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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Humillar a un ciudadano

El Parlamento sabía desde el principio que la trama eólica fue obra de los hermanos Soria, pero los dos grupos mayoritarios de la Cámara, CC y PP, se confabularon para emitir unas conclusiones en las que se señalaba como responsable de aquella operación a un militante socialista que ni siquiera figura como acusado en el sumario judicial. No sólo lo sabían sus señorías, sino que disponían de documentación bastante para acreditarlo, y a pesar de eso personajes indignos de llamarse parlamentarios como Jorge Rodríguez (hoy imputado en la operación Faycán-rama Grupo Europa) y José Miguel Pelopincho González (el rey de la farmacia frita) se permitieron el lujo de parir unas conclusiones absolutamente alejadas de la realidad que, gracias a su condición de aforados, no son objeto de querella. Porque, lamentablemente, ellos pudieron mentir impunemente. A Francisco Cabrera se le obligó a acudir a la comisión, se le obligó a decir verdad, se le insultó en sede parlamentaria (sin que la presidenta de la comisión moviera un pelo de su bigote) y encima tuvo que sufrir una querella del ser más despreciable que ha pisado la sede de Teobaldo Power.

El Parlamento sabía desde el principio que la trama eólica fue obra de los hermanos Soria, pero los dos grupos mayoritarios de la Cámara, CC y PP, se confabularon para emitir unas conclusiones en las que se señalaba como responsable de aquella operación a un militante socialista que ni siquiera figura como acusado en el sumario judicial. No sólo lo sabían sus señorías, sino que disponían de documentación bastante para acreditarlo, y a pesar de eso personajes indignos de llamarse parlamentarios como Jorge Rodríguez (hoy imputado en la operación Faycán-rama Grupo Europa) y José Miguel Pelopincho González (el rey de la farmacia frita) se permitieron el lujo de parir unas conclusiones absolutamente alejadas de la realidad que, gracias a su condición de aforados, no son objeto de querella. Porque, lamentablemente, ellos pudieron mentir impunemente. A Francisco Cabrera se le obligó a acudir a la comisión, se le obligó a decir verdad, se le insultó en sede parlamentaria (sin que la presidenta de la comisión moviera un pelo de su bigote) y encima tuvo que sufrir una querella del ser más despreciable que ha pisado la sede de Teobaldo Power.