Tres meses y medio antes de que estallara el volcán de La Palma en septiembre de 2021, el magma comenzó a acumularse a menos de cinco kilómetros de profundidad en Jedey, muy cerca de donde finalmente se produjo la erupción en Cumbre Vieja. El reservorio del material incandescente apenas se sintió. Prácticamente nadie recuerda movimientos sísmicos por mayo de ese mismo año. Pero dada la presumible porosidad de la corteza terrestre de la isla a causa de previas erupciones, todo apunta a que la lava pudo concentrarse cerca de la superficie sin generar mucho ruido.
Una investigación liderada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y publicada esta misma semana en Scientific Reports, revista del prestigioso grupo Nature, viene a concluir eso. Que el magma debajo de La Palma empezó a acumularse en mayo de 2021 a 2,5 kilómetros de profundidad en Jedey, a tan solo siete kilómetros de distancia del que fue después el principal foco eruptivo; que esta bolsa de material se fue haciendo más grande y alargándose hacia el océano; y que su ubicación se corresponde con una zona de la corteza de baja densidad, de material fracturado y poroso, lo que facilitó su depósito.
Los científicos han combinado la observación radar de satélite de alta resolución para calcular la deformación de la isla con una metodología de interpretación que permite estimar las causas que han provocado ese abombamiento, hundimiento o agrietamiento detectado. Este método divide la corteza debajo de la superficie terrestre en pequeños poliedros de seis caras de unos 300 metros de lado hasta unos diez kilómetros de profundidad. Y va reconstruyendo las fuentes causantes (intrusiones magmáticas y fracturas en el terreno) mediante agregaciones tridimensionales de estas celdillas con valores característicos ajustados.
De este modo, cada vez que la tierra se hincha o se hunde unos pocos centímetros, el programa estudia en cada una de las pequeñas cajas la posible causa de este evento y su intensidad con intrincados cómputos matemáticos. El modelo, desarrollado por investigadores del CSIC, entre ellos Antonio G. Camacho, uno de los padres del mismo, calcula de forma repetitiva las propiedades físicas que mejor se ajustan a los datos de observación hasta llegar a una solución final, pero sin fijar previamente las naturaleza ni geometría de las fuentes causales. Los investigadores han escrudiñado así todo el 2021 para estudiar el sistema de alimentación magmática y fallas asociadas con la actividad volcánica en La Palma.
“Tenemos la deformación que hemos medido en superficie. Y lo que hacemos es aplicar un modelo matemático que nos dice qué tipo de fuente la está produciendo”, resume José Fernández, primer autor del trabajo y miembro del departamento de Dinámica Terrestre y Observación de la Tierra en el Instituto de Geociencias (IGEO). El experto detalla que según el lugar de estudio puede haber una explicación u otra. En Murcia, por ejemplo, un hundimiento del suelo puede deberse a la sobreexplotación de un acuífero. Pero en La Palma, donde ya se ha detectado una reactivación volcánica y están sucediendo enjambres sísmicos cada cierto tiempo, las “variaciones de presión” que localiza la metodología representan con casi total seguridad ascensos de magma y gases.
Los resultados de la investigación han revelado no solo la presencia de una bolsa de magma debajo de Jedey meses antes del estallido, sino también de dos ramificaciones del material situadas bajo el agua, una de ellas al sur de Puerto Naos, que no llegaron a resquebrajar la superficie. Los científicos asocian este hecho con los gases incompatibles con la vida que se han seguido detectando en este núcleo turístico de La Palma y La Bombilla. En el último informe mensual de vigilancia volcánica, el Instituto Geográfico Nacional (IGN) volvió a advertir que “persiste la elevada emisión de dióxido de carbono (CO2)” en la zona. Cientos de personas que vivían ahí siguen sin poder regresar a sus casas por ello.
El objetivo de los investigadores es llevar esta técnica de interpretación “potente y rápida”, que no se ha desarrollado de un día para otro, a la vigilancia volcánica. Fernández matiza que van a seguir puliéndola en Indonesia, Hawái e Italia. No llegó a tiempo para el volcán de La Palma el año pasado. Pero es una oportunidad para la próxima urbanización del territorio teniendo en cuenta el riesgo de vivir sobre volcanes, tal y como han pedido en los últimos meses geógrafos y expertos en gestión de riesgos.
La buena noticia para La Palma (y para la ciencia en general) es que las conclusiones del modelo están encajando con lo ocurrido durante la erupción. Fernández recuerda que la lava expulsada las primeras semanas del proceso eruptivo era un poco más espesa que la arrojada después, lo que invita a pensar que el volcán escupió primero material menos profundo. La metodología también fue capaz de modelar la ubicación de la fisura por donde salieron rocas a más de mil grados en una zona frágil, fracturada y de mínima densidad en la estructura cortical de la isla, según comprobaron los académicos a posteriori.
Para el científico, este último hecho es de vital importancia porque ayuda a describir el comportamiento del magma, al que Fernández se refiere coloquialmente como un “ente vago” porque suele moverse por las demarcaciones más débiles de la corteza, aquellas donde anteriormente hubo fracturas y ascensos de material. “Si ya los tenemos identificados, sabemos que ahí es donde hay un mayor riesgo. Por eso decimos que conociendo la estructura cortical y las erupciones recientes podemos hacer mapas de riesgo”, apunta. Precisamente, un grupo de investigadores, también del CSIC, publicó hace unos meses un trabajo de este estilo en el que detalla punto por punto qué localizaciones de La Palma están más expuestas al peligro volcánico que otras.
Otro estudio, esta vez también liderado por Fernández y difundido a principios de 2021, sugiere que hace doce años empezó a haber pequeñas deformaciones en el terreno (de menos de cinco centímetros) y que estas fueron las primeras manifestaciones del proceso que concluyó con la erupción en Cumbre Vieja. En ambas investigaciones, tanto la hecha pública hace unos días como la de hace cerca de 24 meses, han sido utilizadas imágenes satelitales que complementan la labor de las estaciones GPS/GNSS emplazadas en La Palma para la vigilancia. El problema es que hay pocas (solo siete en la isla), por lo que Fernández y cía recomiendan “densificar la red continua” de las estaciones sobre la región, ya que así se ganaría más detalle de las deformaciones del suelo.
“Al utilizar datos de geometría radar estamos hablando de miles de cifras porque tenemos puntos cada 60 metros de distancia, mientras que en el GPS tienes un valor cada tres, cuatro o cinco kilómetros de distancia. Si la deformación es pequeña, o la tienes encima o no la detectas [con las estaciones]”, recalca Fernández. El investigador afirma que la primera opción es más minuciosa, pero reconoce que también tiene un inconveniente: la información se actualiza cada seis días. En los GPS lo puede hacer cada 15 minutos.
Fernández considera que los resultados del estudio validan la metodología empleada para descubrir señales precursoras de un proceso eruptivo. Pero también sientan las bases de una serie de características de estos procesos en las Islas Canarias, como que las deformaciones del terreno solo son muy importantes (de más de diez centímetros) una semana o una decena de días antes del estallido. Según los datos observados, entre el 1 de enero de 2021 y el 13 de septiembre de ese mismo año, apenas hubo cambios en este sentido. Sin embargo, en la semana previa a la creación de la montaña de fuego en Cumbre Vieja, la deformación fue muy importante, tanto en abombamiento (21 cm) como en el proceso contrario (7,5 cm).
“Quizá tenemos que prestar más atención a esas deformaciones pequeñas y pensar que la técnica base en etapas o fases de actividad antes de la erupción que no sean muy cercanas debe ser la observación por satélite, porque nos permite hacer una serie de cosas que no los podemos hacer con los GPS, ya que es inabordable a nivel económico”, remacha el científico.
La publicación del artículo de Fernández y el resto de colegas autores coincide con la fecha en la que se dio por concluida la erupción del volcán de La Palma, el 13 de diciembre de 2022. Esta misma semana, de hecho, los afectados por la catástrofe han vuelto a convocar una marcha de protestas frente a las instituciones del Archipiélago para pedir una partida específica en los próximos presupuestos de las Islas, a punto de ser aprobados por el Parlamento autonómico, así como para expresar su “indignación” por un informe del Defensor del Pueblo que defiende la gestión de las administraciones durante la emergencia.
En ese texto, el órgano constitucional, liderado por el socialista Ángel Gabilondo, estima “adecuada” la respuesta administrativa ante la catástrofe a raíz de la documentación recibida y de visitas recientes a la isla de La Palma. De acuerdo a los datos recabados, las ayudas entregadas a fecha 31 de octubre de 2022 ascienden a los 577,21 millones de euros. Los damnificados creen que se ha hecho una versión “edulcorada” del desastre y recuerdan que aún sigue habiendo muchas familias que pasarán las Navidades sin un hogar.