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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Toribio, atorrado en la capital

Fernando Toribio es hombre de poco carácter, si se quiere incluso conciliador. Hace lo que le ordena la superioridad, y hasta es posible que en el momento de redactar estas humildes líneas le estén cogiendo la camella en Maspalomas, por donde no había aparecido a última hora de la noche. Por poco se la cogen, la camella, el lunes a Jorge Rodríguez, que recaló por allí alicatado hasta el techo con el encargo de hacer ver a la militancia sureña lo conveniente que es hacer caso a los que mandan. Marco Aurelio Pérez, que es perro viejo, lanzó su ultimatun a sabiendas de que Las Palmas, como llaman a la sede central del régimen, no iba a atender su demanda porque ya se sabe que el caudillo no acepta pulsos de nadie. Y como el que avisa no es traidor, Marco Aurelio Pérez ya ha activado su particular doblete.

Fernando Toribio es hombre de poco carácter, si se quiere incluso conciliador. Hace lo que le ordena la superioridad, y hasta es posible que en el momento de redactar estas humildes líneas le estén cogiendo la camella en Maspalomas, por donde no había aparecido a última hora de la noche. Por poco se la cogen, la camella, el lunes a Jorge Rodríguez, que recaló por allí alicatado hasta el techo con el encargo de hacer ver a la militancia sureña lo conveniente que es hacer caso a los que mandan. Marco Aurelio Pérez, que es perro viejo, lanzó su ultimatun a sabiendas de que Las Palmas, como llaman a la sede central del régimen, no iba a atender su demanda porque ya se sabe que el caudillo no acepta pulsos de nadie. Y como el que avisa no es traidor, Marco Aurelio Pérez ya ha activado su particular doblete.