El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
¿Y si Sánchez estuviera jugando al límite?
A Cristiano Ronaldo lo acaban de designar mejor jugador de Europa 2016. Reúne todas las cualidades para serlo: es rápido, fuerte, goleador, tiene visión de la jugada, capacidad de desmarque, agresividad y remate letal. Pero es un engreído y un totorota. No ha sabido asimilar (todavía) la fama, la gloria y el dinero. Y mucho menos su belleza y su tableta de abdominales. En el terreno de juego se comporta de forma altanera no solo con los rivales y los árbitros, sino también a veces con los suyos. Es insoportable y por eso le pitan en todos los estadios de fútbol donde juega, a veces incluso en el suyo, el Bernabéu.
A Mariano Rajoy Brei lo han designado ganador de las terceras elecciones generales consecutivas de España (2011, 2015 y 2016). Reúne el número de votos y de diputados suficientes como para que su reelección como presidente pudiera considerarse natural y automática. Pero no cuenta con el respaldo del Congreso, la cámara de representantes que por mandato de la Constitución ha de designarlo. Es altanero y totorota: después de cuatro año de desprecios y de atropellos, de gobernar a golpe de decreto y tentetieso, todavía cree que se le debe otorgar el cetro sin sudar la camiseta. Considera que él es la solución para los problemas de España y el único presidente que tiene las más fabulosas recetas para hacer realmente felices a los españoles. Desprecia cualquier otra alternativa y responde con suficiencia y poco respeto a sus contrincantes. Particularmente a Pedro Sánchez, líder de la segunda fuerza política en número de escaños y, por su condición de recién llegado, aspirante a todo, incluso al más estrepitoso de los fracasos. Del presidente en funciones desconfían hasta sus socios, como ha quedado patente esta misma semana.
Descartado Mariano Rajoy (salvo sorpresas abstencionistas de última hora), conviene plantearse las alternativas de una forma algo diferente a la que tratan de imponernos a todos (empezando por Pedro Sánchez) los poderes salvajes y sus mariachis mediáticos. ¿Por qué todos, empezando por Rajoy, dan por imposible que el secretario general del PSOE pueda tomar la iniciativa y volver a intentar una investidura? ¿Qué extraño sortilegio le anula para promover una acción similar a la que promovió la pasada primavera una vez fracasó Rajoy por rendición apriorística? ¿Dónde está escrito que 180 diputados sean menos que 170?
La respuesta son dos palabras: Comité Federal. Es cierto que Pedro Sánchez tiene dos mandatos vigentes del Comité Federal del PSOE, el máximo órgano entre congresos. El primero de esos mandatos –relatados por orden cronológico- es no admitir bajo ningún concepto la negociación con formaciones políticas que reclamen un referéndum de autodeterminación en Catalunya. Es un mandato adoptado tras las elecciones de diciembre de 2015. Podría decirse que no está en vigor, pero en rigor sí lo está. El otro mandato, más cercano, es no apoyar ni por activa ni por pasiva la investidura de Mariano Rajoy. Sigue vigente a pesar de los múltiples intentos de los poderes económicos y mediáticos para que se revise.
Deberá ser el Comité Federal del PSOE el que levante alguna de esas dos prohibiciones, y es evidente que Pedro Sánchez no va a convocarlo hasta después de que quede finiquitada cualquier opción de Mariano Rajoy, de manera que no le puedan imponer la abstención “responsable”. Puede que espere a la celebración de las elecciones gallegas y vascas del 25 de septiembre, y su única opción será reclamar del Comité Federal la bendición para intentar un pacto hacia la izquierda y los nacionalismos, y a ser posible reclamando la abstención “responsable” de Ciudadanos.
Pablo Iglesias le garantizó desde el 27 de junio que podía contar con Unidos Podemos, incluso para formar un gobierno socialista en solitario. Total, 156 diputados de partida, a los que habría que sumar a todo el grupo mixto (PNV, ERC y PDC), incluso exceptuando a Ana Oramas (que no quiere saber nada de Podemos) y a los dos diputados de Bildu, lo que sumaría 178.
Se trataría solo de asegurar la investidura garantizando a Unidos Podemos y a los nacionalistas de izquierdas y de derechas un paquete de medidas progresistas que incluya las correspondientes derogaciones legislativas, profundas reformas económicas y sociales, la apertura de negociaciones con Catalunya para sustituir la exigencia de referéndum por reformas (incluida una constitucional de corte federalista) que inviertan la actual tendencia recentralizadora y de desprecio, y transferencias tan inocuas como determinadas líneas ferroviarias.
¿Estará Pedro Sánchez en esas claves? ¿El mutismo que ha mantenido responde a la necesidad de esperar a esta segunda derrota parlamentaria de Rajoy? ¿Está apostando al límite?
El secretario general del PSOE tiene que poner toda la carne en el asador, y no solamente para salirse del embolado en el que lo ha metido la mayor parte de la prensa española (y olé) como único responsable de la derrota parlamentaria de Rajoy (olé otra vez) y del bloqueo institucional nacido del resultado del 20D, sino también porque es su única escapatoria orgánica.
A ningún barón o baronesa socialista en sus cabales se le puede ocurrir promover la remoción de un secretario general que a su vez reúna la cualidad de ser presidente del Gobierno.
Es a Sánchez a quien menos conviene en estos momentos una nueva convocatoria electoral. Fuera cual fuera el resultado, su tiempo político habría expirado, porque esas nuevas elecciones pueden suponer un fortalecimiento de la representación del PP y el desgaste para las demás opciones, particularmente la socialista, la de Podemos y la de Ciudadanos. Y lo que es peor, un nuevo escenario de bloqueo que acabaría con la humillante cesión del PSOE en forma de una inevitable abstención. Si llega vivo a ese momento, tendrá que dimitir.
Su única salida es apurar al límite la opción progresista, pero tiene que guardar y hacer guardar silencio hasta el momento oportuno para que ninguno de los suyos se ponga nervioso y para que ninguno de sus potenciales socios pueda salirse por peteneras antes de tiempo.
A Cristiano Ronaldo lo acaban de designar mejor jugador de Europa 2016. Reúne todas las cualidades para serlo: es rápido, fuerte, goleador, tiene visión de la jugada, capacidad de desmarque, agresividad y remate letal. Pero es un engreído y un totorota. No ha sabido asimilar (todavía) la fama, la gloria y el dinero. Y mucho menos su belleza y su tableta de abdominales. En el terreno de juego se comporta de forma altanera no solo con los rivales y los árbitros, sino también a veces con los suyos. Es insoportable y por eso le pitan en todos los estadios de fútbol donde juega, a veces incluso en el suyo, el Bernabéu.
A Mariano Rajoy Brei lo han designado ganador de las terceras elecciones generales consecutivas de España (2011, 2015 y 2016). Reúne el número de votos y de diputados suficientes como para que su reelección como presidente pudiera considerarse natural y automática. Pero no cuenta con el respaldo del Congreso, la cámara de representantes que por mandato de la Constitución ha de designarlo. Es altanero y totorota: después de cuatro año de desprecios y de atropellos, de gobernar a golpe de decreto y tentetieso, todavía cree que se le debe otorgar el cetro sin sudar la camiseta. Considera que él es la solución para los problemas de España y el único presidente que tiene las más fabulosas recetas para hacer realmente felices a los españoles. Desprecia cualquier otra alternativa y responde con suficiencia y poco respeto a sus contrincantes. Particularmente a Pedro Sánchez, líder de la segunda fuerza política en número de escaños y, por su condición de recién llegado, aspirante a todo, incluso al más estrepitoso de los fracasos. Del presidente en funciones desconfían hasta sus socios, como ha quedado patente esta misma semana.