Cualquiera que visite Lanzarote comprueba la deuda que la isla tiene con César Manrique, el artista que se dejó la vida hoy hace 25 años en la carretera, todo un referente de compromiso con el territorio que no deja de reclamarse: “El futuro pasa por más Manrique”, dicen sus seguidores.
“La obra de Manrique está más viva que nunca. Sus análisis, diagnósticos y orientaciones sobre el turismo, el territorio y la función del arte tienen tanta vigencia como en el momento que los planteó, y son más necesarios aún. Pero, por desgracia, la realidad se ha distanciado cada vez más de su modelo y de su mensaje”, defiende el poeta y ensayista Fernando Gómez Aguilera.
El escritor cántabro dirige la Fundación César Manrique, la institución que custodia el legado más cercano del artista lanzaroteño y que procura mantener viva no solo su obra, sino lo que su pensamiento representó como conciencia ambiental del territorio.
Gómez Aguilera no tiene duda alguna de que la herencia de César “está viva”, porque “hay decenas de miles de personas en Lanzarote que mantienen a resguardo sus enseñanzas y su compromiso en defensa de la arquitectura tradicional, el territorio y la naturaleza”.
Sin embargo, “el rumbo que ha seguido y sigue de manera acentuada la Lanzarote de los tres millones de turistas, y creciendo, no tiene nada que ver con lo que quería César”, se lamenta.
La Fundación César Manrique es, de hecho, una de las voces más críticas con la reforma de la Ley del Suelo que acaba de impulsar el Gobierno de Canarias, porque teme que se convierta en “una barra libre” que alimente “el alcoholismo turístico”, con consecuencias pueden generar “un despropósito monumental”.
“Lanzarote ha perdido ya mucho tiempo en legislar límites al crecimiento turístico y profundizar en una ordenación del territorio y de la oferta turística que se centre en la calidad, la preservación de la singularidad y la apuesta por la excelencia real, no de maquillaje promocional. Para eso hay que frenar y decrecer en primera instancia, ya mismo”, reflexiona su director.
Y propone que, acto seguido, se ponga en marcha “un proyecto compartido y pactado de isla para el futuro que se reconozca en las raíces de su éxito contrastado”. “Y eso pasa por Manrique, por más Manrique”, enfatiza Gómez Aguilera.
Junto a la huella que el artista, arquitecto y activista ambiental dejó en numerosas personas, Manrique cuenta con dos poderosos instrumentos a su favor: el primero es su obra pública en la isla, cuya presencia es tan imponente que casi no necesita discurso a su alrededor.
Los Jameos del Agua, el Mirador del Río, las Montañas del Fuego, el Jardín de Cactus, el Museo de Arte Contemporáneo, el Monumento al Campesino, sus dos viviendas reconvertidas en museos en Taro de Tahiche y Haría... son espacios de asombro para centenares de miles de visitantes al año, y lugares de culto y emoción para los lanzaroteños.
El segundo es la Fundación César Manrique, una institución cultural privada creada por él para conservar su obra y su pensamiento.
A juicio de su director, el estado de conservación de la obra pública de Manrique es “manifiestamente mejorable tanto en su estado material como en su consideración y promoción o, por supuesto, en los usos intensivos y algunos impropios a los que está siendo sometida”.
“Los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote no se pueden administrar como un recurso económico, sino como un extraordinario recurso patrimonial que genera beneficios de muy diversos tipo para la comunidad: artísticos, culturales, de prestigio, de identidad local, turísticos, sociales, económicos... Y hay que gestionarlo desde esa complejidad de valores”, defiende.
La Fundación César Manrique se autofinancia, es económicamente independiente y está gestionada por las personas que el propio artista lanzaroteño escogió en vida.
Sus responsables creen que esa independencia resulta incómoda para los intereses de “una economía especulativa” a la que la referencia moral de César Manrique en Lanzarote “estorba”.