El geólogo Stavros Meletlidis, del Instituto Geográfico Nacional (IGN), suele aprovechar cualquier entrevista para asegurar que los volcanes destruyen y crean vida. Que han provocado migraciones masivas, como ocurrió en Lanzarote después de la erupción de seis años del volcán Timanfaya en el siglo XVIII, pero también ha atraído a cientos de personas. Es una doble realidad con la que ha vivido la población canaria desde siempre. Ahora, tras ser testigo de la erupción más devastadora de su historia reciente, las Islas renegocian su relación con los procesos naturales que han moldeado su territorio.
Canarias cuenta con una especie de documento maestro contra cualquier proceso eruptivo: el Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (PEVOLCA), actualizado por el Gobierno regional en 2018. Se trata de un texto que coordina la toma de decisiones y jerarquiza a las instituciones implicadas en la crisis. En él se dibuja un mapa de riesgo volcánico en el Archipiélago donde prácticamente no existen zonas de riesgo “alto” o “muy alto”, contradiciendo lo que indican los planes de actuación insular frente a estos fenómenos de Tenerife (aprobado en 2020) y La Palma (en proceso de homologación), los únicos que existen en el Archipiélago, en los cuales sí se señala regiones donde el riesgo es mucho mayor que otras.
No es que un mapa esté negando lo que dice el otro. De hecho, según aclara Abel Díez, miembro de la Cátedra Universitaria de Reducción del Riesgo de Desastres y Ciudades Resilientes de la Universidad de La Laguna (ULL), encargada de elaborar los textos isleños, existe una estructura jerárquica: lo que apunta el PEVOLCA debe incorporarse a los planes de actuación de Tenerife y La Palma. Sin embargo, estos últimos realizan una aproximación al concepto de riesgo volcánico “menos ortodoxa” y tienen fundamentalmente un carácter logístico. En resumen: no están pensados para precisar en qué punto exacto va a estallar un volcán, sino que, atendiendo a la bibliografía científica, clasifican amplias zonas según su exposición.
“Quizá la cartografía que se refiere a riesgo en el PEVOLCA realmente está haciendo referencia a la amenaza, es decir, a las áreas más susceptibles de que se produzca un evento eruptivo. Para que sea riesgo debemos incorporar la exposición (personas y bienes susceptibles de ser afectadas) y la vulnerabilidad de nuestro territorio a nivel social, económico y natural. Esto es mucho más complejo de realizar y muy pocos planes cuentan con estudios precisos de niveles de riesgo”, explica Díez.
Algo similar demanda su compañera de profesión Nerea Martín, que realizó hace poco más de un año un trabajo de fin de grado en el que simulaba cómo sería el recorrido de la lava en el caso de que se produjera una erupción en Cumbre Vieja, La Palma. En él, la geógrafa llegaba a una conclusión clara: “Se precisa de la elaboración previa de mapas de susceptibilidad volcánica muy detallados y de carácter probabilístico, debido a la dependencia de los resultados de la simulación con la localización de los puntos de arranque o centros de emisión de las mismas”.
Es decir, si sabemos dónde va a abrirse la tierra para comenzar a vomitar lava y piroclastos, se podría determinar el recorrido de la colada, como ya se ha hecho durante esta erupción. “Haciendo estos mapas podríamos encontrar altos topográficos, zonas elevadas que a lo mejor a simple vista no son perceptibles, en donde la lava tendría menos probabilidad [de avanzar]”, razona Martín en conversación telefónica.
¿Un nuevo cambio de paradigma?
La relación de Canarias con los volcanes es tan intrínseca que hasta hace unos años no existía en ningún documento público la señalización de zonas de riesgo “altas” o “muy altas” en las Islas por este fenómeno natural. Un ejemplo paradigmático es que poco después de que estallara el volcán de La Palma se propuso por parte de un grupo de personas reubicar Todoque, uno de los pueblos más afectados por las coladas de lava, en la ladera suroeste de Cumbre Vieja, zona declarada de alto riesgo volcánico. Para Ángeles Llinares, geógrafa especializada en educación sobre riesgo volcánico, también se trata de un “caso claro de que seguimos sin reconocer nuestro medio natural”.
“En cualquier sitio hay riesgo. Pero qué duda cabe de que hay zonas en las que la probabilidad de una erupción destructiva es mayor que en otras”, reflexiona la experta, también secretaria de la asociación Volcanes de Canarias, creada para informar sobre la actividad volcánica en Canarias. “No somos los únicos en el mundo que convivimos con volcanes. En México la gente vive en las faldas de los mismos. En Japón, por ejemplo, tienen unos planes de emergencia muy bien realizados, unos documentos muy concretos que todo el mundo conoce. Habría que preguntarle a alguien de La Palma si conoce el plan de emergencia de su municipio”, cuestiona la experta.
Para ella, la clave está en crear una cultura del riesgo en Canarias, empezando por el entorno familiar. “El niño tiene que tener un plan para saber qué hacer, dónde se deja la llave si tiene que salir, dónde están las escrituras de la casa, dónde están los papeles del banco… Todas esas cosas. Saber cómo actuar. Si en tu barrio pasa algo, si se inunda, si se desliza. Y ya después está la isla. Y hay que divulgarlo. La gente tiene que conocer estos textos. Hay que repensar el futuro atendiendo al riesgo volcánico”. Abel Díez añade que “en materia de protección civil, aún tenemos mucho que avanzar en la cartografía de riesgos, más aún si queremos que esta sea dinámica y atienda a las singularidades de una amenaza en tiempo real”.
Otros expertos, como Juan Ramón Vidal Romaní, catedrático en Geología por la Universidad de La Coruña (aunque con vínculos familiares y académicos en Canarias), va un poco más allá y cree que debería haber una ordenación del territorio consecuente con el riesgo volcánico que exista. “Para evitar las coladas de lava, construir a diferente altura (en el Valle de Aridane las coladas han respetado las pequeñas elevaciones de los conos volcánicos). Rechazar los tejados horizontales que tradicionalmente en las zonas desérticas se usaban como colector de lluvias, y diseñar un nuevo tipo de tejado, tipo alpino, que permita una rápida evacuación de las cenizas eliminando el riesgo de hundimiento”, señala Vidal. Y continúa. “Eludiendo las construcciones subterráneas, especialmente las no ventiladas, para evitar la concentración de gases letales para los habitantes (CO2)”.
Como concluye Díez, “el riesgo 0 en materia volcánica en Canarias” no existe, pero de cara al futuro, trabajar en la perfección de mapas de probabilidad y documentos estratégicos “es una cuestión muy importante de cara a definir usos de suelo o cualquier ordenación del territorio”. “Conocer el riesgo de forma precisa, en definitiva, nos permite crear territorios mucho más resilientes al impacto de fenómenos naturales como las erupciones volcánicas o las inundaciones”, concluye el geógrafo.