El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Tener empleados para poder opinar
La señora Gil, presidenta de los constructores y promotores de la provincia de Las Palmas ha pronunciado otras palabras costosas: “A mí lo que diga el Consejo Económico y Social sobre la economía, entendiéndolo como un laboratorio de ideas que se desarrollan a través de personas que no tienen empresas ni pagan salarios, no me da gran garantía de creer en aquellas premoniciones que hacen sobre la economía”. Que nosotros sepamos (y no somos tan infalibles como ella), la señora Gil, presidenta de una de las patronales más influyentes de Canarias, no tiene empresa, es una ejecutiva (de alta cualificación, eso es indudable) que defiende desde su privilegiado puesto los intereses de quienes le pagan. Se le sitúa particularmente en la órbita de Juan Miguel Sanjuán (Satocan) afectado directamente por algunas de esas decisiones que a la señora Gil irritan gravemente, como la apertura de expediente para la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) del oasis de Maspalomas. Sanjuan es accionista mayoritario del parking de Maspalomas, sobre el que ahora pretende levantar un centro comercial que contraviene no solo el ordenamiento urbanístico de la zona, sino las bases originales del concurso al que se presentó y ganó para hacerse con esa concesión en zona tan sensible del sur grancanario. Es llegado este punto donde enlazamos con el deporte nacional, la envidia, que podemos encuadrar en la búsqueda del nombre de esa patología que la presidenta de los constructores quiere analizar para los grancanarios. Si yo no lo puedo hacer, que no lo haga nadie, viene a ser la derivada. Y es el grupo Lopesan el que siempre tiene todos los boletos de la rifa de la envidia: si Lopesan protesta por el adefesio que pretendía erigir RIU en el oasis, contra el que se han manifestado hasta los ambientalistas, Lopesan es un tiburón que se lo quiere comer todo. Si pretende ejecutar un proyecto de alta inversión y alto valor añadido, de esos que gustan a la señora Gil que proliferen, como le marina de Meloneras, otros empresarios, como Javier Esquivel, se lanzan a degüello porque le puede perjudicar en su exclusivo y vedado puerto de Pasito Blanco. Un proyecto urgente para una playa que se desangra, previsto hace más de cuatro décadas en el famoso Plan de los Franceses, es ahora trabado no por las administraciones públicas ni por los movimientos ecologistas, sino por los propios empresarios competidores tan adecuadamente representados por la señora Gil. Quizás el problema lo tenga la patronal canaria en el tipo de empresarios que alberga.
La señora Gil, presidenta de los constructores y promotores de la provincia de Las Palmas ha pronunciado otras palabras costosas: “A mí lo que diga el Consejo Económico y Social sobre la economía, entendiéndolo como un laboratorio de ideas que se desarrollan a través de personas que no tienen empresas ni pagan salarios, no me da gran garantía de creer en aquellas premoniciones que hacen sobre la economía”. Que nosotros sepamos (y no somos tan infalibles como ella), la señora Gil, presidenta de una de las patronales más influyentes de Canarias, no tiene empresa, es una ejecutiva (de alta cualificación, eso es indudable) que defiende desde su privilegiado puesto los intereses de quienes le pagan. Se le sitúa particularmente en la órbita de Juan Miguel Sanjuán (Satocan) afectado directamente por algunas de esas decisiones que a la señora Gil irritan gravemente, como la apertura de expediente para la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) del oasis de Maspalomas. Sanjuan es accionista mayoritario del parking de Maspalomas, sobre el que ahora pretende levantar un centro comercial que contraviene no solo el ordenamiento urbanístico de la zona, sino las bases originales del concurso al que se presentó y ganó para hacerse con esa concesión en zona tan sensible del sur grancanario. Es llegado este punto donde enlazamos con el deporte nacional, la envidia, que podemos encuadrar en la búsqueda del nombre de esa patología que la presidenta de los constructores quiere analizar para los grancanarios. Si yo no lo puedo hacer, que no lo haga nadie, viene a ser la derivada. Y es el grupo Lopesan el que siempre tiene todos los boletos de la rifa de la envidia: si Lopesan protesta por el adefesio que pretendía erigir RIU en el oasis, contra el que se han manifestado hasta los ambientalistas, Lopesan es un tiburón que se lo quiere comer todo. Si pretende ejecutar un proyecto de alta inversión y alto valor añadido, de esos que gustan a la señora Gil que proliferen, como le marina de Meloneras, otros empresarios, como Javier Esquivel, se lanzan a degüello porque le puede perjudicar en su exclusivo y vedado puerto de Pasito Blanco. Un proyecto urgente para una playa que se desangra, previsto hace más de cuatro décadas en el famoso Plan de los Franceses, es ahora trabado no por las administraciones públicas ni por los movimientos ecologistas, sino por los propios empresarios competidores tan adecuadamente representados por la señora Gil. Quizás el problema lo tenga la patronal canaria en el tipo de empresarios que alberga.