El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Buenos tiempos para el revoltijo
Al grito de “los corruptos son ellos”, el PP va consiguiendo, con la inestimable ayuda de los medios informativos que le arropan, extender la duda acerca de las investigaciones sobre los casos de corrupción que le afectan. En honor a la verdad, debe atribuirse a José Manuel Soria la patente de esa mascarada, una vez descubrió que se iba a quedar sin gente si aplicaba a rajatabla el código ético que emitió un día de 1993 José María Aznar. Entonces era el PP el partido de la regeneración política en España y Aznar y los suyos se habían conjurado para acabar con la corrupción socialista, lo que le granjeó una gran victoria electoral en 1996, luego ratificada en 2000. El manual hablaba de dimisiones y expedientes para los imputados, pero eso ya es papel mojado. En 2006, con el estallido de la Operación Góndola, Soria se percató de que lo de Telde no era un hecho aislado, que los suyos habían empezado a cogerle el gusto a los atajos, quizás porque el referente en el que debían mirarse -él mismo- no predicaba precisamente con el ejemplo.
Al grito de “los corruptos son ellos”, el PP va consiguiendo, con la inestimable ayuda de los medios informativos que le arropan, extender la duda acerca de las investigaciones sobre los casos de corrupción que le afectan. En honor a la verdad, debe atribuirse a José Manuel Soria la patente de esa mascarada, una vez descubrió que se iba a quedar sin gente si aplicaba a rajatabla el código ético que emitió un día de 1993 José María Aznar. Entonces era el PP el partido de la regeneración política en España y Aznar y los suyos se habían conjurado para acabar con la corrupción socialista, lo que le granjeó una gran victoria electoral en 1996, luego ratificada en 2000. El manual hablaba de dimisiones y expedientes para los imputados, pero eso ya es papel mojado. En 2006, con el estallido de la Operación Góndola, Soria se percató de que lo de Telde no era un hecho aislado, que los suyos habían empezado a cogerle el gusto a los atajos, quizás porque el referente en el que debían mirarse -él mismo- no predicaba precisamente con el ejemplo.