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Psicoanálisis social del coronavirus

Naomi Klein, en la Doctrina del shock, reflexiona y ofrece datos sobre el capitalismo del coronavirus: los grandes poderes, al igual que el virus, se esconden tan bien que la mayoría de la población no los ve, por eso apenas nos protegemos de las argucias de esa minoría poderosa que rentabiliza el sufrimiento de los “de abajo” para extraer beneficios económicos sin contemplaciones éticas o humanitarias. Estas inquietudes han sido cedidas muy sibilinamente a esa izquierda contenta de su utilidad para denunciar la inmoralidad de la mercantilización de la humanidad. A estas alturas, pasado un buen tramo de contabilidad histórica para saber en qué punto nos encontramos, los que gobiernan el mundo han sido unos astutos psicoanalistas al permitirnos desarrollar el mejor mecanismo de defensa colectivo siempre disponible en la historia del capital: la sublimación.

Para hacer frente a su merma de realización política, y, sin embargo, mantener la autoimagen, la izquierda ha sublimado su impotencia desviando sus preocupaciones ético-sociales e ideológicas preferentemente hacia Proyectos de Emancipación de Identidades. La energía psicológica necesaria para realizar su proyecto político y contestar a los proyectos de Mercantilización se sublima bajo el paraguas de actividades de voluntariado: trabajos en ONGs, autorrealización personal, narcisismo grupal (los que son de los míos y nadie más), etcétera. Con ello, el proyecto neoliberal (la mano que realmente mece la cuna) de mercantilización de las almas y de la existencia sigue su camino y reduce de paso la angustia que pueda generar cualquier momento de crisis. No solo reduce la angustia de la izquierda, sino la de los angustiados, como ahora en esta travesía cuya única tentación emancipadora es sacar el perro a la calle, mientras los de “arriba” sacan beneficios de posicionamiento gracias a la pandemia que atravesamos. En “Capitalismo del coronavirus, y cómo vencerlo”, Noami Klein recuerda que la estrategia es vieja: “esperar a que se produzca una crisis de primer orden o estado de shock, y luego vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados mientras los ciudadanos aún se recuperan del trauma, para rápidamente lograr que las ´reformas´ sean permanentes”.

Karl Polanyi, en su conocida y reconocida obra sobre el devenir histórico del capitalismo, La Gran Transformación, ya desde los años cuarenta del siglo pasado, consiguió argumentar con gran convicción un doble conflicto político encarado, por un lado, por el Proyecto Político de la Mercantilización de la Sociedad y, por el otro, los Proyectos de Protección Social, que buscaban preservar los derechos ciudadanos frente a los Pilatos que se lavaban las manos para privatizar el bien común. Es mucho después, en 2013, que la intelectual feminista y filósofa política Nancy Fraser, denuncia lo que entiendo ha logrado sublimar psicológicamente la acción política contra el Proyecto de Mercantilización, derivándolo o canalizándolo hacia el proyecto más provechoso de la Emancipación de Identidades socialmente estigmatizadas y, por eso, rechazadas.

Nancy Fraser nos recuerda que el consenso entre ambos proyectos es introducido por el neoliberalismo: el de Mercantilización (basado en la desigual distribución del beneficio económico producido por el trabajo de toda la sociedad) y el de Emancipación (basado en el reconocimiento de las identidades rechazadas: homosexuales, transexuales, derechos de igualdad de la mujer, minorías étnicas, inmigrantes, etc.) Sin embargo, quedan fuera de esta conjunción, o casi fuera, los excluidos de los beneficios del sistema económico, o sea, los que viven situaciones de necesidad y que forman parte de la llamada cuestión social, es decir, del proyecto de Protección Social cuyo objetivo es cubrir los derechos más básicos de las personas (lo que hacía, mejor o peor, el Estado Social de Bienestar). Es aquí donde el psicoanálisis neoliberal de la mercantilización de la vida ofrece sublimar la libido ético-social de los proyectos de protección social, hacia los buenos propósitos de la libido de los proyectos de diversidad y reconocimiento de la diferencia, a cambio de reacciones psicológicas que faciliten los ajustes y reajustes constantes del capital, que circule y circule, imparable, hacia más dinero y éxito sin servir a todos, solo a unos pocos. Para aceptar esto hace falta mucha psicoterapia psicoanalítica.

Desde este razonamiento, me pregunto cuál de estos proyectos saldrá reforzado y cuál derrotado o adelgazado en esta crisis sanitaria del coronavirus. ¿No se lo pregunta usted a estas alturas de las argumentaciones ofrecidas en este artículo? Yo sí, y me contesto, lo mismo que han contestado 316 titulados universitarios, (en un estudio aún en curso denominado La vida después del coronavirus: satisfacción y futuro), y es que, con matices, saldrá reforzado el Proyecto del Capitalismo del Coronavirus. Es un proyecto que potencia, y potenciará más aún, el Proyecto de Mercantilización; el Proyecto de Emancipación de Identidades sumará nuevas identidades a respetar y no a estigmatizar, indistintamente a los que padezcan o padezcamos la enfermedad. De hecho, la derecha fálica española ya ha empezado a ejercer su perverso evangelio de persecuciones contra las manifestaciones por el día de la mujer, acusadas ellas de saber de la enfermedad y condescender a sabiendas para realizar su proyecto de ideología de género. El Proyecto de Protección Social, debido al caballo de Troya del Proyecto de Mercantilización, buscará la oportunidad de recuperar las pérdidas del capital exigiendo, como siempre, grandes sacrificios patrioteros a la clase trabajadora (sujeto olvidado del Proyecto de Protección Social), ya destrozada con la deriva económica de la alerta sanitaria, pero sin zanjar de una vez por todas la cuestión fiscal o que los bancos devuelvan todo el dinero que el estado desembolsó para rescatarlos de la quiebra.

Cuando se pregunta a los universitarios, en el estudio mencionado, cómo será nuestro futuro personal y social después del coronavirus, los que esperan cambios más sociales y humanizadores y una nueva ética de solidaridad contra el proyecto de mercantilización, o la implantación de una renta básica universal para todos (Proyecto de Protección Social), contestan mayoritariamente que volveremos a más de lo mismo o peor. Otra respuesta interesante de los encuestados es creer que el uso y desarrollo de las tecnologías digitales y de virtualización, después del coronavirus, disminuirá la presencialidad y aumentará la virtualidad, con lo cual podemos deducir la mercantilización de la intimidad, el control de poblaciones y la mayor desigualdad digital de nuestras sociedades estratificadas. Y cuando se les pregunta si aumentará el autoritarismo porque votaremos a quienes nos den más seguridad y protección, seguramente su alta cualificación educativa es lo que les puede hacer pensar que la gente seguirá prefiriendo la libertad a la seguridad vigilada, proyectando así la propia ansiedad ante la amenaza del autoritarismo y resolver así la siempre molesta disonancia cognitiva: “yo creo en la libertad, no es posible que se permita el ascenso del autoritarismo”. Pero la trampa de la disonancia que los lleva a pensar los supercontroles de las tecnologías digitales, paradójicamente también los lleva a admitir que en la post-pandemia la política se hará recurriendo más a las emociones que a los argumentos racionales, dos síntomas típicos del autoritarismo: abajo la razón y arriba los controles. Y es que, como dijo Umberto Eco, el fascismo crea mucha confusión porque su irracionalismo apenas se ve venir. Así están de quemadas y de vuelta las masas angustiadas, a las que posiblemente se las inflará el hígado con mayores dosis de capitalismo emocional, coaching y gestión emocional para dar trabajo al capitalismo funerario. Volvemos a aquellos inicios del taylorismo fordista del capitalismo industrial, para producir, no ya mercancías para vender, sino para hacer posible una hornada de psicólogos que aumente la capacidad emocional de producir obreros y expertos en cadena que confirmen la leyenda del silencio de los corderos. Es un hecho que las decisiones económicas están profundamente teñidas de emociones, así que después del coronavirus, economía y psicología se reforzarán mutuamente y, si no pregunten por qué entonces le dieron el premio nobel de economía a un psicólogo (Daniel Kahneman)

¿Por qué persiste el malestar, si en cada juego electoral te prometen el paraíso? Si Freud interpretaba en su época que el malestar no es tanto la represión de los deseos íntimos de los sujetos por la presión de las normas sociales y culturales, podríamos convenir que malestar significa en la actualidad, más que represión, desajuste entre lo que esperamos o pretendemos y lo que la cultura nos ofrece, entre lo que tenemos y a lo que aspiramos. No estamos cómodos en esta sociedad que nos pide ajustarnos al desajuste, ajustarnos a un orden en el desorden.

El capitalismo del coronavirus, si quieren pruebas históricas de la “doctrina del shock”, fue fielmente aplicado en Chile, en Irak, cuando el huracán del Katrina, cuando Haití, etcétera. En el caso de España sucedió con los recortes y ajustes frente a la crisis económica de 2008, para agradar a esa Europa del capital que, siempre que hay dinero en juego, deja de ser más social que nunca, algo ya constatado con las sucesivas crisis de los refugiados y de los migrantes. Pero también cuando la industria pesada ya no producía suficientes ganancias al capital y se “arregló” con la famosa reconversión industrial, comandada por Felipe González. En todos los casos, el miedo como telón de fondo, se aprovechó para lograr que las poblaciones sublimaran su libido contestataria hacia actividades de conformidad social más aceptables para el capital y su proyecto de mercantilización. Esta sublimación es el efecto invisible del tratamiento de la psicoterapia de masas con que los poderes dirigen nuestras vidas, tan invisible su ejercicio que “La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo” (Platón, en el Critón).

Naomi Klein, en la Doctrina del shock, reflexiona y ofrece datos sobre el capitalismo del coronavirus: los grandes poderes, al igual que el virus, se esconden tan bien que la mayoría de la población no los ve, por eso apenas nos protegemos de las argucias de esa minoría poderosa que rentabiliza el sufrimiento de los “de abajo” para extraer beneficios económicos sin contemplaciones éticas o humanitarias. Estas inquietudes han sido cedidas muy sibilinamente a esa izquierda contenta de su utilidad para denunciar la inmoralidad de la mercantilización de la humanidad. A estas alturas, pasado un buen tramo de contabilidad histórica para saber en qué punto nos encontramos, los que gobiernan el mundo han sido unos astutos psicoanalistas al permitirnos desarrollar el mejor mecanismo de defensa colectivo siempre disponible en la historia del capital: la sublimación.

Para hacer frente a su merma de realización política, y, sin embargo, mantener la autoimagen, la izquierda ha sublimado su impotencia desviando sus preocupaciones ético-sociales e ideológicas preferentemente hacia Proyectos de Emancipación de Identidades. La energía psicológica necesaria para realizar su proyecto político y contestar a los proyectos de Mercantilización se sublima bajo el paraguas de actividades de voluntariado: trabajos en ONGs, autorrealización personal, narcisismo grupal (los que son de los míos y nadie más), etcétera. Con ello, el proyecto neoliberal (la mano que realmente mece la cuna) de mercantilización de las almas y de la existencia sigue su camino y reduce de paso la angustia que pueda generar cualquier momento de crisis. No solo reduce la angustia de la izquierda, sino la de los angustiados, como ahora en esta travesía cuya única tentación emancipadora es sacar el perro a la calle, mientras los de “arriba” sacan beneficios de posicionamiento gracias a la pandemia que atravesamos. En “Capitalismo del coronavirus, y cómo vencerlo”, Noami Klein recuerda que la estrategia es vieja: “esperar a que se produzca una crisis de primer orden o estado de shock, y luego vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados mientras los ciudadanos aún se recuperan del trauma, para rápidamente lograr que las ´reformas´ sean permanentes”.