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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

El penúltimo abrazo

De apoteósica puede calificarse la inauguración este jueves del macrofigorífico de Spanish Pelagic en el Puerto de La Luz. No ya por las instalaciones en sí, que son espectaculares; ni por el acto de inauguración, moderno y muy apañadito, sino por la concurrencia y las ausencias. No estaba ningún representante del Foro Empresarial Canario, no sabemos si porque no los invitaron o porque ya tenían compromisos contraídos con anterioridad, como se suele decir en estos casos. Es cierto que a esas horas del mediodía se encontraba un poco alto el sol y el cabreo interempresarial por los desplantes de Suárez Gil y el repentino descubrimiento de Tony Rivero de que existe vida inteligente y cálida además de la que pueda reportar la via láctea utilizando los instrumentos plateados de todos conocidos. Tony Rivero ocupó su puesto protocolariamente fijado, departió con todo el que se le acercó, atendió unas cuantas llamadas a su teléfono celular, y trató de evitar al único adversario que aparecía en el horizonte, José Luis Peláez Castillo. Suárez Gil no se había presentado a la hora indicada en el punto geométrico acordado. Pero llegó.

De apoteósica puede calificarse la inauguración este jueves del macrofigorífico de Spanish Pelagic en el Puerto de La Luz. No ya por las instalaciones en sí, que son espectaculares; ni por el acto de inauguración, moderno y muy apañadito, sino por la concurrencia y las ausencias. No estaba ningún representante del Foro Empresarial Canario, no sabemos si porque no los invitaron o porque ya tenían compromisos contraídos con anterioridad, como se suele decir en estos casos. Es cierto que a esas horas del mediodía se encontraba un poco alto el sol y el cabreo interempresarial por los desplantes de Suárez Gil y el repentino descubrimiento de Tony Rivero de que existe vida inteligente y cálida además de la que pueda reportar la via láctea utilizando los instrumentos plateados de todos conocidos. Tony Rivero ocupó su puesto protocolariamente fijado, departió con todo el que se le acercó, atendió unas cuantas llamadas a su teléfono celular, y trató de evitar al único adversario que aparecía en el horizonte, José Luis Peláez Castillo. Suárez Gil no se había presentado a la hora indicada en el punto geométrico acordado. Pero llegó.