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Pero va y se arma

La señora Esteban, que según nos cuentan los expertos del corazón ha jurado por Snoopy que su problema ni es con la bebida ni con nada que haya de ser introducido por otro orificio facial, estuvo ingresada en la clínica Roca de San Agustín, en Gran Canaria, padeciendo un tremendo colocón con pinta de subidón de azúcar o de cualquier otra sustancia subible. La noticia, como no podía ser de otro modo en un país tan hortera como el nuestro, se publicó en Las Palmas y saltó a los programas de televisión nacional, y es ahí cuando empieza a interesarnos a nosotros la cuestión. Es decir, cuando alguien desde un programa de Antena 3 telefonea a Canarias7, que publicó la noticia del subidón, y trata de conseguir del periodista que se puso al otro lado del canuto una crónica de las de verdad. El que estaba al otro lado del aparato no era otro que el mismísimo subdirector del diario de papel, Pepillo Mugica, y el hombre no daba para mucho juego, la verdad. Y se armó, claro, porque la naturaleza no premia a todo el mundo con los mismos dones para explicar las cosas. Y a veces ni para explotar una noticia cuyo intríngulis venía a ser si la tal Esteban estuvo o no estuvo ingresada por el tremendo subidón.

La señora Esteban, que según nos cuentan los expertos del corazón ha jurado por Snoopy que su problema ni es con la bebida ni con nada que haya de ser introducido por otro orificio facial, estuvo ingresada en la clínica Roca de San Agustín, en Gran Canaria, padeciendo un tremendo colocón con pinta de subidón de azúcar o de cualquier otra sustancia subible. La noticia, como no podía ser de otro modo en un país tan hortera como el nuestro, se publicó en Las Palmas y saltó a los programas de televisión nacional, y es ahí cuando empieza a interesarnos a nosotros la cuestión. Es decir, cuando alguien desde un programa de Antena 3 telefonea a Canarias7, que publicó la noticia del subidón, y trata de conseguir del periodista que se puso al otro lado del canuto una crónica de las de verdad. El que estaba al otro lado del aparato no era otro que el mismísimo subdirector del diario de papel, Pepillo Mugica, y el hombre no daba para mucho juego, la verdad. Y se armó, claro, porque la naturaleza no premia a todo el mundo con los mismos dones para explicar las cosas. Y a veces ni para explotar una noticia cuyo intríngulis venía a ser si la tal Esteban estuvo o no estuvo ingresada por el tremendo subidón.