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Acosados por (algunos) godos

Dicen los expertos en el sector turístico que Gran Canaria y el sur de Tenerife se han convertido en las zonas más apetecibles para invertir, muy por encima del Caribe, con rentabilidades extraordinarias en los tiempos que corren. Los fondos de inversión y las cadenas hoteleras con liquidez no hacen otra cosa que interesarse por hoteles en trance de venta o por posibilidades de inversión de nueva planta hasta ahora paralizadas gracias a ese talento que es el ministro de Turismo, José Manuel Soria, y a su perreta por paralizar la Ley de Modernización turística de su propia tierra. Las ansias inversoras son indisimulables, como indisimulables son los intentos de algunos de saltarse a la torera las mínimas normas de decoro empresarial. Es lo que ha ocurrido con Bankia, el banco público que entre todos hemos reflotado por el bien del sistema. Sus gestores, cada vez más alejados anímica y físicamente de Canarias, olvidan que con esta tierra tienen contraída una deuda doble: la del rescate que también salió de los bolsillos de los contribuyentes isleños, de donde partieron también muchos inversores atraídos por los cantos de Rodrigo Rato, y la del enorme agujero que ha dejado la desaparición de La Caja de Canarias, tanto en el terreno puramente bancario como en el emocional, al quedar reducida casi a cero la labor de la Obra Social y la implicación que la entidad tenía en muchos acontecimientos cotidianos. Lejos de aliviar esas carencias, Bankia profundiza cada día más en su alejamiento de la sociedad canaria, situando sus centros de decisión en Madrid o en Sevilla, y lo que es peor, tratando a Canarias como una auténtica colonia para asuntos tan vitales como el sector turístico. El ejemplo más elocuente lo hemos encontrado estos últimos días al ponernos a indagar sobre ese banco que el grupo Dunas mencionaba sin mencionarlo en su comunicado público en el que anunciaba concurso voluntario de acreedores. Quisimos saber qué banco era y qué había hecho exactamente para forzar una suspensión de pagos que nadie deseaba. Y nos tropezamos con Bankia.

Un caramelo para Barceló

A Bankia, como a otros mandarines de la vida pública española, parece deslumbrarle el poder que refulge desde Mallorca y concretamente de esas poderosas compañías hoteleras con mucha influencia en Madrid. En su lógica e irreprochable visión bancaria, siempre ha querido recomponer su cuenta de resultados, y agujeros como los que en su día generaron en Canarias compañías como el Grupo Dunas, particularmente su división inmobiliaria, son asignaturas complicadas y siempre pendientes. Desde hace años se ha venido especulando con las dificultades de la empresa que puso en pie hace décadas el desaparecido Ángel Luis Tadeo. La crisis económica, particularmente la del ladrillo, la tenía cada día a las puertas de los juzgados de lo Mercantil. Pero el rebrote turístico le ha permitido coger oxígeno y negociar durante estos últimos años un plan de viabilidad con la banca para poder solventar sus 60 millones de deuda. Todo estaba pactado cuando, de repente, Bankia se descuelga con la conveniencia de vender un hotel, y no un hotel cualquiera, sino el Don Gregory, uno de los más rentables de la cadena, con 3 millones de euros de beneficios al año. Y no venderlo al precio que vale, el que se calcula en base a su cuenta de resultados, quizás unos 36 millones, sino solo por 16, la deuda que ese establecimiento tiene contraída con el banco. Una bicoca para quien estuviera colocado en primera línea de salida. Bankia niega que el destinatario de la operación fuera Barceló, pero en el sector todo el mundo sabe que eso era así, que el poder mallorquín hacía valer sus influencias y pescaba en río revuelto gracias a su solvencia.

Sin rempujar, ¿eh?

Los que dudaban de la capacidad de los herederos de Tadeo para hacer frente a la crisis y a la carga financiera heredada pueden ir revisando sus previsiones, porque la decisión de acudir al concurso voluntario de acreedores no solo frustró la operación de Bankia con Barceló sino que ahora permitirá al grupo renegociar sus deudas y sus quitas y aplicar de manera más ventajosa el plan de viabilidad que ya tenía pactado con el resto de la banca. Parece mentira que un banco heredero de una señera caja de ahorros como fue la de Canarias, por la que el fundador de Dunas se jugó algo más que los bigotes, protagonice estos episodios tan poco edificantes, que sus rectores, dicho sea de paso, niegan. Tadeo era más cajista que cualquiera de los cajistas que la gestionaron en el pasado, hizo negocios con La Caja y cuando le tocó perder asumió casi en solitario las consecuencias, en ocasiones bastante duras en lo económico. Barceló tendrá que esperar a ver si en el futuro se le presenta otro chollo como el que pretendieron ponerle en bandeja. De momento sus representantes en Canarias andan buscando suelo donde invertir, que es lo que tiene que hacer una compañía de esa categoría para fortalecer su imagen y ganarse la confianza local. El Gobierno de Canarias, por mucha vinculación personal que pueda tener con alguno de esos representantes, debe activar sus defensas para que la siempre deseada inversión foránea no se produzca avasallando.

Los calendarios que impone Riu

Pero no es Barceló la única cadena hotelera mallorquina que quiere fortalecer su presencia en Canarias a las bravas. El caso de Riu y su batalla en el Oasis de Maspalomas es otro ejemplo más del estilo colonizador que a algunos gusta practicar. Durante más de un año desde que estalló la polémica, la cadena balear no ha aflojado un punto, no se ha avenido a negociar ni siquiera un primer punto de partida. Ha fiado su razón a la que le otorgan la parte de las leyes que le conviene y una licencia urbanística de dudosa legalidad otorgada sobre un suelo que forma parte del acervo histórico y natural de los grancanarios. Le ha dado igual. Ha pretendido fijar el calendario de humillación a los responsables institucionales canarios, primero al Cabildo amenazándolo con cuantiosas indemnizaciones si no le dejaban hacer lo que quería, y luego al Gobierno imponiéndole por la vía judicial hasta la fecha de caducidad del expediente de Bien de Interés Cultural sobre el palmeral y su zona de influencia. Mientras el Cabildo parece no arredrarse ante esas amenazas, indigeribles en otros ámbitos institucionales, el Gobierno anda adormilado por los cantos mallorquines y por la tentación en este caso intolerable de hacerle un siete al único cabildo gobernado por el PP. De fondo, una empresa pública, Gesplan, incapaz de proponer una solución urbanística inteligente después de más de un año de idas y venidas. Los plazos se echan encima. El día 23 se reunirá la Comisión de Patrimonio de Canarias, un momento inmejorable para saber quién está con la preservación de valores que nos pueden salvar el futuro y hacer más sostenible nuestra industria turística y quién prefiere bajarse los pantalones ante las presiones foráneas y comer hoy para pasar hambre mañana.

¿Dónde está el PSOE?

Frente a esta batería de humillaciones y atropellos venidos de fuera, al Gobierno de Canarias sólo lo hemos visto inamovible frente a Repsol, otra compañía empeñada en hacer valer el poder de sus petrodólares por encima de la sensibilidad de la población a la que pretende engañar al más puro estilo bananero regalándole abalorios y bisutería. Claro que a favor de Repsol y en contra de Repsol juega un personaje tan perseverante como nocivo, tan disuasivo como discutible, José Manuel Soria. Un ministro canario que precisamente se ocupa de todos los asuntos que hemos abordado hoy en esta sección: es el de Turismo y no se le conoce gestión alguna en la suspensión de pagos del Grupo Dunas; ni se le conoce ninguna gestión en favor de la recuperación y consolidación pública del palmeral del oasis de Maspalomas, más bien al contrario: su indisimulable deseo de jeringar a Paulino Rivero y de rendirse ante Riu le pueden tanto que será capaz de sacrificar ese espacio sensible de su isla y el probable éxito de su correligionario Bravo de Laguna. ¿Y el PSOE? ¿Por qué nadie cuenta con el PSOE para asuntos tan estratégicos como estos? Su posición es ambigua en el Cabildo, casi parecería hasta cobarde, quizás por miedo a que se le pueda identificar con Bravo de Laguna. En el Gobierno, donde es responsable de la cuestión ambiental, se ha plegado a las sospechas lanzadas por Riu de que la protección del Oasis conllevaría fuertes indemnizaciones. Pero ni una sola aportación, nada que pueda dar para una noticia en prensa. Se le echa de menos en debates públicos como estos, levantando una bandera que no es exclusiva del nacionalismo. También lo es de la izquierda, pero ni está ni se le espera.

Dicen los expertos en el sector turístico que Gran Canaria y el sur de Tenerife se han convertido en las zonas más apetecibles para invertir, muy por encima del Caribe, con rentabilidades extraordinarias en los tiempos que corren. Los fondos de inversión y las cadenas hoteleras con liquidez no hacen otra cosa que interesarse por hoteles en trance de venta o por posibilidades de inversión de nueva planta hasta ahora paralizadas gracias a ese talento que es el ministro de Turismo, José Manuel Soria, y a su perreta por paralizar la Ley de Modernización turística de su propia tierra. Las ansias inversoras son indisimulables, como indisimulables son los intentos de algunos de saltarse a la torera las mínimas normas de decoro empresarial. Es lo que ha ocurrido con Bankia, el banco público que entre todos hemos reflotado por el bien del sistema. Sus gestores, cada vez más alejados anímica y físicamente de Canarias, olvidan que con esta tierra tienen contraída una deuda doble: la del rescate que también salió de los bolsillos de los contribuyentes isleños, de donde partieron también muchos inversores atraídos por los cantos de Rodrigo Rato, y la del enorme agujero que ha dejado la desaparición de La Caja de Canarias, tanto en el terreno puramente bancario como en el emocional, al quedar reducida casi a cero la labor de la Obra Social y la implicación que la entidad tenía en muchos acontecimientos cotidianos. Lejos de aliviar esas carencias, Bankia profundiza cada día más en su alejamiento de la sociedad canaria, situando sus centros de decisión en Madrid o en Sevilla, y lo que es peor, tratando a Canarias como una auténtica colonia para asuntos tan vitales como el sector turístico. El ejemplo más elocuente lo hemos encontrado estos últimos días al ponernos a indagar sobre ese banco que el grupo Dunas mencionaba sin mencionarlo en su comunicado público en el que anunciaba concurso voluntario de acreedores. Quisimos saber qué banco era y qué había hecho exactamente para forzar una suspensión de pagos que nadie deseaba. Y nos tropezamos con Bankia.

Un caramelo para Barceló