Algo lejos quedan ya los tiempos en que los repartidores de prensa distribuían cada mañana, muy temprano, a toda prisa, los paquetes con los ejemplares que dejaban en librerías, quioscos y puntos de venta. No digamos aquellos otros en que los porteadores y voceadores salían de los establecimientos o desde la propia sede de los periódicos gritando el nombre del rotativo o de la publicación, a menudo con un añadido que consistía en resumir con una o dos palabras la noticia del día o el impacto del día. “La maté y fui a comulgar”, recordamos un reclamo en Caracas, y a continuación el nombre del medio.
Todo eso forma parte ya de la historia de la prensa. El presente es muy distinto: han cambiado por completo las formas de la provisión de información y, por supuesto, los modos y hábitos de consumo. Quizá en algunas localidades o en determinados países se conserven aquellos métodos elementales o rudimentarios que, por otro lado, significaron en muchos casos auténticos medios de vida.
La pandemia ha asestado un duro golpe a lo que restaba de aquellos esquemas, refugiados si se quiere en quioscos emplazados en la vía pública cuyos titulares, arrendatarios o concesionarios hicieron y siguen haciendo considerables esfuerzos para subsistir. Leemos en elconfidencialdigital.com que el sector de los puntos de venta de prensa en Madrid ha sido uno de los grandes castigados por la COVID-19. En efecto, la Asociación de Vendedores Profesionales de Prensa de Madrid (AVPPM) ha informado de que más de la mitad de los trescientos setenta puntos de venta registrados en la capital, echaron el cierre por miedo a contagios. El confinamiento provocó que la gente no pudiese bajar a la calle y, por lo tanto, comprar ejemplares en los quioscos. Según el citado digital, muchos cerraron automáticamente sin opción a volver a abrir y otros han reabierto sus puertas al público de nuevo.
Se van amontonando los testimonios de desazón y desespero entre los quiosqueros y las personas directamente afectadas. Hay quienes dicen vender menos de cien unidades de diarios cuando antes superaban las quinientas. La emergencia sanitaria, según otros, indujo a la venta de diez o doce ejemplares en quioscos particulares. Algunos se han dado de plazo hasta septiembre: como la situación persista o se agrave –sobre todo teniendo en cuenta que las actividades derivadas de la comunicación impresa van a seguir menguando-, no tendrán otra opción que cerrar. Algunas vías, desde luego, se quedan sin quioscos.
Y es que desde 2010, los puntos de venta en la capital del Reino se han reducido en un cincuenta por ciento. Hace diez años, había unos ochocientos y en la actualidad, como se ha dicho, unos trescientos setenta.
¿Alternativas? No son fáciles, aunque algunas empresas ya han ensayado métodos como el la suscripción y el reparto directo a domicilio, o sea, llevar el periódico a casa. Cuestión de números, cada cual habrá hecho los suyos para comprobar si la fórmula es rentable, sobre todo pensando en captar la fidelidad. Es un método de supervivencia, de acuerdo, incluso para los propios quiosqueros afectados por esa tendencia a la baja. Es repartir a domicilio a los clientes habituales. Una vía de escape que, de no haber sido utilizada de manera constante, con seguridad hubiera precipitado el cierre de algunos. Pero el pesimismo sigue predominando: a pesar de las facilidades o de la comodidad, el número de clientes que deja de adquirir el periódico es cada vez mayor.