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OPINIÓN | Dale, Elon, por Antón Losada

El techo de papel

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Es recurrente el uso del concepto de techo de cristal para describir una serie de barreras invisibles (pero reales) que impiden a ciertos grupos alcanzar determinadas posiciones en sus carreras profesionales, a pesar de tener las calificaciones y la experiencia necesarias. A diferencia de las barreras explícitas, el techo de cristal es sutil, ya que no se basa en leyes o reglas formales, sino en prejuicios, estereotipos y estructuras sociales que limitan las oportunidades de avance. Incluso, suele equipararse a la concepción de suelo pegajoso, en donde determinadas condiciones atrapan a estas personas y no las dejan despegar. A partir de aquí, asumiendo que la empleabilidad ha cobrado una relevancia cada vez mayor, los cambios en el mercado laboral, acelerados por la automatización, la globalización y la digitalización, han transformado las habilidades que las empresas buscan en sus plantillas. Ya no basta con tener experiencia o habilidades prácticas, sino que el tejido productivo demanda personas con formación específica y, lo más importante, con certificaciones que acrediten dichas competencias. En este contexto, ha surgido un obstáculo que se puede catalogar como techo de papel al darse la imposibilidad de acceder a determinados tipos de empleo sin tener la formación adecuada formalizada en un título, donde no solo afecta a quienes se encuentran en el inicio de su carrera profesional, sino también a aquellas personas con años de experiencia que, por diferentes motivos, no han tenido la oportunidad o necesidad de certificar su formación en el pasado. Es cierto que se corre el riesgo de padecer titulitis, pero asumamos que el mercado laboral contemporáneo ha impuesto el requisito de la acreditación, siendo esta la que nos iguala o nos diferencia.

Las causas son múltiples. Por un lado, la creciente complejidad de muchos sectores productivos exige que se adquieran conocimientos técnicos específicos. En campos como la ingeniería, la informática o las finanzas, las certificaciones no solo prueban que se ha pasado por un proceso de formación, sino que también garantizan que posee las habilidades necesarias para desempeñar el trabajo con éxito. Por otro lado, la globalización ha generado un entorno laboral donde la competencia no es solo local, sino también internacional. Esto obliga a estar a la altura de estándares globales que muchas veces solo pueden acreditarse mediante la obtención de títulos o certificados reconocidos a nivel mundial donde, la velocidad de avance de las innovaciones obliga a una permanente actualización para no caer en la obsolescencia. Por esa razón, la formación continua ha pasado de ser un valor añadido a convertirse en una necesidad ineludible para mantener la empleabilidad a lo largo de la vida laboral. Ya no basta con obtener una licenciatura o un título técnico al inicio de la carrera; ahora, se debe estar en disposición de actualizar los conocimientos y habilidades de forma regular.

Sin embargo, este nuevo paradigma también tiene sus desventajas porque no todas las personas tienen acceso igualitario a la formación y las certificaciones. El coste, sumado al tiempo que se requiere para completarlos, puede ser una barrera de entrada, pudiéndose perpetuar desigualdades preexistentes en el mercado laboral, favoreciendo a quienes ya cuentan con una formación sólida o quienes trabajan en empresas que ofrecen facilidades para la formación continua. El techo de papel, por tanto, no es solo una barrera personal, sino también estructural. Si el sistema formativo no es accesible y actualizable difícilmente podemos tener a personas dispuestas y preparadas para asumir los retos del futuro, los cuales ya están aquí. Por esa razón, exijamos formación, pero también exijamos medios. 

Es recurrente el uso del concepto de techo de cristal para describir una serie de barreras invisibles (pero reales) que impiden a ciertos grupos alcanzar determinadas posiciones en sus carreras profesionales, a pesar de tener las calificaciones y la experiencia necesarias. A diferencia de las barreras explícitas, el techo de cristal es sutil, ya que no se basa en leyes o reglas formales, sino en prejuicios, estereotipos y estructuras sociales que limitan las oportunidades de avance. Incluso, suele equipararse a la concepción de suelo pegajoso, en donde determinadas condiciones atrapan a estas personas y no las dejan despegar. A partir de aquí, asumiendo que la empleabilidad ha cobrado una relevancia cada vez mayor, los cambios en el mercado laboral, acelerados por la automatización, la globalización y la digitalización, han transformado las habilidades que las empresas buscan en sus plantillas. Ya no basta con tener experiencia o habilidades prácticas, sino que el tejido productivo demanda personas con formación específica y, lo más importante, con certificaciones que acrediten dichas competencias. En este contexto, ha surgido un obstáculo que se puede catalogar como techo de papel al darse la imposibilidad de acceder a determinados tipos de empleo sin tener la formación adecuada formalizada en un título, donde no solo afecta a quienes se encuentran en el inicio de su carrera profesional, sino también a aquellas personas con años de experiencia que, por diferentes motivos, no han tenido la oportunidad o necesidad de certificar su formación en el pasado. Es cierto que se corre el riesgo de padecer titulitis, pero asumamos que el mercado laboral contemporáneo ha impuesto el requisito de la acreditación, siendo esta la que nos iguala o nos diferencia.

Las causas son múltiples. Por un lado, la creciente complejidad de muchos sectores productivos exige que se adquieran conocimientos técnicos específicos. En campos como la ingeniería, la informática o las finanzas, las certificaciones no solo prueban que se ha pasado por un proceso de formación, sino que también garantizan que posee las habilidades necesarias para desempeñar el trabajo con éxito. Por otro lado, la globalización ha generado un entorno laboral donde la competencia no es solo local, sino también internacional. Esto obliga a estar a la altura de estándares globales que muchas veces solo pueden acreditarse mediante la obtención de títulos o certificados reconocidos a nivel mundial donde, la velocidad de avance de las innovaciones obliga a una permanente actualización para no caer en la obsolescencia. Por esa razón, la formación continua ha pasado de ser un valor añadido a convertirse en una necesidad ineludible para mantener la empleabilidad a lo largo de la vida laboral. Ya no basta con obtener una licenciatura o un título técnico al inicio de la carrera; ahora, se debe estar en disposición de actualizar los conocimientos y habilidades de forma regular.