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Señorías del PP, ¿hay alguien ahí?

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Esta primera semana de noviembre se cumplen siete meses desde que Alberto Núñez Feijóo se puso al frente del Partido Popular. Un hombre con sentido de Estado, cabal, moderado y constitucionalista, decían. Pues bien, la realidad es que desde entonces ha sido imposible cualquier tipo de pacto entre el Gobierno y el principal partido de la oposición. Cero.

En la semana de los terceros presupuestos del Gobierno de España y del 40 aniversario de la mayoría absoluta de Felipe González, hemos asistido a la penúltima decepción de quien se presentaba como alternativa al obstruccionismo y la negación que caracterizó la etapa de Pablo Casado. Porque no facilitar una solución a la crisis del poder judicial, después de cuatro años de interinidad y con un compromiso prácticamente cerrado, no admite otro calificativo que el de absoluta irresponsabilidad.

Señor Feijóo, hagan el favor de dejar de repartir carnés de españolidad y cumplan con las reglas básicas. 

La situación provocada por el PP no es cualquier cosa: mantiene más de medio centenar de nombramientos de la cúpula judicial bloqueados y afecta, además, a los más altos puestos de los tribunales superiores de justicia de las comunidades y a las audiencias provinciales. “El estropicio más grande en toda la historia de nuestra democracia”, en palabras de Carlos Lesmes.

Parece que no están dispuestos a reconocer la legitimidad de las urnas más que cuando ellos ganan. Asistimos a una crisis de liderazgo y solvencia por parte de Núñez Feijóo que trasciende a las siglas del Partido Popular y pone en aprietos a la misma democracia.

El proyecto de reforma del Código Penal no es ninguna novedad. Está entre los compromisos del PSOE desde el inicio de la legislatura. Y quien reforma el Código Penal es la mayoría parlamentaria, no la minoría en la oposición. Ya lo dijo el pasado fin de semana Felipe González: “Si a alguien no le gusta una ley, tiene derecho a cambiarla. Lo que no tiene derecho es a incumplirla”.

¿Qué es lo que le parece mal al PP?

Está claro que lo suyo son solo excusas para no cumplir con el mandato constitucional, causando con ello un serio daño a la Justicia, y un ejemplo más de su alarde antisistema. Se dicen patriotas pero es que son capaces incluso de votar en contra de todas las medidas que benefician a la mayoría de los ciudadanos. Se lo decimos una vez más: la Constitución se cumple todos los días, desde el primero al último de sus artículos, estés en el Gobierno o en la oposición. 

En Canarias, lamentablemente, no es muy distinta la realidad confusa de los populares con un presidente regional, Manuel Domínguez, cuya única aportación hasta el momento al libro de sesiones del Parlamentario ha sido la demagogia y las faltas de respeto, como cuando acusa una y otra vez al presidente Ángel Víctor Torres de “aprovecharse” y “publicitarse” con las catástrofes vividas en el Archipiélago durante los últimos tiempos. Resulta realmente decepcionante este nivel de oposición y alternativa.

El señor Domínguez, como su jefe en Génova, deberían empezar por tomarse un poco más en serio a sí mismos, siendo conscientes de lo que representan. De lo contrario, hay razones para dudar de sus capacidades. Es el momento de un Gobierno a la altura, de acuerdo, pero también de una oposición fiable y responsable.

Esta primera semana de noviembre se cumplen siete meses desde que Alberto Núñez Feijóo se puso al frente del Partido Popular. Un hombre con sentido de Estado, cabal, moderado y constitucionalista, decían. Pues bien, la realidad es que desde entonces ha sido imposible cualquier tipo de pacto entre el Gobierno y el principal partido de la oposición. Cero.

En la semana de los terceros presupuestos del Gobierno de España y del 40 aniversario de la mayoría absoluta de Felipe González, hemos asistido a la penúltima decepción de quien se presentaba como alternativa al obstruccionismo y la negación que caracterizó la etapa de Pablo Casado. Porque no facilitar una solución a la crisis del poder judicial, después de cuatro años de interinidad y con un compromiso prácticamente cerrado, no admite otro calificativo que el de absoluta irresponsabilidad.