El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Adiós a un hombre bueno
La primera vez que oí hablar de Germán Suárez no fue para bien. En no pocos ambientes de la isla de Gran Canaria se le consideraba un empresario del lado oscuro del abigarrado mundo económico insular, influyente gracias a su dinero y a los resortes políticos que manejaba. Le pasaba lo que le pasa a muchos hombres y mujeres de negocios, personas poco dadas a cultivar su propia imagen y, consecuentemente, a permitir que se consolide la que el imaginario colectivo logra que se fije en el vecindario.
Desde que hizo por que nos conociéramos, la cosa cambió radicalmente. Descubrí, efectivamente, a un empresario conservador, efectivamente influyente como pocos, celoso de sus negocios y de lo que siempre creyó que era lo mejor para su ecosistema económico vital, el Puerto de La Luz y Las Palmas. Pero también descubrí a un hombre de tierra adentro, de las medianías de Gran Canaria, ambicioso, hecho a sí mismo, que tenía por norma la nobleza y que se desenvolvía con una extraordinaria capacidad para las relaciones personales y la persuasión.
Con él mantuve desde entonces con una periodicidad un tanto anárquica que él mismo fijaba, muchas horas de conversaciones a solas. Unas veces en su despacho de Astican y otras en su finca de Portada Verde, donde me enseñó los secretos del aloe vera y las enormes propiedades que él se aplicaba cada mañana con una dosis de una cucharada dentro del zumo de naranja que le preparaba su mujer, Mari Luz Calvo.
Casi siempre coincidíamos en el diagnóstico de los problemas que ahogan a esta tierra que tanto le preocupó siempre, pero discrepábamos respetuosamente de las soluciones y de sus enfoques, y a también de las personas más adecuadas para gestionarlos. Ambos sabíamos dónde estaban los límites de la discrepancia -mayormente ideológica- y ni siquiera nos acercábamos jamás a ellos.
En los peores tiempos de la represión periodística y la persecución que sufrió mi periódico por parte del poder político felizmente fenecido, Germán Suárez no dudó ni una sola vez en mantener la línea de colaboración económica que siempre han sostenido sus empresas con los medios informativos. Jamás se escondió, seguramente porque jamás temió a quienes nunca respetó, precisamente por aquellos comportamientos, aunque nunca se los afeara. Solo por eso ya merecería todo mi reconocimiento.
Pero, además, a Germán Suárez lo recordaré siempre por lo mucho que aprendí de él en nuestras largas charlas sobre las personas, sobre los negocios, sobre los barcos, los animales y las plantas, sobre la política, sobre la vida y también sobre la muerte.
Que la tierra te sea leve, amigo.
La primera vez que oí hablar de Germán Suárez no fue para bien. En no pocos ambientes de la isla de Gran Canaria se le consideraba un empresario del lado oscuro del abigarrado mundo económico insular, influyente gracias a su dinero y a los resortes políticos que manejaba. Le pasaba lo que le pasa a muchos hombres y mujeres de negocios, personas poco dadas a cultivar su propia imagen y, consecuentemente, a permitir que se consolide la que el imaginario colectivo logra que se fije en el vecindario.
Desde que hizo por que nos conociéramos, la cosa cambió radicalmente. Descubrí, efectivamente, a un empresario conservador, efectivamente influyente como pocos, celoso de sus negocios y de lo que siempre creyó que era lo mejor para su ecosistema económico vital, el Puerto de La Luz y Las Palmas. Pero también descubrí a un hombre de tierra adentro, de las medianías de Gran Canaria, ambicioso, hecho a sí mismo, que tenía por norma la nobleza y que se desenvolvía con una extraordinaria capacidad para las relaciones personales y la persuasión.