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El reparto de los círculos del infierno

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Los que nos representan han tomado la costumbre de enviar a su contrincante previamente señalado como su enemigo a un círculo del infierno. Y conforme a la Divina Comedia, los seis primeros círculos no son merecedores de su acogida. Son algo ligeros e insuficientes para tan grande autor de desafuero. Señalan al séptimo de los violentos, pero mejor el octavo de los rufianes y corruptos y aún más apropiado les parece el noveno reservado a los traidores. 

Como dijo aquel presidente de la primera república antes de mandarse a mudar a Francia, porque lo de aquí tenía mal remedio, “estoy hasta los cojones de nosotros”.

Felipe y Guerra han salido a escena y han quedado fatal. Jarrones chinos pero rotos. Me pregunto por qué esos personajes tan admirados por mí antaño son hoy una mala sombra de la sombra de ellos mismos. Y para ello solo puedo apelar al expediente del carisma. Porque el carisma es magnetismo y potencial para cautivar o influir en otras personas. Esta emparentada con la fascinación. Una persona carismática se entiende que tomará decisiones coherentes con sus principios y serán capaces de generar esa confianza que tanto anhela cualquier ciudadano. Por lo tanto, se puede generar carisma por lo que se dice o por lo que se hace. Se tiene o no se tiene y también se pierde. El carisma es esa capa de brillo que dicen que en música es la armonía sobre la melodía y en pintura es la capa de barniz sobre el color. Se apaga con el tiempo y con los hechos propios. De forma nada lineal ni previsible. A veces de golpe. Pero no hay carisma sin un impulso superior, llámalo ética o llámalo verdad.

Quiero aplicar estos pensamientos a otras dos personas, a Sémper, del País Vasco y a Illa, de Cataluña. Uno habla y el otro calla. Ambos son dos paladines de un biotipo de buen no nacionalista, pero encienden e irritan a los acérrimos antinacionalistas por una forma de actuar que aparenta entender incluso consentir a los nacionalistas. A Sémper le han triturado los suyos por hablar su lengua vasca. Illa calla, diré lo que pienso al final. Hoy los asuntos penales de Cataluña están más calientes en Madrid que en Barcelona. Porque unos y otros los entienden de forma distinta. No hay acuerdo ni en la identificación del conflicto. En 1925 ya se pitó al himno español en el campo del Barcelona. No es por tanto cosa nueva. La diferencia se aloja en una cosa muy conveniente que aún cultiva el ciudadano y poco los que nos representan: la tolerancia.

¿Cuál es entonces el paradigma? Fue cosa de Maquiavelo entender que el empequeñecimiento del liderazgo se debe a la lasitud social inducida por periodos de tranquilidad. Y asimismo entender que una crisis es el desfase entre aspiraciones políticas y la capacidad de respuesta de las instituciones que deben atender a esas demandas sociales. Corolario: actúan así porque estamos tranquilos y se lo permitimos.

El fundamento absoluto de la ética, condición necesaria pero no suficiente para el atributo de carisma, consiste en considerar la verdad como motivación de la buena fe. Es la suprema ley de actuación, la ética o la buena fe, más solidas cuanto más consistentes las motivaciones. Si la verdad no existe, tampoco existe el fundamento absoluto de la ética. Y la verdad solo se impone con las fuerzas de la propia verdad.

La democracia es un dialogo de opiniones y de creencias. Cualquier ética es buena fe y no aspira a mayor verdad que cualquiera otra buena fe. Eso es grandeza y tolerancia.

Me asomo al televisor y veo el debate de investidura. La verdad ausente. El parlamento partido en dos mitades vociferantes. Un revolcadero de burros. Apago el televisor. A la ética nadie la busca. El grueso del cuerpo social en estado de lasitud. Hasta que pida hacer uso de la palabra. A Sémper lo han devorado los suyos solo por hablar. Illa calla. Es el secreto mejor guardado de Sánchez: va a por la Generalitat.

Los que nos representan han tomado la costumbre de enviar a su contrincante previamente señalado como su enemigo a un círculo del infierno. Y conforme a la Divina Comedia, los seis primeros círculos no son merecedores de su acogida. Son algo ligeros e insuficientes para tan grande autor de desafuero. Señalan al séptimo de los violentos, pero mejor el octavo de los rufianes y corruptos y aún más apropiado les parece el noveno reservado a los traidores. 

Como dijo aquel presidente de la primera república antes de mandarse a mudar a Francia, porque lo de aquí tenía mal remedio, “estoy hasta los cojones de nosotros”.