Espacio de opinión de Canarias Ahora
El turístico inmoral
Todo empezó cuando vino la policía municipal a prohibirnos jugar a la pelota en las zonas de la playa que iban a reservar para las hamacas de los turistas. Tenían órdenes. Nunca lo superé. Éramos chiquillos y nuestras madres nada pudieron contra aquella expulsión de nuestro espacio de arena. Si llegamos a saber la que se avecinaba, hubiéramos resistido más. Pero eran los años 60 y andábamos muy desarticulados. Hoy, ya han conseguido que dudemos si ir a la playa, están abarrotadas. El monte está abarrotado. Al Teide, al Nublo, a Cofete, ni se te ocurra. A Anaga, imposible. No puedes comer sin reserva. Los coches de alquiler nos adelantan y entorpecen. Siempre es hora punta. La casa de abuela se vendió a un guiri porque tenía más perras que nadie de la familia. Y no te visito porque no hay dónde aparcar, ni suficiente psicomotricidad mental para sortear turistas y colonos en el centro histórico y en la periferia sin historia. Hace tiempo que vivimos así, hacinados, justo desde que el capitalismo turístico amplió sus fronteras de mercantilización y convirtió en mercancía nuestra forma de vida y sus lugares y sus cosas. Todo el espacio y la actividad insular. La crisis del 2008, la gran recesión, la COVID, se saldaron con la turistificación brutal. Nos han desposeído de nuestros espacios para su negocio. Empezaron por las playas, nos las quitaron sin pagar nada. Ahora nos quitan los alquileres, todo el espacio público, rural, urbano, deportivo, de aventura, gastronómico, marítimo. Se llama acumulación por desposesión (Harvey). Hacemos colas para pedir un cortado en una franquicia, el bar de toda la vida es un gastro. Se llama malestar en la turistificación (Cañada y Murray), un libro muy recomendable.
Son muchas las consejerías y concejalías que se han esmerado en promocionar con dinero público la gentrificación turística o desplazamiento social, residencial y comercial de la población canaria. Alguna cree que todavía hay hueco para sedentarios digitales. Es la inercia ignorante, irreflexiva. Pero siempre nos quedará el dicho; ¿y de qué vamos a vivir, mi niño?, como marco cognitivo básico que coordina nuestro sentido común para interpretar la vida. Aborrecible. También, en ese aborrecimiento, se ha esmerado la información periodística al uso, toda la vida vendiéndonos récords del turista un millón, del lleno de ocupación y de la inviabilidad de la mísera tasa turística y entrada en espacios naturales, alertándonos sobre la nueva herramienta discursiva del imperio: la turismofobia. Un artefacto intelectual comodín en manos de los jefes patronales, y de algún tolete. Un parte informativo que nos alerta siempre del asesinato de la jodida gallina de los huevos de oro. Por cierto, ¿alguien ha visto un huevo de esos alguna vez? En fin, un trabajo de promoción turística perfecto: denostando a quienes se quejan del malestar generado, ocultando los múltiples impactos de esta industria multinacional y sus míseros sueldos.
Las propuestas de prohibición de construir ni una cama hotelera más o moratoria efectiva, el cambio y decrecimiento del turístico inmoral en beneficio de otros sectores, la declaración de zonas saturadas, tensionadas y de regulación de alquileres, tasas turísticas o ecológicas, el límite a la venta de propiedades a extranjeros, llevan caminando décadas en las islas. Cuando pudimos someterlas a consideración en el Parlamento de Canarias nos votaron en contra. Éramos minoría, y ahora más si cabe. Menos mal que algunas élites han decidido ponerse a la cabeza de las movilizaciones y andan reclamando el huevo de oro. Por lo menos hasta el 21 de abril estarán sospechando de la gallina, luego, todo volverá a su cauce: seguir trabajando duro desde las instituciones para ampliar las fronteras de la mercantilización. Algo más de nuestras vidas ordinarias que se pueda vender como mercancía se les ocurrirá. Total, una inmoralidad como otra cualquiera.
Todo empezó cuando vino la policía municipal a prohibirnos jugar a la pelota en las zonas de la playa que iban a reservar para las hamacas de los turistas. Tenían órdenes. Nunca lo superé. Éramos chiquillos y nuestras madres nada pudieron contra aquella expulsión de nuestro espacio de arena. Si llegamos a saber la que se avecinaba, hubiéramos resistido más. Pero eran los años 60 y andábamos muy desarticulados. Hoy, ya han conseguido que dudemos si ir a la playa, están abarrotadas. El monte está abarrotado. Al Teide, al Nublo, a Cofete, ni se te ocurra. A Anaga, imposible. No puedes comer sin reserva. Los coches de alquiler nos adelantan y entorpecen. Siempre es hora punta. La casa de abuela se vendió a un guiri porque tenía más perras que nadie de la familia. Y no te visito porque no hay dónde aparcar, ni suficiente psicomotricidad mental para sortear turistas y colonos en el centro histórico y en la periferia sin historia. Hace tiempo que vivimos así, hacinados, justo desde que el capitalismo turístico amplió sus fronteras de mercantilización y convirtió en mercancía nuestra forma de vida y sus lugares y sus cosas. Todo el espacio y la actividad insular. La crisis del 2008, la gran recesión, la COVID, se saldaron con la turistificación brutal. Nos han desposeído de nuestros espacios para su negocio. Empezaron por las playas, nos las quitaron sin pagar nada. Ahora nos quitan los alquileres, todo el espacio público, rural, urbano, deportivo, de aventura, gastronómico, marítimo. Se llama acumulación por desposesión (Harvey). Hacemos colas para pedir un cortado en una franquicia, el bar de toda la vida es un gastro. Se llama malestar en la turistificación (Cañada y Murray), un libro muy recomendable.
Son muchas las consejerías y concejalías que se han esmerado en promocionar con dinero público la gentrificación turística o desplazamiento social, residencial y comercial de la población canaria. Alguna cree que todavía hay hueco para sedentarios digitales. Es la inercia ignorante, irreflexiva. Pero siempre nos quedará el dicho; ¿y de qué vamos a vivir, mi niño?, como marco cognitivo básico que coordina nuestro sentido común para interpretar la vida. Aborrecible. También, en ese aborrecimiento, se ha esmerado la información periodística al uso, toda la vida vendiéndonos récords del turista un millón, del lleno de ocupación y de la inviabilidad de la mísera tasa turística y entrada en espacios naturales, alertándonos sobre la nueva herramienta discursiva del imperio: la turismofobia. Un artefacto intelectual comodín en manos de los jefes patronales, y de algún tolete. Un parte informativo que nos alerta siempre del asesinato de la jodida gallina de los huevos de oro. Por cierto, ¿alguien ha visto un huevo de esos alguna vez? En fin, un trabajo de promoción turística perfecto: denostando a quienes se quejan del malestar generado, ocultando los múltiples impactos de esta industria multinacional y sus míseros sueldos.