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De Prodi a Berlusconi

La coalición de Romano Prodi, del centro a los comunistas, disponía de un amplio programa de 250 páginas. Apenas cumplió con sanear parcialmente las cuentas públicas. Fue incapaz de desmontar la telaraña legal dejada por Berlusconi, uno de los hombres más ricos del mundo metido a político. Entre ellas, la referida a la ley Calderoli, aprobada a toda prisa poco antes de las anteriores elecciones generales por la mayoría de derechas. El montaje consistía en premiar a los partidos pequeños para que, si perdía don Silvio, obstaculizara la gobernabilidad. De convocar elecciones generales a corto plazo, en las condiciones actuales, Silvio Berlusconi cosecharía la mayoría absoluta con la ayuda habitual de los neofascistas y la Liga Norte. De ahí que el multimillonario esté presionando al presidente Napolitano para que la convocatoria tenga lugar el próximo mes de abril.

Tampoco merece la pena resaltar demasiado las cualidades políticas del caballero corrompido del reino mediático italiano. En el fondo, no es más que un oportunista con grandes medios de comunicación en su poder y miles de siervos posmodernos en su nómina. Su fórmula siempre gira en torno a la rebaja de los impuestos, acompañada con una gotitas de xenofobia. El centrista Romano Prodi, una especie de liberal con cierta aureola de patriarca cariñoso, dijo lo siguiente cuando comprobó que su renuncia iba camino de lo inevitable: “Me voy a casa, a Bolonia, a hacer de abuelo”. Vale. Este viejo político liberal y europeísta cuenta con méritos propios en el desastre sin gloria del centro izquierda. Su coalición fue incapaz de lograr siquiera la ley de parejas de hecho porque se encogió ante la presión de la iglesia católica. ¡Los italianos, tan lejos de los dioses y tan cerca del Vaticano!

Durante estos meses de gestión, la coalición de centro izquierda permitió la carrera de Italia hacia el primer puesto de desigualdades sociales de la vieja Europa en materia salarial y pensiones. Por no hablar del deterioro de las infraestructuras, de los servicios sociales en general, o de la incapacidad para responder de forma positiva a la mayoría de los ciudadanos que esperaban ver a sus soldados fuera de Afganistán. Una cosa es elaborar un amplio programa de gobierno para contentar a las tendencias políticas antagónicas repartidas entre ministerios y otros cargos públicos, y otra, muy distinta, conseguir que los 13 partidos coaligados no remen en función de sus intereses particulares, es decir, en dirección contraria a los demás que hacen lo mismo. Fuerzas que tiran en dirección contraria suelen anularse, paralizando la acción gubernamental. ¿Puede decirse algo más? Dos cosas, Berlusconi amenaza de nuevo y la izquierda parece desaparecida en combate. Aunque lo de combate sea una exageración.

Rafael Morales

La coalición de Romano Prodi, del centro a los comunistas, disponía de un amplio programa de 250 páginas. Apenas cumplió con sanear parcialmente las cuentas públicas. Fue incapaz de desmontar la telaraña legal dejada por Berlusconi, uno de los hombres más ricos del mundo metido a político. Entre ellas, la referida a la ley Calderoli, aprobada a toda prisa poco antes de las anteriores elecciones generales por la mayoría de derechas. El montaje consistía en premiar a los partidos pequeños para que, si perdía don Silvio, obstaculizara la gobernabilidad. De convocar elecciones generales a corto plazo, en las condiciones actuales, Silvio Berlusconi cosecharía la mayoría absoluta con la ayuda habitual de los neofascistas y la Liga Norte. De ahí que el multimillonario esté presionando al presidente Napolitano para que la convocatoria tenga lugar el próximo mes de abril.

Tampoco merece la pena resaltar demasiado las cualidades políticas del caballero corrompido del reino mediático italiano. En el fondo, no es más que un oportunista con grandes medios de comunicación en su poder y miles de siervos posmodernos en su nómina. Su fórmula siempre gira en torno a la rebaja de los impuestos, acompañada con una gotitas de xenofobia. El centrista Romano Prodi, una especie de liberal con cierta aureola de patriarca cariñoso, dijo lo siguiente cuando comprobó que su renuncia iba camino de lo inevitable: “Me voy a casa, a Bolonia, a hacer de abuelo”. Vale. Este viejo político liberal y europeísta cuenta con méritos propios en el desastre sin gloria del centro izquierda. Su coalición fue incapaz de lograr siquiera la ley de parejas de hecho porque se encogió ante la presión de la iglesia católica. ¡Los italianos, tan lejos de los dioses y tan cerca del Vaticano!