Espacio de opinión de Canarias Ahora
El típex de los nuevos faraones
Se pueden proponer algunos ejemplos cercanos de ese espíritu “memoricida” de la mano del típex, ese líquido blanco usado para cubrir los errores de escritura de modo que, una vez seco, se pueda escribir sobre esa misma parte del papel. O por el nuevo método más limpio y sutil basado en el típex electrónico o en el photoshop, consistente en borrar de textos, hemerotecas y fonotecas cualquier rastro de algo que ahora no interesa que se recuerde en el historial del nuevo faraón o de sus adeptos. Y lo perpetran a pesar de los esfuerzos de la Real Academia de la Lengua para limpiar, fijar y dar esplendor. Han redefinido los conceptos: para ellos, limpiar ahora significa suprimir referencias y memorias incómodas (incluyendo padres y abuelos predemocráticos), fijar es inculcar el pensamiento único de lo políticamente correcto, y dar esplendor es buscar en cualquier personajillo un líder providencial.
Glorioso ejemplo de la forma de actuar del “comando típex” (parafraseando al ahora bermejo Ministro Bermejo cuando acuñó lo de “comando Dixan” para referirse a la detención de unos sospechosos de actividades terroristas) se tiene en el casi olvidado Jesús Caldera, cuando se debatía el hundimiento del petrolero Prestige en el Parlamento Nacional y esgrimió un documento oficial de Salvamento y Seguridad Marítima, manipulando convenientemente con ese blanquecino líquido para intentar culpar al gobierno del PP del desastre que provocó dicho barco. Cuando Rajoy le afeó esa truculenta conducta, que Alfonso Guerra hubiera calificado propia de un “tahúr del Mississippi”, el diputado de PSOE Álvaro Cuesta le dijo en el Parlamento: “¡Que tenga usted, señor vicepresidente, la desvergüenza de pedir explicaciones a la oposición! Es una vergüenza, es impropio de un Gobierno que pretende representar a España”. A mi modesto entender, tenía Cuesta toda la razón. Pero la tenía antes y la tiene ahora, aunque eso debiera explicárselo “picado y menudo” a su partido, en particular a Teresa de la Vega y a Zapatero, que no paran de pedir explicaciones al PP, ahora en la oposición.
Volvió Caldera a sus mañas para tratar de hacer olvidar a los vecinos de su ciudad sobre el inaudito cambio de postura en el asunto de los “papeles de Salamanca” y por último quiso suprimir desempleados usando el típex estadístico en el análisis de los datos laborales, modificando el concepto de persona sin empleo para que el que sí lo era, ya no lo fuera. Tampoco iba a tener problemas en una votación estando allí su amigo Gaspar Zarrías Arévalo, hoy número dos de Chaves, el que votó con manos y pies en el Senado y sigue en la política.
Otro ejemplo, aún más glorioso si cabe. La flamante Ministra Bibiana Aído dijo en el Congreso el 9 de junio de 2008: “Estoy convencida de que el compromiso con la igualdad de los miembros y miembras de esta Comisión será muy relevante a la hora de conseguir los objetivos que la sociedad española nos está reclamando”. Todos recordarán la polémica suscitada, que osciló desde lo chusco y desenfadado hasta lo erudito y académico, pasando por el leguaje politiqués y demagógico al uso. Pero por arte de birlibirloque, el polémico “miembras” ha desaparecido del Diario de Sesiones Oficial. Siempre creí que el laborioso trabajo de luz y taquígrafos que suelen reclamar sus señorías, se justificaba en conservar para generaciones futuras la memoria rigurosa y la literalidad de lo que allí se dijo y se replicó. Se puede discrepar de casi cualquier cosa, es lo normal en el juego político democrático, pero es una sinrazón totalitaria que se quiera borrar el rastro de algo que pudiera resultar ahora inconveniente o inadecuado para la Ministra que lo pronunció y el Gobierno que la nombró.
Pero también algunos jueces se han apuntado al “comando típex”. Recordemos el auto de la Audiencia Provincial de Madrid sobre el caso Severo Ochoa o de las sedaciones terminales, en el que dice que se debe eliminar la mención a la “mala praxis” del Dr. Montes y su equipo, los de “sendero luminoso” que les llamaban otros profesionales del propio hospital. Se puede entender que se desestime la demanda, es una decisión del juzgador, pero no cabe en cabeza humana que se pretenda mediante auto suprimir lo que dice un informe pericial. Lo dicho y escrito, escrito está, se comparta o no. Los faraones decían: que así se escriba y que así se haga. Si a Humphrey Bogart y a Ingrid Bergman en Casablanca siempre les quedará París, a nosotros, de momento, nos quedan las hemerotecas para que no se falsifique la historia.
José Fco. Fernández Belda
Se pueden proponer algunos ejemplos cercanos de ese espíritu “memoricida” de la mano del típex, ese líquido blanco usado para cubrir los errores de escritura de modo que, una vez seco, se pueda escribir sobre esa misma parte del papel. O por el nuevo método más limpio y sutil basado en el típex electrónico o en el photoshop, consistente en borrar de textos, hemerotecas y fonotecas cualquier rastro de algo que ahora no interesa que se recuerde en el historial del nuevo faraón o de sus adeptos. Y lo perpetran a pesar de los esfuerzos de la Real Academia de la Lengua para limpiar, fijar y dar esplendor. Han redefinido los conceptos: para ellos, limpiar ahora significa suprimir referencias y memorias incómodas (incluyendo padres y abuelos predemocráticos), fijar es inculcar el pensamiento único de lo políticamente correcto, y dar esplendor es buscar en cualquier personajillo un líder providencial.
Glorioso ejemplo de la forma de actuar del “comando típex” (parafraseando al ahora bermejo Ministro Bermejo cuando acuñó lo de “comando Dixan” para referirse a la detención de unos sospechosos de actividades terroristas) se tiene en el casi olvidado Jesús Caldera, cuando se debatía el hundimiento del petrolero Prestige en el Parlamento Nacional y esgrimió un documento oficial de Salvamento y Seguridad Marítima, manipulando convenientemente con ese blanquecino líquido para intentar culpar al gobierno del PP del desastre que provocó dicho barco. Cuando Rajoy le afeó esa truculenta conducta, que Alfonso Guerra hubiera calificado propia de un “tahúr del Mississippi”, el diputado de PSOE Álvaro Cuesta le dijo en el Parlamento: “¡Que tenga usted, señor vicepresidente, la desvergüenza de pedir explicaciones a la oposición! Es una vergüenza, es impropio de un Gobierno que pretende representar a España”. A mi modesto entender, tenía Cuesta toda la razón. Pero la tenía antes y la tiene ahora, aunque eso debiera explicárselo “picado y menudo” a su partido, en particular a Teresa de la Vega y a Zapatero, que no paran de pedir explicaciones al PP, ahora en la oposición.