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Mi querida institución

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A los países no sólo les va bien por su geografía y por su historia. Miren a las dos Coreas. El futuro de un país depende también de su PIB, pero sobre todo de un patrimonio acumulado en la tenencia de buenas instituciones. Tener las mejores instituciones es ganar el futuro. Las instituciones deciden nuestro destino.

Estas instituciones las moldean a fuego lento la sociedad civil y la clase política. Y los políticos pueden estar acertados o no, pero saben cuándo hacen lo incorrecto deteriorando nuestras instituciones. Cuando no mantienen sus manos lo suficientemente lejos de las mismas si no es para ensancharlas. Si en tal sitio hay políticos malos tenemos un problema y si hay jueces que no son del todo justos, el problema es mayor. Si la policía es corrupta ya no se puede vivir en ese lugar.

Quién más contacto tiene con las instituciones son los políticos y entre ellos afloran a veces cantamañanas que saben poco de todo y mucho de nada. Digamos que hablamos de ignorantes. Como gustaba decir a Galdós, hay tontos y los que se pasan por tontos. Digamos que son indecentes. En esa suma se encuentran los indeseables que tienen la ocurrencia de no respetar las instituciones. Ignoran que no es suficiente respetarlas, que mejor es sentir devoción por ellas. Y que nuestro edificio de la democracia debe importar más que los intereses de partido.

Esas instituciones y su funcionamiento miden su virtud por unos indicadores. Y esas instituciones de las que depende nuestro futuro no son arcanos ocultos. Anidan entre otras en la transparencia y en la libertad de prensa. Se miden por la forma real cómo funciona la división de poderes o cómo se percibe la corrupción o el funcionamiento de la justicia. Esto que queda dicho de forma tan breve importa más que el debate político. 

Y se pueden subir o bajar impuestos, se puede tener una política económica y social u otra, pero unos y otros saben la verdad sobre el trato que le dan a las instituciones. Y la verdad cuenta con las fuerzas de la propia verdad. Y quien afecta a las instituciones tiene conocimiento perfecto y directo de la realidad, y resulta poco conjetural la forma cómo cada cual respeta a ese capital con el cual contamos para encarar el futuro. No hay duda de cuándo se actúa mal en este sentido, el malhechor puede dudar de la realidad de su comportamiento, pero no de la realidad de su duda.

Hoy los EEUU serían el tercer mundo si unos presidentes cuando acababa el siglo XIX, no le hubieran parado los pies a aquellos barones ladrones que querían pocas instituciones y mucho monopolio. Hoy produce desasosiego que pueda volver el payaso de Trump y no estamos tan aterrados porque los americanos disponen de instituciones fuertes y valga una muestra, muchos esperamos que el Departamento de Estado tendrá menos capacidad de decisión que el Pentágono.

A los de izquierdas les parece que esa Ayuso que insulta y miente deteriora las instituciones. A los de derechas les parece que quien esto práctica es Sánchez. Por eso hace falta una masa central que, huyendo de los polos, de la sociología de trincheras, exija el respeto de las instituciones con esa verdad que dispone de la fuerza de la verdad. En el Club Pickwick se afirma que lo más poderoso es una masa humana y que con ella solo puede otra masa mayor. Yo quiero formar parte de esa masa.

Sánchez no es exquisito a veces con las instituciones, reciente tenemos el asunto de la televisión pública. Pero Feijóo, si le cargamos el expediente de la renovación del poder judicial o el vigente ataque del Senado al Congreso, y bastante más, es el triste campeón en esa zona oscura. No digo que sea el peor enemigo de la democracia, no lo digo, pero sí afirmo que es quien menos ayuda a soñar con una mejor democracia en el futuro. Al fin, para mejorar el mañana hoy hay que contribuir con generosidad y grandeza. Si no eres bueno gobernando, solo hemos tenido mala suerte, pero no te cargues el potencial que tenemos para el futuro.

A los países no sólo les va bien por su geografía y por su historia. Miren a las dos Coreas. El futuro de un país depende también de su PIB, pero sobre todo de un patrimonio acumulado en la tenencia de buenas instituciones. Tener las mejores instituciones es ganar el futuro. Las instituciones deciden nuestro destino.

Estas instituciones las moldean a fuego lento la sociedad civil y la clase política. Y los políticos pueden estar acertados o no, pero saben cuándo hacen lo incorrecto deteriorando nuestras instituciones. Cuando no mantienen sus manos lo suficientemente lejos de las mismas si no es para ensancharlas. Si en tal sitio hay políticos malos tenemos un problema y si hay jueces que no son del todo justos, el problema es mayor. Si la policía es corrupta ya no se puede vivir en ese lugar.