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De tránsfugas, censurados y censores... A cuál peor

Las Palmas de Gran Canaria —

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Salimos de una y nos metemos en otra. Pero si además la “otra” es la de antes, seguiremos sin levantar cabeza por “más de lo mismo”.

Esta ciudadanía santacrucera lleva una década padeciendo avatares municipales de muy baja estofa que redundan en perjuicio colectivo para sus intereses, en beneficio de ambiciones partidistas o personales, focalizada toda la atención política en el esfuerzo por acceder a la poltrona o intentar quedarse pegado al asiento de por vida.

No son conjeturas tendenciosas con ánimo peyorativo, sino la evidencia de una realidad concreta difícil de rebatir e incómoda de comentar… No nos conviene desviar la mirada ante situaciones adversas a favor de intereses particulares, que no merecen la resignación colectiva de quienes mantenemos esplendida y generosamente cargos oficiales que, en teoría, son ocupados por supuestos servidores del pueblo, cuya responsabilidad asumida bajo juramento  parece una remota prioridad para ellos.

Los ciudadanos hemos tenido que tragar con una turbia moción de censura, tras unas elecciones municipales, al amparo de una ley electoral deleznable que permite gobernar al menos votado. Como sucedió con el actual alcalde en su primera legislatura consistorial. Moneda que se le devolvió a los ocho años; esta vez en su contra. Como no se podía consentir tamaño desaire, era necesario urdir una operación “reconquista”, no para beneficio del pueblo gobernado, sino como una pugna de tronos para recuperar el bastón de mando que fugazmente había caído otras manos. 

Nada que objetar en cuanto a la legislación vigente que, desde su lamentable inconsistencia, permite este tipo de tropelías. Otro planteamiento lo es con criterios éticos, ajustados o no a la legitimidad y a la calidad moral de los interfectos. Unos y otros son de difícil ubicación en distintos sacos, pues la evidencia demuestra que ambos, todos, van a lo mismo: pillar cacho a cualquier precio, sin ventaja alguna para la población... Carencia de clase y de calidades humanas.

De hecho, el resultado está siendo penoso. Una ciudad de nuevo sucia, con su patrimonio  urbano abandonado, decrépita y maltratada por ciudadanos desaprensivos ante la pasividad de las autoridades… Pareciera que hayamos regresado a la inoperancia de las dos legislaturas anteriores… como así ha sido. Basuras esparcidas por un paisaje urbano que ha recuperado el vandalismo callejero de las pintadas grafiteras con impunidad absoluta. 

Cierto que aquí no concedemos la moratoria de los cien días a prueba. No es necesaria puesto que son los mismos que durante ocho años recientes ya dieron muestra suficiente de su incapacidad y desidia. Y desde luego siguen luciéndose. Tampoco ellos dieron oportunidad a los desbancados, duramente atacados en una operación subrepticia de censura, diseñada en las sombras de la pandemia y el confinamiento (lo que indica la verdadera ralea del personal), con una exagerada y bien orquestada campaña de propaganda personal y difamación de adversarios en abundantes intervenciones mediáticas, copando masivamente espacios en diversas emisoras y publicaciones –cuya  inversión en dinero público debiera transparentarse… así como los sospechosos recursos económicos actuales de la edil transfugada– hasta que salió adelante la moción de censura. A partir de entonces, han desaparecido de los medios y también, en apariencia, de sus labores institucionales. Todo se ha paralizado de repente.

Los mismos que en su campaña denostaban lo mal que lo estaban haciendo los otros y lo bien que iban a hacerlo ellos, son los que ahora justifican el destrozo urbano culpando al incivismo popular de los desmanes y actos vandálicos que asolan la ciudad. 

De acuerdo con que la educación cívica no es responsabilidad del gobierno ni del ayuntamiento. La buena crianza es cosa de familia. Pero si falla lo de casa y se infringen leyes u ordenanzas por vandalismo callejero o actitudes salvajes que atentan contra la higiene, salud pública, cuidado del mobiliario urbano y respeto por el patrimonio histórico y cultural,  las instituciones tienen recursos y medios suficientes para controlar los comportamientos cívicos desviados. Vigilancia adecuada y sanciones proporcionadas, firmes y disuasorias. Si las autoridades no son capaces de remediarlo, incluido el propio ejemplo, deben dimitir por su ineptitud, en lugar de quejarse del gamberrismo que dejan suelto con su permisividad. Deben dejar espacio a quienes estén capacitados y tengan voluntad de rersolverlo.

Hay muchos ejemplos en nuestra geografía de lo que significa para una gran ciudad un buen alcalde. Nosotros tenemos la mala suerte de llevar más de una década en la cuesta abajo, en esta magnífica y querida Santa Cruz venida a menos. Antes esplendorosa capital y hoy desvencijada, mortecina y dejada de la mano divina. 

Es imprescindible plantar cara en forma de presión ciudadana para salir de esta. Se trata de exigir responsabilidades y comportamiento digno a nuestros representantes ante su dejación de funciones, por tantas promesas electorales incumplidas y  problemas sin resolver que desde la participación ciudadana se les plantea y ofrece con posibles soluciones. No es una confrontación, sino el espíritu de colaboración gratuita que suele ser muy mal interpretado por los próceres. 

Atención especial a las víctimas del clientelismo electoral, cuyo voto mantiene este despropósito. Si el esfuerzo que se dedica a cultivarlo –por cierto, con bastante éxito– se aplicase a la eficacia en la gestión, sería indicativo de un gran alcalde gobernando una gran ciudad.

06/09/2020                                                       www.elrincondelbonzo.blogspot.com

 

Salimos de una y nos metemos en otra. Pero si además la “otra” es la de antes, seguiremos sin levantar cabeza por “más de lo mismo”.

Esta ciudadanía santacrucera lleva una década padeciendo avatares municipales de muy baja estofa que redundan en perjuicio colectivo para sus intereses, en beneficio de ambiciones partidistas o personales, focalizada toda la atención política en el esfuerzo por acceder a la poltrona o intentar quedarse pegado al asiento de por vida.