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Todavía hay esperanza

Una vez que las Torres cayeron, no solo se legitimó a una administración caduca, corrupta y criminal, sino que se dio luz verde a todo tipo de radicalismos, tendentes, éstos, a profundizar en las desigualdades que existen entre los seres humanos. Piensen, si no, en la crisis en la que estamos inmersos, propiciada por el ansia especuladora de quienes, ahora, se erigen como la solución al problema. Resulta patético, y tremendamente grotesco, que aquellos que apagan fuegos rociando el incendio con napalm sean ahora los abanderados que nos van a sacar de la crisis que ellos mismos crearon.

Por otra parte, el radicalismo religioso que atacó a las Torres se ha contagiado a otras religiones, que ahora bordean el culto al becerro de oro que tanto detestara Moisés tras bajar con las Tablas de la Ley. Fundamentalistas los hay, y de todo tipo y condición. Basta con coger un libro de Historia para darse cuenta de esto. El problema viene cuando, por culpa de dicho fundamentalismo, un loco cualquiera le descerraja un tiro en la cabeza a una congresista que estaba haciendo su trabajo. Aunque lo peor no es el hecho en si, sino que haya personas que sean capaces de justificarlo, con tal de tener la razón.

Es ahí donde radica el verdadero problema. Más, si se tiene en cuenta que, detrás de las Torres, han ido cayendo mucho de los logros que tanto dolor, sudor y sangre costaron alcanzar durante buena parte del pasado siglo. Ahora la solución a todos los problemas viene de la mano de recortes en Educación, Sanidad, Asuntos Sociales, áreas consideradas innecesarias por quienes sólo piensan en el saldo bancario de su cuenta de crédito.

Justo en el momento en el que se desplomó la segunda Torre, la oligarquía que siempre ha manejado los hilos de nuestra sociedad comenzó la deconstrucción de nuestro mundo, para volver a construir, tal y como se empeñó la anterior administración norteamericana, el antiguo y caduco mundo que tanto les gusta.

Hemos llegado a un punto en donde poco importan los gastos en banderas, trajes, o becas de estudios concedidos a cargos públicos, cuando el sistema educativo hace aguas por todos sitios. Lo verdaderamente grave es la impunidad con la que los fundamentalistas ideológicos y económicos están campando por sus respetos, apoyados por unos medio tan execrables como ellos, ante la impotencia de los ciudadanos.

No hay día que pase en donde las noticias no vomiten recortes que solamente ayudan al aborregamiento y embrutecimiento de nuestra sociedad, un hecho buscado y querido por quienes que desean que las cosas no cambien lo más mínimo.

Con todos estos elementos en la mano, no sorprende los apocalípticos mensajes que retumban en cada lugar del globo. Mensajes que son hábilmente manipulados ?pues todo hay que decirlo- y que van calando poco a poco, sobretodo, en aquellos que tratan de hacerse un hueco en una sociedad cada vez más corrupta.

Al final, las Torres Gemelas han dejado un innumerable reguero de víctimas, las cuales poco o nada podían hacer por cambiar la situación que había propiciado dicho atentado. Sus muertes solo han servido para pavimentar el camino de quienes se ceban en los más débiles y desamparados, quienes, como uso y costumbre, quedaron indemnes.

Becker hablaba de las oscuras golondrinas, aunque en estos momentos creo que quien mejor ejemplifica la situación en la que estamos viviendo fue Edgar Allan Poe, con su Cuervo Negro, o el escritor Vicente Blasco Ibáñez con sus Cuatro Jinetes del Apocalipsis, los cuales llevan bastante tiempo cabalgando por nuestra sociedad.

? Aunque si los gobiernos, especialmente el nuestro, tienen medios para becar a cargos públicos para que así éstos puedan mejorar sus conocimientos -y administrarnos mejor- puede que todo no esté perdido y haya un rayo de esperanza.

Eduardo Serradilla Sanchis

Una vez que las Torres cayeron, no solo se legitimó a una administración caduca, corrupta y criminal, sino que se dio luz verde a todo tipo de radicalismos, tendentes, éstos, a profundizar en las desigualdades que existen entre los seres humanos. Piensen, si no, en la crisis en la que estamos inmersos, propiciada por el ansia especuladora de quienes, ahora, se erigen como la solución al problema. Resulta patético, y tremendamente grotesco, que aquellos que apagan fuegos rociando el incendio con napalm sean ahora los abanderados que nos van a sacar de la crisis que ellos mismos crearon.

Por otra parte, el radicalismo religioso que atacó a las Torres se ha contagiado a otras religiones, que ahora bordean el culto al becerro de oro que tanto detestara Moisés tras bajar con las Tablas de la Ley. Fundamentalistas los hay, y de todo tipo y condición. Basta con coger un libro de Historia para darse cuenta de esto. El problema viene cuando, por culpa de dicho fundamentalismo, un loco cualquiera le descerraja un tiro en la cabeza a una congresista que estaba haciendo su trabajo. Aunque lo peor no es el hecho en si, sino que haya personas que sean capaces de justificarlo, con tal de tener la razón.