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Fin de la catástrofe: ahora, la reconstrucción

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Ni una sola persona ha perdido la vida por la acción directa del volcán de Cumbre Vieja, cuya erupción se dio por concluida este sábado de Navidad después de 85 días y ocho horas de devastación. Ésa es la mejor noticia. La gestión de la emergencia —es conveniente reconocerlo— ha sido ejemplar teniendo en cuenta la imprevisibilidad que toda catástrofe natural suele llevar aparejada. No solo se actuó con destreza y antelación por parte de los organismos concernidos, sino que además se ha ofrecido en todo momento buena y abundante información para que no hubiera lugar a la especulación o a los bulos, lo cual habría agravado sin duda el tamaño de lo que le ha tocado vivir a la sociedad palmera.

Pero la catástrofe del volcán se ha llevado por delante el modo de vida de miles de personas del Valle de Aridane, además de sus casas, de sus fincas, de sus huertos, y además de infraestructuras públicas que les hacían la vida más cómoda. Es el momento de que las administraciones concernidas mantengan los mismos niveles de coordinación y tramiten con diligencia no solo las ayudas económicas a los damnificados, retrasadas como consecuencia de la pertinaz burocracia que castiga muchas de las soluciones públicas en España, sino que además diseñen con audacia el modelo de reconstrucción económica, social y emocional que las personas afectadas y la isla de La Palma entera necesitan para salir con éxito de esta enorme crisis.

Hay que combinar muchos factores: una planificación del territorio que no suponga obstáculos para las acciones urbanísticas, pero que tampoco deje rendijas ni vacíos para los abusos y los atentados ambientales; la implementación de las tecnologías y los métodos más avanzados para la reconstrucción de sistemas de regadío, infraestructuras viarias y levantamiento de viviendas; el replanteamiento del modelo económico palmero hacia la complementariedad y la oportunidad que puede suponer un turismo basado en sus cualidades ambientales y volcánicas, y la ejecución eficiente de las ayudas psicológicas necesarias para atender las secuelas emocionales que han sufrido muchas personas.

Las autoridades deben asesorarse convenientemente, actuar sin temor, mirar exclusivamente por el interés de la población afectada y alejarse al máximo del oportunismo político, por mucho que desde algunos sectores muy concretos de la oposición nacional y local se intente sacar rédito electoral de esta desgracia.

Si actúan con inteligencia y con valentía puede que La Palma se confirme como un buen ejemplo de resiliencia y de reconstrucción.

No se puede aducir falta de dinero porque lo hay de sobra. Bastará con gestionarlo bien.

Ni una sola persona ha perdido la vida por la acción directa del volcán de Cumbre Vieja, cuya erupción se dio por concluida este sábado de Navidad después de 85 días y ocho horas de devastación. Ésa es la mejor noticia. La gestión de la emergencia —es conveniente reconocerlo— ha sido ejemplar teniendo en cuenta la imprevisibilidad que toda catástrofe natural suele llevar aparejada. No solo se actuó con destreza y antelación por parte de los organismos concernidos, sino que además se ha ofrecido en todo momento buena y abundante información para que no hubiera lugar a la especulación o a los bulos, lo cual habría agravado sin duda el tamaño de lo que le ha tocado vivir a la sociedad palmera.

Pero la catástrofe del volcán se ha llevado por delante el modo de vida de miles de personas del Valle de Aridane, además de sus casas, de sus fincas, de sus huertos, y además de infraestructuras públicas que les hacían la vida más cómoda. Es el momento de que las administraciones concernidas mantengan los mismos niveles de coordinación y tramiten con diligencia no solo las ayudas económicas a los damnificados, retrasadas como consecuencia de la pertinaz burocracia que castiga muchas de las soluciones públicas en España, sino que además diseñen con audacia el modelo de reconstrucción económica, social y emocional que las personas afectadas y la isla de La Palma entera necesitan para salir con éxito de esta enorme crisis.