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Simpatizantes por un tubo

Frente a la algarabía y el aplauso general, yo nunca he sentido especial simpatía por el sistema de primarias. Cuando los socialistas comenzaron a implantarlo, primero en Francia y luego por otras latitudes, me pareció una imitación del formato político de las elecciones a la Presidencia de Estados Unidos, donde las claves de la participación suelen ser el clientelismo y el dinero. La socialdemocracia ha sido tradicionalmente ajena a este tipo de procesos tan llamativos. Su cultura tiene más que ver con la participación continuada en estructuras políticas, la construcción de un discurso cívico y la asunción de responsabilidades. Es cierto que hoy, con la eclosión de Podemos y del fenómeno del asamblearismo, las primarias parecen una respuesta a las exigencias de participación. Yo sigo pensando que una mayor participación no garantiza mayor democracia. En los referéndums franquistas participaba el 90% del censo y no por eso eran democráticos. La democracia se basa en la participación ciudadana, desde luego, pero también en la existencia de garantías y controles que eviten fenómenos como el clientelismo, el acarreo o la compra de votos, y la banalización mediática del proceso. A pesar de esas cautelas, reconozco que es mucho mejor elegir a alguien entre 20.000 que a golpe de dedo desde Madrid, como ocurre en otros partidos.

En relación con este concreto episodio, el que ocupa al PSOE canario, la verdad es que en un tiempo en el que nadie le cae simpático a nadie, no sé de qué caja sin fondo han sacado los socialistas diez mil simpatizantes para alegrarle el cuerpo a sus primarias. Pero ahí están: supongo que sin tres candidatos disputándose la nominación más o menos a cara de perro, los simpatizantes no habrían aparecido, o al menos no en tal número, pero ahora la cosa es que con un censo electoral teórico que se acerca a los 20.000 votantes, incluyendo a los jóvenes socialistas, los simpatizantes de a dos euros la pieza y los afiliados teóricos, las primarias van a ser –de verdad- primarias completamente abiertas. Probablemente las ganará quien haya sido capaz de fichar para su causa a más simpatizantes. Por eso, quien se atreva a hacer un pronóstico, que lo haga. Porque con la información de que se dispone, es difícil acertar. Cualquiera de los tres en liza puede ganar esta carrera, y lo que habrá que ver después es si ganarla coloca al vencedor en posición de hacerse con la mayoría en un congreso, dónde el sistema de elección de la dirección tiene muy poco que ver con la simpatía personal o la imagen del candidato, y mucho con su capacidad personal para integrar equipos. Equipos que –conviene recordarlo- en las primarias se enfrentan a todo o nada.

Frente a la algarabía y el aplauso general, yo nunca he sentido especial simpatía por el sistema de primarias. Cuando los socialistas comenzaron a implantarlo, primero en Francia y luego por otras latitudes, me pareció una imitación del formato político de las elecciones a la Presidencia de Estados Unidos, donde las claves de la participación suelen ser el clientelismo y el dinero. La socialdemocracia ha sido tradicionalmente ajena a este tipo de procesos tan llamativos. Su cultura tiene más que ver con la participación continuada en estructuras políticas, la construcción de un discurso cívico y la asunción de responsabilidades. Es cierto que hoy, con la eclosión de Podemos y del fenómeno del asamblearismo, las primarias parecen una respuesta a las exigencias de participación. Yo sigo pensando que una mayor participación no garantiza mayor democracia. En los referéndums franquistas participaba el 90% del censo y no por eso eran democráticos. La democracia se basa en la participación ciudadana, desde luego, pero también en la existencia de garantías y controles que eviten fenómenos como el clientelismo, el acarreo o la compra de votos, y la banalización mediática del proceso. A pesar de esas cautelas, reconozco que es mucho mejor elegir a alguien entre 20.000 que a golpe de dedo desde Madrid, como ocurre en otros partidos.

En relación con este concreto episodio, el que ocupa al PSOE canario, la verdad es que en un tiempo en el que nadie le cae simpático a nadie, no sé de qué caja sin fondo han sacado los socialistas diez mil simpatizantes para alegrarle el cuerpo a sus primarias. Pero ahí están: supongo que sin tres candidatos disputándose la nominación más o menos a cara de perro, los simpatizantes no habrían aparecido, o al menos no en tal número, pero ahora la cosa es que con un censo electoral teórico que se acerca a los 20.000 votantes, incluyendo a los jóvenes socialistas, los simpatizantes de a dos euros la pieza y los afiliados teóricos, las primarias van a ser –de verdad- primarias completamente abiertas. Probablemente las ganará quien haya sido capaz de fichar para su causa a más simpatizantes. Por eso, quien se atreva a hacer un pronóstico, que lo haga. Porque con la información de que se dispone, es difícil acertar. Cualquiera de los tres en liza puede ganar esta carrera, y lo que habrá que ver después es si ganarla coloca al vencedor en posición de hacerse con la mayoría en un congreso, dónde el sistema de elección de la dirección tiene muy poco que ver con la simpatía personal o la imagen del candidato, y mucho con su capacidad personal para integrar equipos. Equipos que –conviene recordarlo- en las primarias se enfrentan a todo o nada.