Espacio de opinión de Canarias Ahora
A las sombras de Tahíche
Recuerdo que aquella calurosa tarde de resaca de hace once años, desde la corta distancia de un meditado segundo plano, el exbrigada Matías Curbelo acompañaba entre un bullicio desconsolado al todopoderoso Dimas Martín minutos antes de que éste ingresara en prisión acusado de desobediencia continuada a la autoridad por las obras ilegales del bañadero de Guatiza.
En aquellas horas bajas y a horario tan intempestivo, el superhombre que había sido alcalde de Teguise, presidente del Cabildo y senador por la isla de Lanzarote, era aclamado por una multitud enfervorecida y casi traspuesta, que lo despedía con lloros de cocodrilo y vítores de ensalmo inexplicables como al Cristo Superstar a punto de emprender su regreso al cielo. Mientras que aquel Dimas endiosado y exultante saludaba, abrazaba, repartía besos y agradecía las muestras de cariño, su fiel escudero y servil guardián Matías Curbelo Luzardo observaba atento, vigilaba sus pasos, controlaba a la masa, protegía al líder, ?disponía y ordenaba desde las sombras. En la distancia.
Recuerdo que entre empujones y sofocos, a poco más de un metro de la puerta de entrada a la prisión, extendí la grabadora y le pregunté a Martín Martín: “Por favor, Dimas, una sola pregunta. Usted ingresa hoy aquí para cumplir una pena de 6 meses de arresto por el caso del bañadero de Guatiza, pero todavía tiene otras causas pendientes. ¿Qué opinión le merece que esta misma mañana, desde la Fiscalía se haya revelado a los informativos de Onda Cero Lanzarote que se piensa solicitar para usted otra pena mayor de prisión con entre 11 y 14 años de inhabilitación para ejercer cargo público por el caso del Complejo Agroindustrial de Teguise?.
El tiempo pareció entonces detenerse de inmediato. El sol de justicia infernal que hacía aquella tarde apretó aún más sus dientes y como un foco estelar alumbró los surcos de su frente, y encendió su cara, toda. Sin pestañear, mirándome a los ojos con una helada profundidad de incertidumbre y vértigo, Dimas me respondió: “Joder, Fidel, ¿cómo se te ocurre preguntarme eso precisamente ahora?”. “Soy periodista”. Le respondí. “¿Cuál es su opinión?”, le insistí. Él, poniéndome su mano derecha sobre el hombro y con la izquierda cubriéndose de los colmillos de luz me dijo: “A eso, como comprenderás, no te puedo contestar ahora. Ya hablaremos”. Entonces bajó la cabeza y levantó los brazos. Fue una señal. El tiempo recobró su inexorable marcha y él, cual sacerdote de ceremonias, siguió saludando al gentío que entre aplausos coreaba su nombre.
Todo fue muy rápido. Yo estaba retirando la grabadora con la mirada puesta en los abrazos que Dimas le daba a sus hijos Fabián y Elena cuando, en décimas de segundo, noté cómo de un certero manotazo me tiraban la grabadora por los aires mientras que también me arreaban un doloroso y duro golpe traicionero en la cabeza por la espalda. Cuando pude girarme lo primero que vi fue una sonrisa indisimulada entre dientes y la mirada prieta, fija, clavada, de Matías Curbelo en la distancia. A unos cuatro metros de mí y a cinco del dirigente del PIL.
Me acerqué a Curbelo y le pregunté: “¿Qué ocurre, Matías, qué está pasando?”. Y él, agarrando la montura de sus gafas con las dos manos, y recolocándoselas, contestó con la pachorra que caracteriza a los lugartenientes: “De momento nada, Fidel. Sólo te digo que la próxima vez no sujeto a mis perros”. Yo, aún con la resaca por la celebración de la primicia ofrecida por el Ministerio Fiscal, pregunté: “¿Y muerden?”.
Fue la primera y última vez que hablé con Matías Curbelo. Con su jefe de filas, sin embargo, dialogué apenas un año más tarde, con motivo de las elecciones municipales, autonómicas y europeas que se celebrarían el 13 de junio de 1999. Dimas Martín Martín hacía campaña electoral entre sevillanas y musas ataviadas de farolé en el Centro Comercial Deiland de Playa Honda. Él, el incombustible político que se afamó en Teguise entre cebollas y batatas, aún actuaba regio como presidente del PIL. Yo, como un simple reportero de La Tribuna de Canarias. Allí, sentados en los peldaños de una escalara de servicio, apartados de oídos y miradas indiscretas, hablamos amistosamente durante más de una hora. Desde entonces a ninguno de los dos los he vuelto a ver. Sé que ahora están más juntos y presentes. Los dos meditando pasado y futuro en Tahíche. A la sombra.
Fidel Araña
Recuerdo que aquella calurosa tarde de resaca de hace once años, desde la corta distancia de un meditado segundo plano, el exbrigada Matías Curbelo acompañaba entre un bullicio desconsolado al todopoderoso Dimas Martín minutos antes de que éste ingresara en prisión acusado de desobediencia continuada a la autoridad por las obras ilegales del bañadero de Guatiza.
En aquellas horas bajas y a horario tan intempestivo, el superhombre que había sido alcalde de Teguise, presidente del Cabildo y senador por la isla de Lanzarote, era aclamado por una multitud enfervorecida y casi traspuesta, que lo despedía con lloros de cocodrilo y vítores de ensalmo inexplicables como al Cristo Superstar a punto de emprender su regreso al cielo. Mientras que aquel Dimas endiosado y exultante saludaba, abrazaba, repartía besos y agradecía las muestras de cariño, su fiel escudero y servil guardián Matías Curbelo Luzardo observaba atento, vigilaba sus pasos, controlaba a la masa, protegía al líder, ?disponía y ordenaba desde las sombras. En la distancia.