Los primeros difusores de noticias falsas

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Dos profesores de psicología de la Universidad de Harvard concluyen que los adultos de más de cincuenta años son responsables del ochenta por cierto de la difusión en Twitter de noticias falsas; y que los mayores de sesenta y cinco las ven en Facebook siete veces más que los usuarios de menos edad. Según su investigación, la edad es un factor determinante en la predicción de quiénes van a creer este tipo de fabulaciones dado que los mayores los que más comparten y, consecuentemente, difunden noticias falsas.

Tres razones sustancian este fenómeno que resulta, cuando menos, curioso. Una, el paso del tiempo origina deficiencias cognitivas que impiden a los mayores distinguir con facilidad la verdad de la mentira. Otra, los cambios sociales; y en tercer lugar, la falta de conocimiento de cómo funcionan las redes sociales. 

Tales deficiencias, por ejemplo, se plasman en el hecho de que, a diferencia de lo que ocurre con los jóvenes, se olvida dónde fue leída, escuchada o vista la noticia, es decir, de dónde procede la información.  La consecuencia de esto, según los autores del trabajo, es singular: la existencia de agencias u otros actores dedicados a comprobar la veracidad de las noticias no serviría de mucho. La etiqueta sobre la falsedad de una noticia se borraría de la memoria, pero el contenido de la noticia no. Y es completamente cierto. Hay estudios que muestran que las personas mayores que ven repetidamente una información, aunque esté acompañada de una advertencia sobre su falta de veracidad, la acaban dando por cierta con el tiempo.

Claro que no todo iba a ser malas noticias para los mayores. Los autores aclaran que, con el paso del tiempo, el conocimiento general adquirido es mayor lo que les permitiría diferenciar con precisión entre la verdad y la mentira. A su vez, con la edad suele adquirirse la costumbre de adherirse a lo ya conocido, rechazando puntos de vista que contradicen lo que se sabe, impidiendo que las noticias falsas sean creídas incluso aunque estén elaboradas con esmero.

Veamos ahora las alusiones a los cambios sociales, la segunda de las explicaciones. Se afirma que la soledad de los mayores les lleva a compartir mayor cantidad de noticias falsas. Pero, tratándose (para muchos) de una consideración menor, en el artículo se cita que “no son los mayores quienes más solos están, en esto les acompañan, por ejemplo, quienes se encuentran al final de la veintena. El problema parece radicar, más bien, en que al aumentar la edad también aumenta la confianza en los demás, lo que hace a los mayores más propensos a creer la información que proviene de fuentes dudosas”.

Aquí cabe contextualizar que muchos mayores no son muy buenos detectando mentiras, especialmente si estas tienen su origen o son compartidas por conocidos o gente de una edad similar. Está probado que los mayores no buscan incrementar su caudal de información, sino aumentar su contacto con otros, de modo que su preocupación no es precisamente la veracidad o precisión de lo que se comparte. Los investigadores de Harvard afirman que “es cierto que se estará más dispuesto a creer y compartir noticias falsas que confirman nuestra forma de ver el mundo o que encajan con nuestras ideas. Sin embargo, se ha demostrado que la creencia en este tipo de información fabricada no se debe tanto a motivos sociales o propósitos ideológicos y sí a la pereza del pensamiento. Pero los mayores son menos perezosos que los más jóvenes: el razonamiento analítico se incrementa con la edad”.

La falta de conocimiento sobre el universo digital es una razón que aparece como la de más peso a la hora de dar cuenta de por qué los mayores comparten una mayor cantidad de noticias falsas. Incluso las habilidades analíticas sucumben ante las elaboradas falsificaciones que pueden hacerse en el mundo digital. La prueba más clara la tenemos en las fotografías adulteradas o en las composiciones trucadas. No es necesario que sean perfectas. Fotos trucadas de manera evidente y tosca pueden convencer a quien se ha incorporado de manera tardía al mundo de las redes sociales, como ocurre con los mayores. Se ha mostrado que, por un lado, la capacidad de distinguir fotos falsas disminuye con la edad y, por el otro, las noticias que van acompañadas de una imagen son aceptadas como verídicas con más facilidad (y ello aunque la imagen no añada nada al texto) y, además, son más compartidas.

De todo lo expuesto, no debería deducirse que los mayores comparten noticias falsas a propósito o que lo hacen intencionadamente más que los jóvenes. Al revés, cuando se les pregunta, se muestran menos dispuestos a hacerlo, lo que parece que quiere decir que el problema principal es la falta de conocimiento del mundo digital y sus complejos algoritmos.

En resumen, la explicación basada en las deficiencias cognitivas que se manifiestan con la edad y que parecía ampliamente aceptada debe dejar su lugar a la falta de formación sobre cómo funciona el mundo digital. Claro es, entonces, que no es lo mismo compartir esas noticias que creerlas. Los psicólogos autores de este trabajo afirman que quienes las compartan, sabiendo que lo son, persigan los mismos fines sociales o políticos que quienes las crearon. Pero no deja de llamar la atención –concluyen- que a mayor edad más vulnerable se sea a esta forma de engaño.

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