los años. 

Por eso esta primavera de calor excesivo y farándula electoral, no puede traducirse al italiano ni al griego: solo se dice en castizo, en casposo, en retruécano madrileño preñado de uniformes militares sin venir a cuento, desplantes a ministros, entronizaciones de marionetas, encubrimientos de despropósitos. Cerca de Sol, la puerta en obras perpetuas, está el callejón de los espejos cóncavos y convexos que Valle-Inclán implantó alegremente para acuñar su esperpento. Allá deberían haberse ido muchas de las personas que intervinieron en los fastos del 2 de mayo: nunca una derrota, una masacre de los mamelucos, dio para tanta celebración. Se iguala al 11 de setiembre catalán, anterior en el tiempo, pero con la constante borbónica de Felipe V y las idiocia de Fernando VII, retratado por Goya tan vestido como desnuda su estúpida mirada. En menudo siglo XIX metió a este país. Incomparable.

Sin embargo, y aunque se disimule, estamos en 2023, el año de las toquillas, de la alegría posterior a la pandemia, de los grandes expresos europeos, de la inteligencia artificial -no se habla de otra cosa en los mentideros. Y de los pobres y de los desfavorecidos, y de las personas maltratadas por la vida, por el destino, por el desacierto, por el anhelo de la extinción para liberarse de todo ello. En el libro de Bayly, hacia la mitad, le dice García Márquez a Neruda: “Recuerda, Pablo (…) que los presidentes se vuelven expresidentes, pero los premios Nobel no se vuelven expremios Nobel: son premios Nobel para toda la vida y toda la eternidad.” Era 1971, en París cenaban y Pablo escribía su discurso en una servilleta.