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El trauma vicario: una realidad ineludible en la labor de los profesionales de la protección a la infancia y la justicia juvenil
El trauma vicario es una de las caras menos visibles, pero profundamente presentes, en las profesiones que se enfrentan diariamente al dolor, la violencia y la vulnerabilidad. Este término se refiere al impacto psicológico que experimentan los profesionales al trabajar con personas que han vivido traumas extremos. No se trata de una vivencia directa, sino de una internalización del sufrimiento ajeno, lo que puede alterar la percepción del mundo, las emociones y la salud mental del profesional.
El trauma vicario es un tipo de desgaste emocional que experimentan las personas que trabajan en contacto directo con víctimas de experiencias altamente traumáticas. Aunque el profesional no haya vivido el evento traumático en carne propia, la constante exposición a relatos de dolor, sufrimiento o violencia puede provocar un impacto psicológico profundo. Este fenómeno no solo afecta la dimensión emocional del individuo, sino que también puede alterar su visión del mundo, generar un sentimiento de inseguridad generalizada y desgastar su empatía hacia las personas a las que ayuda. Se distingue del estrés postraumático en que el trauma no se origina por una experiencia directa, sino por la interacción prolongada con quienes lo han sufrido.
La sintomatología del trauma vicario es variada y puede presentarse tanto a nivel físico como emocional y conductual. Entre los síntomas emocionales, destacan el agotamiento emocional, la ansiedad, el insomnio, la irritabilidad, la dificultad para experimentar placer o la sensación de desesperanza. A nivel cognitivo, es común que se produzca una alteración en las creencias personales sobre la seguridad, la confianza o la justicia, lo que puede llevar a una visión pesimista del mundo. En cuanto a los síntomas físicos, las personas afectadas pueden sufrir dolores musculares, fatiga crónica, problemas gastrointestinales o tensiones recurrentes.
En el plano conductual, el trauma vicario puede manifestarse en la evitación de tareas laborales, un distanciamiento emocional hacia las personas atendidas o incluso en conductas de aislamiento en la vida personal. Estas señales, si no son identificadas y gestionadas a tiempo, pueden derivar en un síndrome de desgaste profesional (burnout), comprometiendo tanto la salud del profesional como la calidad de la atención brindada a las personas con las que trabaja. Reconocer esta sintomatología es el primer paso para implementar estrategias de autocuidado y soporte en los contextos laborales que mitiguen sus efectos.
El trauma vicario: una realidad negada
A diferencia del estrés postraumático, el trauma vicario no surge de una experiencia directa, sino de la empatía prolongada hacia quienes han sufrido traumas graves. Estudios como los de Figley (1995) y Pearlman & Saakvitne (1995) han demostrado cómo este fenómeno puede erosionar la salud emocional, las creencias personales y hasta la visión de mundo de los profesionales.
Estos efectos no son raros ni aislados. En el ámbito de la protección a la infancia, un estudio de Sprang et al. (2007) reveló que el 50% de los profesionales de este sector muestran signos de trauma vicario tras cinco años de trabajo. El impacto es evidente: la sobreexposición a historias de abuso, abandono, negligencia o explotación no solo mina la salud mental de los equipos profesionales, sino que afecta a la capacidad de intervención.
El trauma vicario en profesionales del ámbito de la protección a la infancia y la adolescencia
En el ámbito de la protección a la infancia y la adolescencia, el trauma vicario emerge con fuerza debido a la intensidad emocional inherente al trabajo con personas menores de edad víctimas de abuso, abandono, negligencia o explotación. Los profesionales de la educación social, del trabajo social o de la psicología entre otros están constantemente expuestos a relatos y realidades que ponen a prueba su resiliencia emocional.
La falta de espacios seguros para procesar estas emociones en equipo, sumada a la presión de actuar con rapidez y eficacia, puede cronificar esta exposición. Así, el profesional no solo absorbe el trauma de la víctima, sino que también lidia con la frustración de las limitaciones sistémicas.
El trauma vicario en profesionales del ámbito de la justicia juvenil
En el contexto de la justicia juvenil, donde los profesionales trabajan con adolescentes en conflicto con la ley, el trauma vicario puede surgir al estar en contacto con población adolescente mayor de 14 años que han sido a la vez víctimas y perpetradores. Estos jóvenes suelen cargar historias de abandono, violencia, a veces incluso pobreza que los llevaron a cometer delitos, lo que genera una doble dimensión emocional para los profesionales: empatía hacia su sufrimiento y la necesidad de confrontar sus acciones.
¿Por qué es importante visibilizar el trauma vicario?
El bienestar de los profesionales que trabajan en estos sectores es más que una cuestión de justicia laboral; es una necesidad estructural para garantizar la calidad de los sistemas de protección y justicia. Si el trauma vicario no se aborda de manera integral, los efectos pueden ser devastadores tanto para el profesional como para las personas a las que atiende.
Desde una perspectiva política, reconocer esta realidad es un acto de compromiso con los valores que defendemos como sociedad. Invertir en el bienestar de quienes cuidan y protegen es una forma de fortalecer el tejido social y garantizar que las intervenciones se realicen con la sensibilidad y humanidad que requieren.
Reconocer y visibilizar el trauma vicario es esencial para proteger la salud mental de los profesionales y garantizar la calidad de sus intervenciones, lo que exige un compromiso institucional y organizacional en varios niveles. Es necesario promover una formación específica que incluya talleres sobre trauma vicario, autocuidado y estrategias de afrontamiento, así como instaurar sesiones regulares de supervisión emocional donde los equipos puedan reflexionar sobre los casos y procesar sus sentimientos en entornos seguros y libres de juicio. Además, deben implementarse políticas de cuidado organizacional que ofrezcan pausas regulares, movilidad en los puestos de trabajo, jornadas equilibradas y acceso a apoyo psicológico, al tiempo que se fomenta el trabajo en equipo para combatir el aislamiento y compartir la carga emocional entre colegas.
La tarea de proteger a los más vulnerables no puede recaer en profesionales desprotegidos. Cuidar a quienes cuidan es un acto de responsabilidad ética y política. Desde una perspectiva progresista, es esencial construir sistemas que no solo reparen el daño de las víctimas, sino que también protejan a quienes las acompañan en ese proceso. El trauma vicario no es una señal de debilidad, sino una consecuencia natural de trabajar con el dolor humano. Reconocerlo y abordarlo desde una perspectiva de autocuidado y acompañamiento institucional es esencial para que los profesionales puedan seguir desempeñando su labor con eficacia y humanidad. En un contexto donde los niños, niñas y adolescentes dependen de la fortaleza y estabilidad de los adultos que los acompañan, cuidar de quienes cuidan es una responsabilidad ética y profesional ineludible.
El trauma vicario es una de las caras menos visibles, pero profundamente presentes, en las profesiones que se enfrentan diariamente al dolor, la violencia y la vulnerabilidad. Este término se refiere al impacto psicológico que experimentan los profesionales al trabajar con personas que han vivido traumas extremos. No se trata de una vivencia directa, sino de una internalización del sufrimiento ajeno, lo que puede alterar la percepción del mundo, las emociones y la salud mental del profesional.
El trauma vicario es un tipo de desgaste emocional que experimentan las personas que trabajan en contacto directo con víctimas de experiencias altamente traumáticas. Aunque el profesional no haya vivido el evento traumático en carne propia, la constante exposición a relatos de dolor, sufrimiento o violencia puede provocar un impacto psicológico profundo. Este fenómeno no solo afecta la dimensión emocional del individuo, sino que también puede alterar su visión del mundo, generar un sentimiento de inseguridad generalizada y desgastar su empatía hacia las personas a las que ayuda. Se distingue del estrés postraumático en que el trauma no se origina por una experiencia directa, sino por la interacción prolongada con quienes lo han sufrido.