César Manrique: un artista comprometido con el ecologismo

Teo Mesa

Arrecife —

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En el año 1940 tiene César Manrique una afectiva y fructífera amistad con Pancho Lasso (quien había vuelto a su isla natal a refugiarse de las purgas y represalias del franquismo con los republicanos). Este artista, que hizo su arte de vanguardia en Madrid, le convenció para que practicara un arte de evolución y modernidad, como él también lo había hecho. Hizo Manrique en Arrecife, Artes Aplicadas y Oficios Artísticos y expuso sus obras en Arrecife en 1942; y posteriormente, en la capital española realizó y finalizó los estudios de Bellas Artes en la Escuela de San Fernando.

Decide quedarse en aquella capital para continuar con su progresión artística. Expuso sus obras de modernidad abstracta en las galerías privadas de vanguardia de la época: Fernando Fe, Ateneo y Clan. En ella, consigue varios encargos para la realización de murales en centros de carácter públicos –bancos, restaurantes y hoteles. La vida madrileña para el joven prometedor en la plástica le granjeó varias amistades con las élites de la cultura madrileña y con artistas, como Maruja Mayo, Díaz Caneda, Álvaro Delgado, etc. La muerte de su compañera Pepi, supuso para el joven artista un fuerte zarpazo emocional.

Animado por su primo el psiquiatra Manuel Manrique y su esposa Leny, quienes vivían en New York, decide emprender un viaje en 1965 a la capital del arte de vanguardia del momento. El viaje lo realiza con el pintor ecuatoriano Waldo Díaz que ya tenía un estudio en la capital neoyorkina, quien le cede un espacio en su taller. Ayudado por una beca del Instituto Internacional de Educación del Arte en América y de las ayudas monetarias por la prestación de trabajos para organizar las exposiciones del centro cultural del Spanish Trade Center, dependiente del Ministerio de Comercio de España, junto al artista Francisco Farreras. En el año señalado consigue firmar un contrato con la galerista Catherine Viviano. La calidad de sus obras y la propia galería, consiguen que se vaya conociendo sus obras y le sobrevengan los encargos en su arte de vanguardia internacional. En la galería Viviano presenta su primera obra, compuesta de 17 collages (procedimiento que conoció en New York y que lo llevó a la práctica durante toda su vida plástica).

César Manrique de haber sido un ególatra y egoísta en su persona para exaltar sus obras, no hubiera abandona la gran urbe americana ni la madrileña, porque el encumbramiento de sus obras y de su arte iban in crescendo. Pero su apego a su ínsula natal y su lucha por la ecología de Lanzarote –por el desarrollo urbanístico que se avecinaba– fueron una enérgica persuasión en su ego interno y ética, mucho más que el vil metal y las frívolas glorias insubstanciales para regresar y contribuir con su talento y su denodado esfuerzo a salvar la isla de sus amores eternos.

Ante esta disyuntiva, la estancia en la devoradora gran urbe no satisfacía a quien había nacido en la más que tranquila Lanzarote, ni para el sosiego que se necesita para la creación, que decía: “La vida en New York era muy dura, muy desapacible”… Y después de la actuación que realizó estando aun en la capital neoyorkina, desde donde dirigía las obras de diseño y materiales para la creación de la plaza de Arrecife, mantuvo carteos con el alcalde y posterior presidente cabildicio José Ramírez Cerdá, quien fue el bastión esencial y crédulo en las ideas cesarmanriqueñas para llevar a cabo todo el sistema constructivo y urbanista que se llevaría a efecto en toda Lanzarote a partir del año 1968, año que regresó definitivamente César a su isla natal conejera. Escribió Manrique con todo razonamiento meditado: “MI VERDAD –con mayúsculas– está en Lanzarote”. Aunque siempre mantuvo contactos con la citada galería e hizo frecuentes viajes a la ciudad de los rascacielos, se negó a vivir en ella. Y añade: “Quería encontrar un lugar lleno de paz y vine a Lanzarote”.

El aludido presidente cabildicio y César, en los contactos que mantuvieron y trazas de los proyectos urbanísticos de lo que se debía hacer en la isla entre los años 1965 y 66. “Me di cuenta desde Nueva York que había que salvar la isla de las garras de las construcciones arbitrarias. De ahí que Pepín Ramírez el presidente de Cabildo Insular que ha tenido fe en mí, me ha llamado”.

El año de 1968 da comienzo el desarrollismo turístico de la isla, por lo que propone un modelo estético de construcción, programado por medio de un arbitraje de normas imprescindibles para impedir las alteraciones y atentados de los ecosistemas, y que sirva de vigía para la protección del paisaje y la cultura arquitectónica, hereditaria de los ancestros de la isla lanzaroteña. Con el miedo a la destrucción de la naturaleza calcinada de Timanfaya y de otras naturalezas insólitas y ambientes de la isla, regresó henchido de moral y para la defensa de la ínsula, con el objeto de cumplir ese mandato de obligación consigo mismo, y en virtud a su ética y por la naturaleza isleña a la que siempre amó.

La isla aún virgen en su rusticidad y originalidad en su arquitectura local, estaba bajo la acechante amenaza de ser vilmente explotada por un desarrollismo turístico brutal a diestro y siniestro. Los especuladores sin escrúpulos de ningún tipo, llegarían con el habitual menosprecio hacia los bienes y el patrimonio naturales, sin respeto alguno al exótico paisaje lanzaroteño. El único propósito de estos viles antinaturaleza fue la de ganar dinero en el menor tiempo posible con su aciaga depredación.

La meritoria mejora ejercitada sobre el territorio, en respeto y salvaguarda de los paisajes y el medioambiente de Lanzarote, fueron las razones fundamentales para que la Unesco le otorgara a la isla el honor de ser Reserva de la Biosfera en 1993. Lanzarote fue una isla adelantada al ecologismo por la denodada actuación y conciencia de César Manrique, como hoy se le conoce­ y se preserva en absoluta armonía con el medio ambiente; al concepto, defensa y experimentación medioambiental (que futuramente se llamaría desarrollo sostenible), bajo un progreso equilibrado en los ecosistemas de cada zona, para su desarrollo y aprovechamiento de la naturaleza, pero en su máximo respeto y cuidado. Este ecologismo fue iniciado a finales de los sesenta, y treinta años antes de que se asumiera esta concepción en la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, para definir este imprescindible equilibrio ecologista del territorio.

La idea que desde un primer momento arraigó en la conciencia de César Manrique para con las nuevas edificaciones de la isla, la basó en los conceptos y prácticas reales de las futuras construcciones turísticas, urbanísticas y de esculturas integradas en el paisaje. En ellas iba a desarrollar un modelo ecológico en acatamiento y amparo medioambiental para todo el territorio lanzaroteño. Su preocupación fundamental era la de respeto a la enigmática y calcinada naturaleza isleña, junto a una peculiar originalidad en los edificios de nueva edificación y adecuándolas al estilo rural de las vetustas arquitecturas autóctonas de Lanzarote.

Paro lograr este fin, lo basó en el renacimiento de la arquitectura popular de la isla, hizo que los conejeros creyeran en ella, y para ello les requirió en la obligación de la rehabilitación de los viejos ornamentos constructivos, usados en las costumbres de los elementos de la construcción popular y generalizada en sus congéneres isleños. Edificar como entonces, y hacerla renacer en las nuevas construcciones. Y esta que fuera adaptada a lo que realmente debe ser el urbanismo medioambiental y de sometimiento a la naturaleza y el territorio del entorno. Alegaba César: “Delante de nuestras narices tenemos infinidad de ejemplos maravillosos y completamente tradicionales de arquitectura típica, en donde los campesinos de Lanzarote durante muchos años aprendieron poco a poco y por una serie de necesidades climatológicas a darle forma adecuada a sus casas, logrando de esta manera una arquitectura de primera categoría”.

Ese pensamiento es recogido en la edición bibliográfica Lanzarote, arquitectura inédita, ideada por Manrique, y publicada en 1974, en la que colaboraron los intelectuales y técnicos: Fernando Higueras, Agustín Espinosa, Manuel Millares; y la parte gráfica por el arte del fotógrafo Francisco Rojas. Tras un largo proceso de estudio e investigación y fotografiar todos los detalles autóctonos, se expresaba el artista: “Va a ser un gran libro de orientación en la ordenación de Lanzarote”.

Manrique lidió enérgicamente, por su contrariedad, a que se urbanizaran con construcciones turísticas en los islotes de La Graciosa, Lobos y Alegranza. Consideraba que todas tenían una singular belleza en su entorno natural para alterarlas. Estos islotes debían permanecer inalterables en su geografía virgen, aisladas y solitarias en su ambiente natural. A este respecto, durante los finales de la década sesenta y los inicios de los setenta, el entonces ministro de Información y Turismo del régimen totalitario, Manuel Fraga, había anunciado un proyecto urbano-turístico para La Graciosa, con una inversión de 6.000 millones de pesetas. Este, y el sucesor ministro, claudicaron ante la insistencia argumental de Manrique con sus teorías ecologistas y naturalistas sobre aquellas islas. “Afortunadamente logré convencerlo de que era un disparate. Después tuve un choque con Sánchez Bella por este mismo motivo”.

Manrique en su inquietud ecologista, ideó un manifiesto para patentizar los fundamentos esenciales de la isla que en los prioritarios objetivos del preclaro artista fue el respeto y protección del paisaje y la de recuperar los elementos arquitectónicos en la singular naturaleza de Lanzarote, que estos fueran los motivos emblemáticos de atracción turística de la isla, como estímulos de persuasión de los visitantes foráneos y de los propios canarios. Por ello, se programó con un cuidado exacerbado todo lo referente al cuidado del paisaje, de sumisión total al medioambiente, junto a un urbanismo programado en base a cada rincón y su estética natural y en el diseño de las futuras construcciones, para el devenir de la salvación de la isla como órgano vertebrador de riqueza a través del turismo.

Desde antiguo le columbraba esa idea en su espíritu naturista, por mantener y potenciar ecológicamente los áridos e inconfundibles valores geológicos del paisaje de Timanfaya y de los otros ecosistemas de la isla. Manrique –como también su amigo el artista lanzaroteño Pancho Lasso–, era consciente de las condiciones naturales del entorno insular propio y las sensibles posibilidades que esta isla canaria podía aportar, para que no perdiera sus características de originalidad paisajística, para su constante protección de la naturaleza virgen existente y de sus características geográficas. Este logro era expresado por su amigo y colaborador en distintas edificaciones y urbanismos, Fernando Higueras: “En ningún lugar de España se ha salvado tanto el paisaje y su arquitectura como en la extraordinaria isla de Lanzarote. Esto ha sido posible gracias a la gestión desinteresada de un artista como César Manrique, que ha sabido despertar y sensibilizar el entusiasmo de las autoridades y del pueblo […]”.