El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Silencio en el Mamotreto
Ahí lo tienen en todo su esplendor: el Mamotreto. Un símbolo faraónico de lo que muchos defienden por la grandeza y el glamour de la ciudad, aunque para enorgullecerse sea preciso llevarse las leyes por delante: proyecto de arquitecto estrella, en una playa que, cuando se planificó, debió haber estado plagada de grúas de los González y los Plasencia, para entonces prometiéndoselas muy felices con el pelotazo otorgado por Miguel Zerolo, el alcalde desaparecido del primer juicio que tiene que ver con el asunto. Siete personas, cuatro de ellos exconcejales, una de estos cuatro directora insular de la Administración del Estado (delegada del Gobierno) en La Gomera, y tres técnicos sentados en un banquillo respondiendo por los delitos más repetidos en la historia de Santa Cruz de Tenerife. Prevaricación, delito contra la ordenación del territorio, más una suerte de graves negligencias que profundizan en la desafección hacia la política y que vienen costando a las arcas municipales dos millones de euros tan solo en gastos de vigilancia de un insulto al ciudadano. Un mamotreto, sinónimo de aquí estoy yo para infringir la ley, pero ¿a que queda bonito como remate a la playa un centro comercial y un parking diseñado por Perrault? Mamotreto fue el término que se le endilgó en los noventa al centro comercial El Muelle, en Las Palmas de Gran Canaria, levantado por el capricho y sus cosas de ellos de aquel presidente portuario de nombre Luis Hernández y aquel alcalde, José Manuel Soria, empeñados en la gesta. Casi dos décadas después hay que autorizarle un uso entonces prohibidísimo y permitir una superficie alimentaria que justifique aquel disparate rompedor. Mamotreto llaman también a la ofensiva estructura de hormigón levantada desde principios de la década en medio de Santa Brígida para un centro comercial que incumple todo lo incumplible, que supondrá una millonada de indemnización para la constructora cuando por fin llegue la orden de demolición. Y mamotreto es este edificio de Perrault que algunos iluminados creen que habría de ser permitido por la mucha falta que hace una actuación emblemática allí. Los que se sientan en el banquillo han optado por guardar silencio ante el tribunal. Es su derecho. Seguramente ya no tienen argumentos ni poder para defenderse.
Ahí lo tienen en todo su esplendor: el Mamotreto. Un símbolo faraónico de lo que muchos defienden por la grandeza y el glamour de la ciudad, aunque para enorgullecerse sea preciso llevarse las leyes por delante: proyecto de arquitecto estrella, en una playa que, cuando se planificó, debió haber estado plagada de grúas de los González y los Plasencia, para entonces prometiéndoselas muy felices con el pelotazo otorgado por Miguel Zerolo, el alcalde desaparecido del primer juicio que tiene que ver con el asunto. Siete personas, cuatro de ellos exconcejales, una de estos cuatro directora insular de la Administración del Estado (delegada del Gobierno) en La Gomera, y tres técnicos sentados en un banquillo respondiendo por los delitos más repetidos en la historia de Santa Cruz de Tenerife. Prevaricación, delito contra la ordenación del territorio, más una suerte de graves negligencias que profundizan en la desafección hacia la política y que vienen costando a las arcas municipales dos millones de euros tan solo en gastos de vigilancia de un insulto al ciudadano. Un mamotreto, sinónimo de aquí estoy yo para infringir la ley, pero ¿a que queda bonito como remate a la playa un centro comercial y un parking diseñado por Perrault? Mamotreto fue el término que se le endilgó en los noventa al centro comercial El Muelle, en Las Palmas de Gran Canaria, levantado por el capricho y sus cosas de ellos de aquel presidente portuario de nombre Luis Hernández y aquel alcalde, José Manuel Soria, empeñados en la gesta. Casi dos décadas después hay que autorizarle un uso entonces prohibidísimo y permitir una superficie alimentaria que justifique aquel disparate rompedor. Mamotreto llaman también a la ofensiva estructura de hormigón levantada desde principios de la década en medio de Santa Brígida para un centro comercial que incumple todo lo incumplible, que supondrá una millonada de indemnización para la constructora cuando por fin llegue la orden de demolición. Y mamotreto es este edificio de Perrault que algunos iluminados creen que habría de ser permitido por la mucha falta que hace una actuación emblemática allí. Los que se sientan en el banquillo han optado por guardar silencio ante el tribunal. Es su derecho. Seguramente ya no tienen argumentos ni poder para defenderse.