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CRÓNICAS BANANERAS

Tristeza y pulcritud, dos palabras para la impunidad de un juez corrupto

5 de octubre de 2022 14:57 h

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“Hoy es un día triste para la justicia” dijo compungido a la prensa el presidente de la Audiencia Provincial de Las Palmas, Emilio Moya, en noviembre de 2021, cuando se conoció la sentencia del Tribunal Supremo que confirmaba la condena a seis años y medio de prisión al exjuez corrupto Salvador Alba Mesa. Pudo haber dicho algo bien distinto, que era un día grande para la justicia porque se demostraba que es igual para todos, que ni siquiera el más retorcido de los corporativismos puede impedir que un delincuente así vaya a la cárcel. Pero eligió hacer aflorar su sentimiento y el de –seguro- una buena parte de la magistratura: no es gratificante que uno de los nuestros termine entre rejas.

Puede que esa opinión se asiente en el convencimiento de que una oveja negra pueda empañar la imagen de la justicia y de las personas que la imparten; puede también que una excepción abra la veda y anime a personas que conocen otros comportamientos corruptos a denunciar a otros jueces que se apartan del camino de la rectitud. Pero también es posible que el sentimiento de tristeza que provoca tan dura condena en una buena parte de los jueces y juezas españoles sea el de que algo así en vez de fortalecer el sistema lo debilita por el daño a la imagen de infalibilidad que pretenden preservar.

“Tengan la plena y absoluta seguridad de que el caso (...) se tramita con absoluta garantía y pulcritud, con absoluto respeto a las normas procesales”. Esta es la frase que pronunció solemnemente en el Parlamento de Canarias el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC), Juan Luis Lorenzo Bragado, en respuesta al diputado del Grupo Parlamentario Sí Podemos Canarias Francisco Déniz. El magistrado respondía en la Cámara a una pregunta que flota en muchos ambientes políticos, periodísticos, ciudadanos y judiciales: cómo es posible que un delincuente convicto, con sentencia firme, que se pasea por playas, bares y bulevares con su altanería habitual continúe en libertad casi un año después de ser condenado en firme por el Tribunal Supremo. La respuesta es la pulcritud. El alto tribunal canario se ha tomado con mucha pulcritud sus respuestas a todas y cada una de las piruetas que ha promovido el juez corrupto y su abogado, Nicolás González-Cuéllar Serrano. Ha admitido todos sus escritos y los ha tramitado con mucha pulcritud. Ha permitido –con mucha pulcritud- que el penado abuse de sus derechos hasta límites más allá del fraude y la mala fe procesal. Y lleva ya cuatro meses tramitando su última machangada: recusar al presidente del TSJ por decir que las cosas de Alba se llevan con mucha pulcritud. ¿Por qué hay que actuar con Salvador Alba con tanta pulcritud? ¿Es la misma pulcritud que se aplica en la justicia canaria con todos y cada uno de los penados (y sus abogados) que intentan esquivar la cárcel?

Tristeza y pulcritud. Dos palabras que podrían estar encerrando una mucho peor: miedo. Puede que en determinadas esferas de la carrera judicial canaria lo que esté pasando es que a Salvador Alba Mesa le tengan miedo. Miedo por lo que sabe de otros compañeros. Miedo por lo que pueda contar en ese libro con el que está amenazando. Miedo a irritar a esa parte seguramente minoritaria pero muy influyente que sigue considerando que es una ofensa que un juez tenga que ir a la cárcel.

Hemos preguntado formalmente al TSJC por los motivos de estos más de 300 días de retraso en ejecutar la sentencia del juez corrupto y la respuesta ha sido el más absoluto -y pulcro- de los silencios.

“Hoy es un día triste para la justicia” dijo compungido a la prensa el presidente de la Audiencia Provincial de Las Palmas, Emilio Moya, en noviembre de 2021, cuando se conoció la sentencia del Tribunal Supremo que confirmaba la condena a seis años y medio de prisión al exjuez corrupto Salvador Alba Mesa. Pudo haber dicho algo bien distinto, que era un día grande para la justicia porque se demostraba que es igual para todos, que ni siquiera el más retorcido de los corporativismos puede impedir que un delincuente así vaya a la cárcel. Pero eligió hacer aflorar su sentimiento y el de –seguro- una buena parte de la magistratura: no es gratificante que uno de los nuestros termine entre rejas.

Puede que esa opinión se asiente en el convencimiento de que una oveja negra pueda empañar la imagen de la justicia y de las personas que la imparten; puede también que una excepción abra la veda y anime a personas que conocen otros comportamientos corruptos a denunciar a otros jueces que se apartan del camino de la rectitud. Pero también es posible que el sentimiento de tristeza que provoca tan dura condena en una buena parte de los jueces y juezas españoles sea el de que algo así en vez de fortalecer el sistema lo debilita por el daño a la imagen de infalibilidad que pretenden preservar.