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La verdad es que yo quería otra cosa, pero...

Lo lógico, en esta ocasión, sería tratar de evitar los resabios que llevaron a muchas personas a creerse, por ejemplo, el cuento de que lo importante es “guardar las apariencias”, cueste lo que cueste. Y si para lograrlo uno se tenía que hipotecar durante cuarenta años, pues nada, si no lo podemos pagar nosotros, ya lo pagarán nuestros hijos, que para eso están.

De ahí que la moda de etiquetar, de catalogar a las personas en un vano intento de tener controlado el “pequeño mundo” que nos rodea, sigue estando en pleno auge.

El propósito de tal costumbre es, no sólo inútil -el mundo gira mucho más rápido de lo que nos podemos dar cuenta- sino que termina por ser un serio inconveniente en las relaciones humanas. El problema principal de etiquetar a alguien reside en que, si a esa persona se le ocurre salirse de la esfera que engloba la etiqueta que lleva puesta, a los demás le saltan las alarmas. Es como si, de por vida, tuvieras que llevar dicha etiqueta y estuviera fuera de lugar cualquier tipo de objeción ante tal situación.

Vamos, dicho claramente, que si se te ocurre desafiar la etiqueta que llevas puesta estás condenado a la hoguera, sin más dilación.

Puede que piensen que exagero, pero en mi experiencia personal ?la que he vivido más de cerca y no la que me han contado terceras personas- las veces que he tratado de desafiar a mi etiqueta, los resultados han sido...

De todos esos momentos recuerdos dos, ambos saldados con dos sonoras broncas. La primera de las broncas me la dedicó una indocumentada y/ o anónima individua, lo era y aún lo es porque nunca me dijo siquiera su nombre, la cual poco menos que quiso pegarme, porque “se me había ocurrido intervenir en una conferencia sobre cine, impartida por Jordi Costa en el CAAM, sin que ella supiera quién era yo”. Éstas fueron, más o menos sus palabras, adornadas con algún que otro calificativo bastante desagradable.

Yo, en mi infinita estupidez, solamente le pregunté quién era ella, una pregunta que obtuvo como respuesta “Yo trabajo en el festival de cine de Las Palmas y conozco a todas las personas que tienen que ver con el mundo del cine en la ciudad. Y a ti no te conozco”. Ante tal actitud, me vino a la memoria la lúcida sonrisa del sargento Steiner, razón por la cual decidí marcharme ?bueno, me ayudaron a abandonar el lugar de manera educada- aunque, al despedirme, le recomendé que, si quería saber alguna cosa de mí, le preguntara al director del Festival de cine de Las Palmas, que él SI que sabía quién era yo.

La segunda bronca me la llevé de una persona experta conocedora de la cinematografía de un país oriental, el cual poco menos que quiso excomulgarme, dado que coloqué a un genio de la animación como lo es el director Hayao Miyazaki a la misma altura que otro genio del séptimo arte, tal y como lo fue Akira Kusosawa.

Lo cierto es que aquella situación tuvo que ver con cierta “encerrona” aceptada por mí, debo admitir, y cierto cansancio hacia la actitud de quienes piensan que el cine de animación no es “verdadero” cine. En esa ocasión no solamente no me quedé callado -uno se cansa de ir de persona educada por la vida- sino que contraataqué con todo lo que tenía.

La realidad era que la persona que me había recriminado mi ignorancia desconocía dos cosas. La primera es que tengo una especial querencia por Akira Kurosawa desde hace mucho tiempo y otra, que una de las películas preferidas de Kurosawa era “Mi vecino Totoro”, una de las grandes obras maestras creadas por el genio de Hayao Miyazaki. Recuerdo que, por la cara de mi antagonista en aquel foro, la sala del CICCA, llena hasta la bandera, tales datos no figuraban en sus enciclopédicos conocimientos, razón por la cual se vio pillado en una situación nada agradable. Al final quedamos en unas forzadas “tablas”, puesto que ninguno de los dos estábamos muy por la labor de cambiar de forma de pensar, aunque, en mi caso, no dejé que me avasallara así como así.

Salirme de la etiqueta que un día me pusieron también me ha supuesto situaciones como tener que acudir a reuniones inútiles y pensadas para que una persona me demostrara que ella era quien tenía la “sartén por el mango” y no para tomar en consideración mi opinión.

Después están las llamadas que nunca llegan, los mensajes por terceros para proponerte quimeras y el interés de unos cuantos por prometerte una ayuda cuando, lo que de verdad quieren, es mantenerte en un cajón. Al final, tu trabajo, tus ideas, al igual que tus proyectos dormirán el sueño de los justos, logrando con ello que esas ideas nunca lleguen a ver a la luz. Se trata de controlar la situación y que nadie pueda poner en peligro su posición de privilegio.

Ahora se preguntarán, ¿cuál es esa etiqueta que me ha ocasionado tantos problemas? Pues se resume en una frase. Soy “el niño de los cómics” o, simplemente “el de los cómics”. Todo lo que se salga de ahí, ¡uff... no se puede permitir! El caso es que a mí siempre me ha gustado el cine, en general, aunque sienta una especial querencia por el género fantástico, pero parece que siempre he tenido que sortear un obstáculo tras otro para poder lograr hacerlo. Gracias a esta columna he podido hacerlo, de manera regular, en los últimos ocho años ?labor que también he desarrollado en otros medios- pero no vean lo que ha costado.

Y que conste que me encantan los cómics y mi labor profesional gira, en gran parte, sobre ellos. No obstante, reducir todas mis capacidades, que alguna tengo, al noveno arte, no es algo que me termine de convencer.

Lo cierto es que las dos broncas que les he comentado no me importaron lo más mínimo ?aunque en el segundo caso, aún recuerdo ese momento de manera mucho más fresca que durante la primera de ellas-.

Lo que sí que recuerdo, por el contrario, fue algo que me pasó en un encuentro cinematográfico celebrado en la ciudad de Las Palmas, hace cuatro años. Uno de los organizadores me presentó a un director de cine con la frase “Mira, él se llama... y sabe mucho de cómics...” así, sin más. En poco más de treinta segundos todo lo que yo podía saber de cine se fue por el sumidero y, para aquel director ?cuya película acababa de ver- yo era un espectador sin mayores conocimientos que, eso sí, sabía mucho de cómics.

Tiene gracia, gracias a mi empeño por defender aquel encuentro cinematográfico, en contraposición al festival de cine de la capital, lo único que gané fueron recriminaciones, mensajes de advertencia enviados a través de terceras personas y alguna que otra fariseica “rasgada de vestidura”.

Así se escribe la historia y así la he contado, por rocambolesca que ésta les pueda parecer. Y antes de que alguien pregunte, NO, NO me gusta poner etiquetas y prefiero conocer a la persona antes que catalogarla como si de parte de un rebaño se tratara

Y ya puestos a preguntar ¿ustedes... qué etiqueta tienen puesta por los demás? ¿Se lo han planteado alguna vez?

Eduardo Serradilla Sanchis

Lo lógico, en esta ocasión, sería tratar de evitar los resabios que llevaron a muchas personas a creerse, por ejemplo, el cuento de que lo importante es “guardar las apariencias”, cueste lo que cueste. Y si para lograrlo uno se tenía que hipotecar durante cuarenta años, pues nada, si no lo podemos pagar nosotros, ya lo pagarán nuestros hijos, que para eso están.

De ahí que la moda de etiquetar, de catalogar a las personas en un vano intento de tener controlado el “pequeño mundo” que nos rodea, sigue estando en pleno auge.