Espacio de opinión de Canarias Ahora
Turismo
Siempre nos pareció un negocio funambulesco. Quizás a ti menos. Incluso te sentías turista cuando viajabas a Italia, y a París, en aquellos trenes noctívagos cargados de sorpresas masculinas, o eso me contabas.
No fue así cuando viajamos a Sète. Acababa de morir Georges Brassens y queríamos dejarle unas flores. Pero nos perdimos en el cementerio marino buscando la tumba de Paul Valéry. ¿Éramos turistas? Creo que mi Seat Panda 45 nos otorgaba una condición de paseantes, no más. La cena en el restaurante del muelle deportivo fue excelentemente francesa. Compramos unas postales que no tuvieron destino. Hacía frío y la calefacción del hotel era rácana. Por la mañana, deambulamos por el pueblo. Tú embutida en un abrigo polar blanco. Aun así tiritabas. Yo con mi chaquetón de los efectos navales coruñeses. ¿Éramos turistas? Cualquier visita a Francia comportaba una compra selecta de quesos. Aquel viaje fue excepción. De regreso, para consolidar el ciclo poético, saludamos a Antonio Machado en Collioure, era mi primera vez. Nos esperaba el parador de La Seu d’Urgell, recién estrenado, y una opípara cena en El Mundial, el restaurante de aquel hotel decadente que regentaba un gallego.
¿Éramos turistas? Hasta hubo compras en Andorra, tabaco, güisqui, un moderno transistor, lencería, un chaquetón Barbour y unos vinilos en Pyrénées. La vuelta a Barcelona resulto plomiza, como casi todas las vueltas. Cada uno a ejercer de docentes, a contestar las preguntas, “¿qué tal lo pasasteis? ¿Cómo os fue? ¿Es bonito?” y similares. Recuerdo que a la profesora de francés le regalé un disco de Brassens, no lo conocía. Me lo agradeció con un carajillo de ron Pujol en la bodega de paseo de la Bonanova, al lado del cine Spring.
Con esta añoranza pasajera, creo que el viernes las obligaciones profesionales me conducen a la feria de turismo, Fitur. Está claro que no éramos turistas.
Siempre nos pareció un negocio funambulesco. Quizás a ti menos. Incluso te sentías turista cuando viajabas a Italia, y a París, en aquellos trenes noctívagos cargados de sorpresas masculinas, o eso me contabas.
No fue así cuando viajamos a Sète. Acababa de morir Georges Brassens y queríamos dejarle unas flores. Pero nos perdimos en el cementerio marino buscando la tumba de Paul Valéry. ¿Éramos turistas? Creo que mi Seat Panda 45 nos otorgaba una condición de paseantes, no más. La cena en el restaurante del muelle deportivo fue excelentemente francesa. Compramos unas postales que no tuvieron destino. Hacía frío y la calefacción del hotel era rácana. Por la mañana, deambulamos por el pueblo. Tú embutida en un abrigo polar blanco. Aun así tiritabas. Yo con mi chaquetón de los efectos navales coruñeses. ¿Éramos turistas? Cualquier visita a Francia comportaba una compra selecta de quesos. Aquel viaje fue excepción. De regreso, para consolidar el ciclo poético, saludamos a Antonio Machado en Collioure, era mi primera vez. Nos esperaba el parador de La Seu d’Urgell, recién estrenado, y una opípara cena en El Mundial, el restaurante de aquel hotel decadente que regentaba un gallego.