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La vieja derecha y el capataz

Gustavo Matos

Las Palmas de Gran Canaria —

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La derecha española articulada fundamentalmente en torno al PP ha heredado la vieja genética política que siempre la ha caracterizado por la que considera que España es una especie de coto particular que les pertenece, y que todo el que no piensa, opina o vive conforme a un conjunto de valores e ideas que ellos consideran las correctas es un mal español o un ocupa ilegítimo. La historia de España está impregnada de acontecimientos que han marcado su vida política al marchamo de esta especie de música patriota conservadora. Ese viejo ADN conservador español sigue latiendo en la forma de entender la política que tiene el PP y cuyo tótem en estos momentos representa un Mariano Rajoy que parece un político fuera de su tiempo. Unas convicciones que les llevan a moverse en el tablero de la política española envueltos en una especie de mantilla en la que el poder les pertenece por derecho natural y el resto de fuerzas políticas que discuten ese principio, o que osan disputarles el poder son una especie de malos españoles usurpadores y precaristas de la política española. Ese principio de derecho natural al poder fue el que en la última legislatura les llevó a triturar su propio programa electoral e imponer con el ritmo de un panzer una hoja de ruta ideológica cada viernes en el Consejo de Ministros sin el más mínimo interés en buscar el acuerdo o el consenso con el resto de fuerzas políticas que representaban legítimamente a una gran parte de la sociedad española que no se identifica con los valores del PP. La Ley Mordaza, el intento de privatización de la justicia, la reforma laboral, la reforma educativa, son buenos ejemplos del intento de moldear una sociedad conforme a los valores propios prescindiendo del acuerdo con el resto, fruto de esa convicción de que el derecho natural al poder les ampara.

Pero la sociedad española no es como la imagina el PP ni como le gustaría que fuera a los conservadores. Es más plural, rica y diversa y por mucha hoja de ruta ideológica que se pusiera en marcha en la anterior legislatura esa sociedad que está fuera del imaginario conservador seguía existiendo y en cuanto tuvo la oportunidad de volver a votar trasladó esa diversidad al espectro político y al arco parlamentario. Pero el PP lejos de darse cuenta de que envueltos en su derecho divino al poder y tras cuatro años de imposiciones ahora en el tiempo de hablar y pactar no tenían con quien hacerlo, decidieron tras el 20 D deteriorar la vida política y democrática española hasta el límite que fuera necesario con tal de impedir que los usurpadores les arrebataran lo que por derecho natural les pertenece. Retorciendo la vida democrática hasta límites insospechados como negarle al Jefe del Estado acudir a la investidura bloqueado los tiempos democráticos, algo tan inaudito que ni los padres de la Constitución previeron por considerar que ese supuesto jamás se produciría. O negarse los ministros a comparecer en el Congreso de los Diputados con el gobierno en funciones con algunas crisis graves abiertas en ese tiempo como la dimisión del ministro Soria o las escuchas al ministro del Interior.

La situación actual tras las elecciones de junio sigue más o menos igual. Una derecha que considera que el poder les pertenece y que exige sin más que el resto de los partidos deben someterse en el Congreso de los Diputados y facilitar la investidura de Rajoy sin otro argumento que es el partido con más escaños. En una visión viejuna de una situación nueva. Sin ofrecer ni una sola reforma ni en educación, ni en sanidad, ni en derechos laborales, ni en la modificación de algunas normas procesales o que tienen que ver con el ejercicio de derechos y libertades. Reprochando a los demás la situación de bloqueo que ellos mismos han provocado tras su imposibilidad de llegar a acuerdos con nadie, sin tener con quien entenderse. Sin ser capaces de reconocer que los cuatro años en los que practicaron sin piedad el rodillo ideológico ahora son una losa. El acuerdo con Ciudadanos en este sentido es insuficiente. Ni una palabra sobre el rescate social de millones de personas, sobre la reforma laboral, sobre un sistema que garantice el pago de las pensiones que ha liquidado el PP en cuatro años. A penas un puñado de medidas sobre corrupción las cuales en su mayoría ni siquiera dependen del PP y que implican modificaciones legales que requerirán de mayorías reforzadas. Todo ello un poco incompatible con mantener en el poder al Presidente que mandó mensajes de ánimo a Luis Bárcenas y un partido que ha nadado en la corrupción en las tres últimas décadas. Un acuerdo muy distinto al alcanzado con el PSOE y que fue sometido a la cámara en el intento de investidura de Pedro Sánchez. Y es aquí, donde la derecha española, que es más que el PP, que es la derecha económica, los poderes mediáticos, los lobbys financieros etc, de manera orquestada le dan la vuelta cínicamente a esta situación y colocan la presión y la responsabilidad de indultar esas políticas del sufrimiento al PSOE. Los mismos lobbys mediáticos, económicos y financieros que han estado durante 8 años intentando liquidar a los socialistas por tierra mar y aire. Y en un último giro vergonzante colocan la investidura para que unas terceras posible elecciones caigan en Navidad para a continuación culpar de ello a los demás. En este sentido la derecha se sigue comportando conforme a esa genética vieja de dueños del cortijo en el que esperan simplemente sentados a que los demás cedan con la displicencia del capataz. Pero esos tiempos ya no existen, no diré aquello que decían los jornales andaluces de que en mi hambre mando yo, pero si que hay todo un PSOE, que sigue siendo la referencia de la izquierda en este país, que no está dispuesto a indultar al capataz.

La derecha española articulada fundamentalmente en torno al PP ha heredado la vieja genética política que siempre la ha caracterizado por la que considera que España es una especie de coto particular que les pertenece, y que todo el que no piensa, opina o vive conforme a un conjunto de valores e ideas que ellos consideran las correctas es un mal español o un ocupa ilegítimo. La historia de España está impregnada de acontecimientos que han marcado su vida política al marchamo de esta especie de música patriota conservadora. Ese viejo ADN conservador español sigue latiendo en la forma de entender la política que tiene el PP y cuyo tótem en estos momentos representa un Mariano Rajoy que parece un político fuera de su tiempo. Unas convicciones que les llevan a moverse en el tablero de la política española envueltos en una especie de mantilla en la que el poder les pertenece por derecho natural y el resto de fuerzas políticas que discuten ese principio, o que osan disputarles el poder son una especie de malos españoles usurpadores y precaristas de la política española. Ese principio de derecho natural al poder fue el que en la última legislatura les llevó a triturar su propio programa electoral e imponer con el ritmo de un panzer una hoja de ruta ideológica cada viernes en el Consejo de Ministros sin el más mínimo interés en buscar el acuerdo o el consenso con el resto de fuerzas políticas que representaban legítimamente a una gran parte de la sociedad española que no se identifica con los valores del PP. La Ley Mordaza, el intento de privatización de la justicia, la reforma laboral, la reforma educativa, son buenos ejemplos del intento de moldear una sociedad conforme a los valores propios prescindiendo del acuerdo con el resto, fruto de esa convicción de que el derecho natural al poder les ampara.

Pero la sociedad española no es como la imagina el PP ni como le gustaría que fuera a los conservadores. Es más plural, rica y diversa y por mucha hoja de ruta ideológica que se pusiera en marcha en la anterior legislatura esa sociedad que está fuera del imaginario conservador seguía existiendo y en cuanto tuvo la oportunidad de volver a votar trasladó esa diversidad al espectro político y al arco parlamentario. Pero el PP lejos de darse cuenta de que envueltos en su derecho divino al poder y tras cuatro años de imposiciones ahora en el tiempo de hablar y pactar no tenían con quien hacerlo, decidieron tras el 20 D deteriorar la vida política y democrática española hasta el límite que fuera necesario con tal de impedir que los usurpadores les arrebataran lo que por derecho natural les pertenece. Retorciendo la vida democrática hasta límites insospechados como negarle al Jefe del Estado acudir a la investidura bloqueado los tiempos democráticos, algo tan inaudito que ni los padres de la Constitución previeron por considerar que ese supuesto jamás se produciría. O negarse los ministros a comparecer en el Congreso de los Diputados con el gobierno en funciones con algunas crisis graves abiertas en ese tiempo como la dimisión del ministro Soria o las escuchas al ministro del Interior.