Espacio de opinión de Canarias Ahora
Qatar 2022: principio del fin
El fútbol
El Parlamento Europeo ha denunciado la corrupción “rampante y sistémica” de la FIFA, y exige una investigación de las muertes ocurridas durante las obras previas al mundial de Qatar y la reparación de los daños a las personas o familias afectadas. El periódico The Guardian estima en 6.500 los fallecidos durante las obras como consecuencia de las precarias condiciones de los trabajadores y la carencia de medidas de seguridad.
Lo de la corrupción en el mundo del fútbol no es nada nuevo. En España, los presidentes de clubs o entidades deportivas que han entrado en prisión o han sido imputados por delitos económicos es exhaustiva: Jesús Gil, (Atlético de Madrid); Manuel Ruiz de Lopera, (Betis); José María del Nido, (Sevilla); Sandro Rosell y Josep Lluis Núñez. (Barcelona); José María Ruiz Mateos, (Rayo Vallecano); Ángel María Villar, (Federación Española de Fútbol).
Y aquí no están todos. Alguno, mucho más relevante, quizá no haya sido investigado, no por carecer de motivos, sino por ser sobradamente astuto y estar bien relacionado.
Fuera de España, el nivel de corrupción del fútbol es similar o peor. Investigaciones del FBI iniciadas por la Fiscalía de Nueva York pusieron al descubierto que solo en Estados Unidos, se habían pagado 150 millones de dólares en sobornos para otorgar la organización de los mundiales de fútbol en Rusia en 2018 y en Qatar en 2022.
Los presidentes de la FIFA, Joseph Blatter, y de la UEFA, Michel Platini, fueron multados y suspendidos de actividades relacionadas con el fútbol, por actuaciones acreditadas de sobornos, fraudes y lavado de dinero en las instituciones relacionadas con este deporte. Y el caso conocido como Qatergate, continúa en nuestros días con polémicas actuaciones y declaraciones de Gianni Infantino, actual presidente de la FIFA.
Resumiendo, que el fútbol, que pasó de ser un deporte a ser un espectáculo, ha derivado en muchos casos en negocios multimillonarios, salpicado de casos de corrupción, tráfico de influencias, fraudes fiscales, lavado de dinero, y todos esos ingredientes que son comunes a las actividades mafiosas.
¿Qué es Qatar?
Es un país con 11.500 km2, aproximadamente la mitad de la superficie de la provincia de Badajoz, con una población con pedigrí de algo más de 200.000 habitantes, y una población de siervos de algo más de dos millones. Y digo población de siervos porque en su mayoría son hindúes, pakistaníes, indonesios, egipcios... que carecen de derechos civiles y viven en unas condiciones infrahumanas, que, salvando el tiempo y la situación actual, podrían ser similares a cómo vivían los esclavos de Grecia y Roma, o los negros en América hasta el siglo XIX.
Este pequeño país y con habitantes de derecho algo así como la cuarta parte de los que tiene la isla de Tenerife, ha invertido 6.500 millones de dólares en construir siete estadios con aire acondicionado, y toda la infraestructura hotelera y de comunicaciones necesarias para albergar la celebración de este mundial de fútbol.
La renta per cápita de Qatar es la más alta del mundo: Si consideramos el PIB total, 151.000 millones de dólares en 2021, dividido entre los cataríes con pedigrí, que dicho sea de paso no pagan ningún tipo de impuesto, supondría algo así como 500.000 dólares al año para cada uno. Está claro que, para un país con esta riqueza, gastar 6.500 millones en construir siete estadios con la última tecnología es una minucia.
Los vecinos
Somalia está a una distancia aproximada de 1.400 km. en línea recta desde Qatar, al otro lado del Mar Rojo y la península de Arabia en la que está situado el estado que organiza el Mundial de fútbol. Menos que la distancia de Canarias a Madrid.
La renta media a tenor del PIB que le corresponde a un somalí es de 445 dólares USA al año. Si tenemos en cuenta que una habitación en un lujoso hotel catarí de Doha construido con ocasión del mundial de fútbol cuesta algo así como 7.000 dólares la noche, esto quiere decir que un somalí tendría que estar trabajando cinco años para poder pagar una noche en un hotel de lujo en la capital de Qatar.
En los precarios hospitales de Somalia, atendidos con escasos medios y recursos por somalíes y médicos cooperantes de otros países, constatan aterrados como van llegando a urgencias niños con malnutrición severa y un alto porcentaje de estos termina falleciendo. Mientras, los niños cataríes disfrutan de una vida rodeados de abundancia, lujos, ostentaciones y sirvientes procedentes de países vecinos.
Esta diferencia tan abismal del nivel de vida, entre la ostentación, la opulencia y el derroche de un país como Qatar, y la pobreza, la miseria, el hambre y la carencia de servicios elementales como agua potable, saneamiento, alimentación o educación para los niños del país vecino de Somalia, un país más grande que España, es una contradicción que pone en cuestión toda nuestra cultura y nuestra civilización a escala planetaria.
El mundial de Qatar
“Las hazañas en este Mundial de fútbol quedarán ensuciadas por las salpicaduras del estiércol, con olores fétidos procedentes de la banda de mafiosos de la FIFA y la dinastía feudal de los Al Thani, y con la alianza y la traición de Gianni Infantino”.
Con estas palabras resumidas, describía Pedro J. Ramírez en el periódico El Español, el vergonzoso panorama del mundial de futbol, organizado en un país que no reconoce derechos humanos y laborales, discrimina a las mujeres, persigue a los homosexuales, oprime a su población, y mantiene en un régimen casi de esclavitud a los trabajadores de países extranjeros.
De todas formas, parece que, desde el punto de vista de los derechos humanos, la situación en la vecina Arabia Saudí es aún peor que en Qatar, pues todo un príncipe heredero de este país, invitado de honor al Mundial de fútbol, ha sido acusado de ordenar el asesinato y posterior descuartizamiento de un periodista del The New York Times en la embajada saudí en Ankara, para hacer desaparecer sus restos.
Con una clase política pacata y cobarde; una ciudadanía autosatisfecha y complaciente cuyo única preocupación es el juego y la victoria de su equipo; con unos organizadores que derrochan millones y millones con tal de hacer un espectáculo que pueda contribuir a blanquearles ante el mundo y con unas organizaciones como la FIFA con una corrupción rampante y sistémica, como dice el comunicado del Parlamento Europeo, el presunto espectáculo deportivo queda inevitablemente empañado y lastrado por todas estas circunstancias.
El negocio es el negocio
Invertir 220.000 millones de dólares con motivo del mundial de fútbol, supone que el estado catarí ha pagado esa cifra astronómica a los que hicieron las obras, como esos siete estadios, que a ver qué van a hacer con ellos cuando acabe el mundial. Pero bueno, decíamos que a ver quién se ha beneficiado cobrando esas cifras astronómicas para hacer esas obras e infraestructuras.
Pues entre los grandes beneficiados, y eso no sale habitualmente en los medios, está un español que, por más señas, es presidente de un conocido equipo de fútbol. Nadie habla de él, porque posee también el control de muchos medios de comunicación en prensa y TV.
La empresa ACS y la empresa alemana Hochtief, controlada por ACS con el 50,16 de las acciones, realizaron en Qatar en los últimos diez años obras por valor de varios miles de millones de dólares, que incluyen la construcción de estadios, redes de alcantarillado, hoteles de lujo, autopistas, centros comerciales, túneles y viaductos, etcétera.
Ustedes dirán que el objetivo de una empresa es ganar dinero, que para eso invierten un capital en la misma, y eso es cierto. Las empresas presididas por Florentino Pérez, presidente también del Real Madrid, han realizado muchas de esas obras en Qatar, han cobrado lo convenido, y aquí paz y en el cielo bizcocho.
El principio del fin
Todo lo que tiene un principio, tiene un fin. Y todas las grandes civilizaciones de la antigüedad tuvieron su esplendor, su decadencia y su colapso, y lo que llamamos civilización cristiana y occidental, que tuvo quizá su momento culminante con la sociedad del bienestar de la segunda mitad del siglo XX, ha entrado en irreversible proceso de decadencia.
Los economistas y los políticos se obsesionan con el porcentaje de crecimiento del PIB porque de él depende el empleo y el progreso. Las mejoras tecnológicas y de eficiencia lo han permitido en las últimas décadas, pero ese crecimiento no puede ser ilimitado hasta el infinito. Muchos economistas hablan ya de decrecimiento sostenible, como alternativa para evitar caer en ese punto de no retorno.
Pero a ese incremento progresivo de las desigualdades y de las injusticias, que se hace patente, no solo dentro de cada país, sino también entre los países, como es el caso que comentamos de Qatar y Somalia, es una potencial fuente de conflictos que puede desestabilizar todo el sistema y provocar crisis o enfrentamientos de imprevisibles consecuencias.
Sin embargo, hay un hecho que diferencia esta situación: aquellas civilizaciones que tuvieron un esplendor, una decadencia y un colapso, tenían un ámbito de influencia local, pero en cambio hoy, con la globalización, la crisis puede afectar a toda la humanidad, y hay además otro elemento desestabilizador y destructivo mucho más potente que las crisis económicas y sociales o las guerras de ámbito más o menos local: el cambio climático.
La anécdota del Titanic
La Cumbre del Clima, celebrada recientemente en El Cairo con participación de 196 países, la ONU y la Unión Europea como tal, ha terminado con otro fracaso. Pretendía abordar con ambición una justicia climática para compensar a los países en desarrollo, y un programa de limitación de los gases de efecto invernadero. Pero los resultados han sido muy pobres. Frans Timmerman, vicepresidente de la Comisión Europea, dijo: “Estamos decepcionados por no haber podido conseguir más”. Laurence Tubiana, que preside la Fundación Europea para el Clima, hablaba de “muchas y profundas frustraciones”, y Antonio Guterres, Secretario General de la ONU decía: “No parece que hayamos encontrado una salida correcta desde la ”autopista del infierno“ en la que estamos encarrilados”.
En realidad, las presiones de países como Arabia Saudí, Rusia y China, así como la influencia de los cabilderos de los combustibles fósiles, han impedido llegar a un acuerdo ambicioso, que pudiera evitar a medio plazo el colapso climático anunciado por científicos y expertos.
Los intereses de algunos grupos económicos, los beneficios cortoplacistas, la carencia absoluta de empatía y solidaridad con generaciones futuras y el egoísmo rampante de algunos dirigentes, me hacen recordar una anécdota del hundimiento del Titanic: los pasajeros de primera clase estaban en el salón preferente en un baile amenizado por una orquesta, cuando alguien llegó para advertir de que el barco había sufrido una colisión con un iceberg y corría peligro de hundirse.
(¡Esto es una falsa alarma!, ¡Este barco no se hunde!, ¡Que la orquesta siga tocando!, parece que dijeron algunos pasajeros)
Pero al final, el barco se hundió, y casi todos los pasajeros de primera clase se ahogaron en el naufragio. Pues esta situación del mundo actual es algo parecida: a pesar de las alarmas de la comunidad científica, de que si no corregimos el rumbo puede llegarnos una hecatombe climática que amenazará la vida en la Tierra de muchas especies y de la propia humanidad, algunos siguen diciendo que es una falsa alarma y que siga la fiesta de los combustibles fósiles porque ese es su negocio, o porque no quieren renuncia ni un ápice a su bienestar.
El fútbol
El Parlamento Europeo ha denunciado la corrupción “rampante y sistémica” de la FIFA, y exige una investigación de las muertes ocurridas durante las obras previas al mundial de Qatar y la reparación de los daños a las personas o familias afectadas. El periódico The Guardian estima en 6.500 los fallecidos durante las obras como consecuencia de las precarias condiciones de los trabajadores y la carencia de medidas de seguridad.