El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Inadaptados, policías y frustraciones
Era un domingo para ser optimistas, para alegrarse de que, por fin, un equipo canario de fútbol pudiera ascender a Primera División y aliviar a miles y miles de aficionados los duros padecimientos de esta crisis económica, política y social que sufrimos. Era el día para evaluar hasta los beneficios económicos que puede suponer para una sociedad maltrecha como la canaria que el estadio se llene, que mejore el consumo privado, y que el nombre de la ciudad, de la isla y del Archipiélago suene en otros ámbitos más. Pero ocurrió una desgracia, más social que deportiva, más dramática que los hechos mismos que pudimos ver atónitos en el inmenso Estadio de Gran Canaria. Porque el drama es el comportamiento de una banda de descerebrados, da igual dónde se muestren, que se comportan como zombis y que no distinguen el retrete de su casa de un espacio público donde hay más personas aparte de ellos mismos. El drama es el fracaso que supone para esta sociedad la constatación de que no hemos sido capaces, sino todo lo contrario, de reducir esa brecha de desigualdad que produce que haya tantos inadaptados, tantos energúmenos (seguramente inconscientes de que lo son). Porque creemos que no existen, que la sociedad ha madurado mucho gracias a la educación obligatoria, los planes de formación y las inmensas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Y creemos que no existen porque no nos los tropezamos cada día. Y vaya si existen. Cada día son más porque el sistema, el paro, los recortes, el desprecio por los estratos más débiles, no hace otra cosa que empujar a muchos al precipicio. Aparecen para nuestra vergüenza en ocasiones como la de este domingo en la que se celebra un gran acontecimiento público para recordarnos que son el producto de un fracaso más del sistema, que acumula un porcentaje temerario de jóvenes sin empleo y sin formación, muchos de ellos, seguramente, integrantes de la estadística fría que habla de fracaso o abandono escolar, de familias desestructuradas, de problemas de alcoholismo, drogas y violencia. Pero sí, sí, ellos son los culpables de lo que ocurrió este domingo, de la mayor vergüenza propia y ajena que hallamos vivido en décadas, con miles de personas viéndolo en el estadio y en la televisión, con decenas y decenas de medios informativos contando al mundo que no somos capaces ni de dejar que nuestro equipo de fútbol ascienda a Primera. Ellos son los culpables porque hicieron lo que hicieron. Pero, ¿sólo ellos?
Mala previsión policial
Fijado como punto de partida que esta sociedad está hecha una mierda y que el comportamiento de esos descerebrados no se excusa ni siquiera por el fracaso clamoroso del sistema, es bueno que también analicemos cómo pudo ocurrir lo que ocurrió este domingo en el estadio de Gran Canaria. Porque es evidente que ante una aglomeración así de gente, con la previsión de que habría invasión del terreno de juego, a nadie en las tres reuniones de la junta de seguridad que se celebraron la misma semana de autos se le ocurrió meter en el bombo de las posibilidades una acción así. La misma Policía que acude a todos los partidos de fútbol de la UD Las Palmas en el mismo estadio no tuvo la perspicacia de pedir que en esta ocasión no se abriera antes del pitido final la puerta del fondo sur, como se hace siempre con diez minutos de antelación para facilitar la salida del público. Por ella entraron muchos de los energúmenos que lo echaron todo a perder, según indican fuentes policiales. Sólo se había previsto la protección de jugadores, árbitros y cuerpo técnico cuando todo hubiera acabado. Pero, un minuto y medio antes de esa hora, ¿no era el momento de ese despliegue? Las imágenes vistas por todo el mundo muestran a unos agentes de la UIP bastante tranquilos, como si la fiesta no fuera con ellos. Cierto es que la peor reacción ante un número importante de personas puede provocar un caos peor que el que se pretende aplacar, pero un despliegue con cinco minutos de antelación sobre el pitido final quizás hubiera persuadido a más de un gamberro. Las redes sociales comentaban como mucha rabia la contundencia con que la Policía se aplica para atajar protestas, para detener a personas con banderas republicanas o protestantes petrolíferos, frente a la placidez con la que se les vio actuar este domingo en el estadio de Siete Palmas.
25 en Telde para 1.000; 120 en el estadio para 31.000
Luego está la cuestión numérica. Nadie ha sabido darnos el número exacto de policías que había allí. Dicen fuentes oficiosas de la Policía que, por ley, debería haber unos 120, pero desde el club hablan de no más de 80. Si hubiera habido 120 UIP en el campo, quizás se hubiera notado mucho más, lo que nos lleva a sospechar que ese podría ser el operativo dispuesto en toda la ciudad, incluidas las zonas de celebración de la frustrada victoria. La proporción es, en cualquier caso, insuficiente para un partido de estas características, con 31.000 personas en un estadio que celebra un acontecimiento singular. Choca esa proporción con los al menos 25 agentes de la UIP, convenientemente reforzados por el jefe superior de Policía, que ejerció como uno más, que se desplegaron en la ciudad de Telde para proteger al ministro Soria de una manifestación mayormente pacífica (otra vez unos pocos energúmenos la encharcaron) que no superó las 1.000 personas. Si fuera lógica la proporción, que ya sabemos que no lo es, al estadio debieron enviar 775 agentes, una cifra muy alejada desde luego de los 120 que aseguran que se activaron. Vuelven a sonar tambores de reproche en la Jefatura y para este mismo lunes, víspera de las fiestas de la ciudad, se prevén movidas de las gordas porque si se demostrara que hubo nuevamente descoordinación policial, rodará alguna cabeza. Está descartado que se pidan cuentas al responsable del diseño del operativo, el subdelegado del Gobierno, Luis Molina, policía que teóricamente sabe mucho de la cuestión, o al menos debía saber porque por algo estuvo muchos años al frente de la UIP. Pero en las reuniones de la junta de seguridad, que presidió, su preocupación fue no doblar turnos y mandar a callar a un responsable técnico que mandó el Cabildo que le sugirió pedir al Ejército que echara una mano. Cosas que pasan en los órganos donde se sienta gente que está para protegernos.
Era un domingo para ser optimistas, para alegrarse de que, por fin, un equipo canario de fútbol pudiera ascender a Primera División y aliviar a miles y miles de aficionados los duros padecimientos de esta crisis económica, política y social que sufrimos. Era el día para evaluar hasta los beneficios económicos que puede suponer para una sociedad maltrecha como la canaria que el estadio se llene, que mejore el consumo privado, y que el nombre de la ciudad, de la isla y del Archipiélago suene en otros ámbitos más. Pero ocurrió una desgracia, más social que deportiva, más dramática que los hechos mismos que pudimos ver atónitos en el inmenso Estadio de Gran Canaria. Porque el drama es el comportamiento de una banda de descerebrados, da igual dónde se muestren, que se comportan como zombis y que no distinguen el retrete de su casa de un espacio público donde hay más personas aparte de ellos mismos. El drama es el fracaso que supone para esta sociedad la constatación de que no hemos sido capaces, sino todo lo contrario, de reducir esa brecha de desigualdad que produce que haya tantos inadaptados, tantos energúmenos (seguramente inconscientes de que lo son). Porque creemos que no existen, que la sociedad ha madurado mucho gracias a la educación obligatoria, los planes de formación y las inmensas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Y creemos que no existen porque no nos los tropezamos cada día. Y vaya si existen. Cada día son más porque el sistema, el paro, los recortes, el desprecio por los estratos más débiles, no hace otra cosa que empujar a muchos al precipicio. Aparecen para nuestra vergüenza en ocasiones como la de este domingo en la que se celebra un gran acontecimiento público para recordarnos que son el producto de un fracaso más del sistema, que acumula un porcentaje temerario de jóvenes sin empleo y sin formación, muchos de ellos, seguramente, integrantes de la estadística fría que habla de fracaso o abandono escolar, de familias desestructuradas, de problemas de alcoholismo, drogas y violencia. Pero sí, sí, ellos son los culpables de lo que ocurrió este domingo, de la mayor vergüenza propia y ajena que hallamos vivido en décadas, con miles de personas viéndolo en el estadio y en la televisión, con decenas y decenas de medios informativos contando al mundo que no somos capaces ni de dejar que nuestro equipo de fútbol ascienda a Primera. Ellos son los culpables porque hicieron lo que hicieron. Pero, ¿sólo ellos?