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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Le salió otro presidente

Vamos ya con la anécdota del mes ocurrida uno de los últimos días de 2003. Mediodía en Tafira Alta, vamos, la hora del potaje, aquella en la que el personal del barrio acude a toda prisa a comprar lo último para la comida. Llega la doña, aparca en la puerta del supermercado de la calle Zuloaga, históricamente conocido como el de Papi y Mami, los Castrillo de antes, hoy Hermanos Rogelio. Entra como una exhalación, coge de las vitrinas un par de cosas y se dirige a pagar a la caja. Intenta, como siempre, el mismo método: “Oiga, me deja pasar que sólo llevo estas dos cositas y tengo prisa”. Normalmente funciona porque la reconocen y la gente es de común paciente y cariñosa. Pero ese día tropezó con una señora que no le dejó hacer la pirueta. “Usted no me conoce, ¿verdad?”, preguntó la atragantada consorte. Al comprobar que así era, remató: “Soy la mujer del presidente del Cabildo”, a lo que la dama presionada le contestó con un contundente “pues yo soy la mujer del presidente de mi casa y también tengo prisa”. Las cosas son como son.

Vamos ya con la anécdota del mes ocurrida uno de los últimos días de 2003. Mediodía en Tafira Alta, vamos, la hora del potaje, aquella en la que el personal del barrio acude a toda prisa a comprar lo último para la comida. Llega la doña, aparca en la puerta del supermercado de la calle Zuloaga, históricamente conocido como el de Papi y Mami, los Castrillo de antes, hoy Hermanos Rogelio. Entra como una exhalación, coge de las vitrinas un par de cosas y se dirige a pagar a la caja. Intenta, como siempre, el mismo método: “Oiga, me deja pasar que sólo llevo estas dos cositas y tengo prisa”. Normalmente funciona porque la reconocen y la gente es de común paciente y cariñosa. Pero ese día tropezó con una señora que no le dejó hacer la pirueta. “Usted no me conoce, ¿verdad?”, preguntó la atragantada consorte. Al comprobar que así era, remató: “Soy la mujer del presidente del Cabildo”, a lo que la dama presionada le contestó con un contundente “pues yo soy la mujer del presidente de mi casa y también tengo prisa”. Las cosas son como son.